El Papa regresa a dar Audiencia General. Foto: SIR

El Papa retoma audiencias generales de los miércoles y habla sobre viaje a Canadá

El viaje a Canadá fue el tema en torno al cual giró el discurso del Papa para este primer miércoles de agosto.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 03.08.2022).- La audiencia general de este miércoles 3 de agosto se celebró a las 9:00 horas en el Aula Pablo VI. De este modo el Papa retoma las audiencias interrumpidas por su descanso estivo y su viaje a Canadá.

De hecho, el viaje a ese país fue el tema en torno al cual giró el discurso del Papa para este primer miércoles de agosto.

Tras resumir su catequesis en las diferentes lenguas, el Santo Padre dirigió expresiones especiales de saludo a los fieles presentes. A continuación, hizo un llamamiento en favor del Líbano, en el segundo aniversario de la explosión en el puerto de Beirut. La Audiencia General concluyó con el rezo del Pater Noster y la Bendición Apostólica.

Ofrecemos una traducción al castellano del texto de la audiencia con encabezados y negritas agregados por ZENIT.

***

Hoy quiero compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el viaje apostólico que hice a Canadá en días pasados. Fue un viaje diferente a cualquier otro. De hecho, la motivación principal era reunirme con los pueblos originarios para expresarles mi cercanía y mi dolor, y para pedirles perdón -suplicarles perdón- por el daño que les hicieron los cristianos, incluidos muchos católicos, que en el pasado colaboraron en las políticas de asimilación forzosa de los gobiernos de la época.

En este sentido, en Canadá se ha abierto un camino para escribir una nueva página en el camino que la Iglesia lleva haciendo desde hace tiempo junto a los pueblos indígenas. Y, de hecho, el lema del viaje «Caminando juntos» explica un poco esto. Un viaje de reconciliación, y de curación, que presupone el conocimiento histórico, la escucha de los supervivientes, la toma de conciencia y sobre todo la conversión, el cambio de mentalidad. Este estudio en profundidad muestra que, por un lado, algunos hombres y mujeres de la Iglesia han estado entre los más decididos y valientes defensores de la dignidad de los pueblos indígenas, dando la cara por ellos y contribuyendo al conocimiento de sus lenguas y culturaspero, por otro lado, no han faltado, desgraciadamente, cristianos, es decir, sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos que han participado en programas que hoy entendemos inaceptables e incluso contrarios al Evangelio. Y por esto fui a pedir perdón en nombre de la Iglesia.

Se trataba, pues, de una peregrinación penitencial. Hubo muchos momentos de alegría, pero el sentido y el tono del conjunto fue de reflexión, arrepentimiento y reconciliación. Hace cuatro meses había recibido en el Vaticano a representantes de los pueblos originarios, en grupos separados: fueron seis reuniones en total, para preparar un poco este encuentro.

Primera etapa: la del recuerdo

Hubo tres grandes etapas de la peregrinación: la primera, en Edmonton, en el oeste del país. La segunda, en Québec, en el este. Y la tercera en el norte, en Iqaluit, a unos 300 km del Círculo Polar Ártico. La primera reunión tuvo lugar en Masqwacis, que significa «la colina del oso», donde acudieron líderes y miembros de los principales grupos indígenas -Primeras Naciones, métis e inuit- de todo el país. Juntos hicimos memoria: la buena memoria de la historia milenaria de estos pueblos, en armonía con su tierra: esta es una de las cosas más bellas de los pueblos originarios, la armonía con la tierra. Nunca maltratan la creación, nunca. En armonía con la tierra. Y también hemos recogido el doloroso recuerdo de los abusos que han sufrido, incluso en los internados, a causa de las políticas de asimilación cultural.

Segunda etapa: la de la reconciliación

Tras el recuerdo, el segundo paso de nuestro viaje fue el de la reconciliación. No un compromiso entre nosotros -eso sería una ilusión, una puesta en escena- sino un dejarnos reconciliar por Cristo, que es nuestra paz (cf. Ef 2,14). Lo hemos hecho tomando como referencia la figura del árbol, central en la vida y el simbolismo de los pueblos indígenas.

