(ZENIT Noticias / San Cristóbal de las Casas, 23.03.2022).- A continuación la columna semanal del Cardenal Felipez Arizmendi en la que profundiza en la consulta para la revocación del mandato que impulsa el presidente de México.
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MIRAR
El domingo 10 de abril próximo, los mexicanos tendremos oportunidad de expresar nuestra opinión sobre la permanencia en el cargo del primer mandatario: si queremos que siga hasta que concluya su mandato en 2024, o preferimos que ya termine y otro ocupe su lugar. Es un ejercicio importante de democracia participativa y no falta quien nos pregunte a los obispos qué pensamos al respecto. Nuestro episcopado ha emitido una oportuna y prudente declaración, cuyo contenido esencial compartiré con ustedes más adelante.
Hay cosas que llaman la atención. Quienes más promueven que se participe son quienes están en el poder, empezando por el Jefe Supremo. ¿Por qué lo hacen? ¿Es acaso porque quieren que la gente se manifieste y el pueblo decida lo que le parezca mejor? ¿Les importa realmente una democracia participativa, y no sólo la representativa actual? ¿Aunque el voto les fuera contrario? Si así fuera, todo sería muy laudable y plausible, y habría que ir a votar. Pero aquí entran las suspicacias: Los que más promueven esta votación, ¿sólo anhelan una ratificación de lo que están tratando de hacer para lo que llaman una transformación del país? ¿Se quieren demostrar a sí mismos, y al resto de la opinión pública, que el pueblo les apoya mayoritariamente, para seguir por el mismo rumbo, sin cambiar para nada sus estrategias? ¿Están tan seguros de que todo lo que hacen está muy bien hecho, y de que el pueblo quiere que así sigan? ¿Confían tanto en las encuestas que aún les conceden una aprobación elevada? ¿Están tan seguros de que la mayoría les va a apoyar? ¿Cuáles son esas mayorías? ¿Las que reciben dádivas y apoyos que el gobierno les da? Al actual gobierno, ¿sinceramente le interesan los pobres, o sólo estos votos cautivos e interesados?
En pláticas ordinarias sobre el tema, me preocupa que algunos asuman actitudes radicales, a favor o en contra de este gobierno y de sus partidos que le apoyan. Hay quienes sólo ven trigo, muy buenas cosas, y las defienden a capa y espada; otros sólo descubren cizaña, errores y fallas constatables, y no aprecian esfuerzos loables y positivos. Hay que tener sabiduría, para discernir (cernir dos veces) el trigo de la cizaña: ni todo es trigo, ni todo es cizaña. Hay anhelos e intentos muy nobles y justos en este sexenio, no se pueden negar, pero también hay que reconocer deficiencias muy lamentables. Es de sabios aceptar los errores, y no descalificar diariamente a quienes opinan en forma distinta, usando todo su poder para atacarlos. Para gobernar bien, se requiere sabiduría, no tanta demagogia.
DISCERNIR
El episcopado mexicano no quiso inclinarse por una opción, sino que se limitó a invitar a los ciudadanos a reflexionar y a hacer lo que sea más conforme a su conciencia. No abusamos de un poder religioso para inclinar la balanza, y esto no por falsa prudencia, ni por temor, sino porque este asunto es de la libre competencia del resto de los mexicanos. Esta es la declaración:
“Como nos enseña la Palabra de Dios, el Catecismo y la Doctrina Social de la Iglesia, reconocemos que todos los bautizados, a la vez que somos ciudadanos del Reino de Dios y peregrinos hacia el cielo, somos también integrantes de la comunidad humana y, desde la fe, aceptamos nuestras obligaciones por el bien común y nuestro derecho-deber de participar en la vida política de nuestros pueblos.
El Catecismo de la Iglesia advierte que: ‘Si bien la autoridad responde a un orden fijado por Dios, la determinación del régimen y la designación de los gobernantes han de dejarse a la libre voluntad de los ciudadanos’ (CATIC 1901).
Siendo la primera vez que se realiza este ejercicio democrático, muchos han expresado su opinión sobre la responsabilidad que tenemos y el modo de participar en esta consulta. Al respecto, los obispos mexicanos les invitamos a discernir en ambiente de oración, delante de Dios, para que cada uno decida si ha de participar o no, y en caso de hacerlo, en qué sentido deberá emitir su voto. Se trata de una decisión de gran responsabilidad. Busquemos todos lo que más le conviene a México.
Damos gracias a Dios por la maduración democrática en México, que nos permite contar con el Instituto Nacional Electoral como árbitro responsable de cada proceso electivo, lo cual ha sido un gran logro y ejemplo de democracia reconocido por muchas naciones. Hagamos oración por quienes lo dirigen, lo mismo que por nuestros gobernantes (1 Tim. 2, 2), quienes han de gobernar para todos, más allá de partidos políticos o intereses particulares, buscando siempre la unidad de la Nación, de cada Estado y Ciudad, y el bien de todos, especialmente de los más necesitados.
Los mexicanos somos un solo pueblo que ha de mantenerse unido (cf Jn 17, 20-23), y todos los bautizados hemos de contribuir a esa unidad. Somos una raza, con su propia historia, sus valores y sus principios, de modo que no hemos de permitir que nada ni nadie nos divida. Sigamos orando por la paz en México, en Ucrania y en el mundo entero. Que nuestra Madre de Guadalupe interceda por la unidad de nuestro pueblo y por el desarrollo integral de todos los mexicanos”.
ACTUAR
Yo ya tomé mi decisión, pero la conservo en mi conciencia. Insisto en que ustedes analicen qué sirve más al país: votar, en sentido aprobatorio o reprobatorio, o abstenerse y no ir a las casillas. Cada quien analice lo que le parezca más oportuno para el progreso y la paz social.