Tercera etapa: la de la curación

Memoria, reconciliación y, por tanto, curación. Realizamos esta tercera etapa del viaje a orillas del lago de Santa Ana, en la fiesta de los santos Joaquín y Ana. Todos podemos beber de Cristo, la fuente de agua viva, y allí, en Jesús, vimos la cercanía del Padre que nos da la curación de las heridas y también el perdón de los pecados. De este viaje de recuerdo, reconciliación y curación surge la esperanza para la Iglesia, en Canadá y en todo el mundo. Y ahí, la figura de los discípulos de Emaús, que después de caminar con Jesús resucitado, con Él y por Él, pasaron del fracaso a la esperanza (cf. Lc 24,13-35).

Como dije al principio, el viaje junto a los pueblos indígenas constituyó la columna vertebral de este viaje apostólico. Sobre esto se injertaron los dos encuentros con la Iglesia local y con las Autoridades del país, a quienes quiero renovar mi sincera gratitud por la gran disponibilidad y la cordial acogida que nos brindaron a mí y a mis colaboradores. Y a los obispos, lo mismo.

Ante los Gobernadores, los Líderes indígenas y el Cuerpo Diplomático, reiteré la voluntad activa de la Santa Sede y de las Comunidades Católicas locales de promover las culturas originarias, con caminos espirituales adecuados y con atención a las costumbres y lenguas de los pueblos. Al mismo tiempo, observé cómo la mentalidad colonizadora está presente hoy en día en diversas formas de colonización ideológica, amenazando las tradiciones, la historia y los vínculos religiosos de los pueblos, aplanando las diferencias, centrándose sólo en el presente y descuidando a menudo los deberes hacia los más débiles y frágiles. Se trata, pues, de recuperar un sano equilibrio, de recuperar la armonía, que más que un equilibrio es algo más; recuperar la armonía entre la modernidad y las culturas ancestrales, entre la secularización y los valores espirituales. Y esto desafía directamente la misión de la Iglesia, enviada a todo el mundo para dar testimonio, para «sembrar» una fraternidad universal que respete y promueva la dimensión local con sus múltiples riquezas (cf. Enc. Fratelli tutti, 142-153).

Ya lo he dicho, pero quiero reiterar mi agradecimiento a las Autoridades Civiles, al Gobernador General, al Primer Ministro, a las Autoridades locales de los lugares a los que he ido: les agradezco mucho el modo en que han favorecido la realización de las intenciones y gestos que he mencionado. Y quiero agradecer sobre todo a los obispos la unidad del episcopado: la realización de los objetivos de la Jornada fue posible porque los obispos estaban unidos, y donde hay unidad se puede avanzar. Por ello, quiero subrayar esto y agradecer a los obispos de Canadá esta unidad.

Y en el signo de la esperanza fue el último encuentro, en la tierra de los inuit, con jóvenes y mayores. Y aseguro que en esas reuniones, sobre todo en la última, tuve que sentir como bofetadas el dolor de esas personas: los ancianos que habían perdido a sus hijos y no sabían dónde habían ido a parar, por culpa de esa política de asimilación. Fue un momento muy doloroso, pero había que poner la cara: tenemos que poner la cara ante nuestros errores, nuestros pecados. Incluso en Canadá esta es una pareja clave, jóvenes y mayores, es un signo de los tiempos: jóvenes y mayores en diálogo para caminar juntos en la historia entre la memoria y la profecía, que están de acuerdo. Que la fortaleza y la acción pacífica de los pueblos indígenas de Canadá sea un ejemplo para que todos los pueblos nativos no se cierren, sino que ofrezcan su indispensable contribución a una humanidad más fraterna, que sepa amar la creación y al Creador, en armonía con la creación, en armonía con todos ustedes.

Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.

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