El Papa con un casco en su visita a en L´Aquila. Foto: Vatican Media

Papa se encuentra con familiares de víctima de terremoto en L´Aquila: así los consoló

“A pesar del dolor y el desconcierto propios de nuestra fe de peregrinos, habéis fijado vuestra mirada en Cristo, crucificado y resucitado, que con su amor ha redimido el dolor y la muerte del sinsentido”, ha dicho el Papa a los familiares.

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(ZENIT Noticias / L´Aquila, Italia, 28.08.2022).- A las 7.50 de este domingo, el Papa Francisco salió del helipuerto vaticano para realizar una visita pastoral a L’Aquila. A su llegada al Campo de Atletismo de la Piazza D’Armi, el Papa se dirigió en privado a la Piazza Duomo, donde fue recibido por el Cardenal Giuseppe Petrocchi, Arzobispo Metropolitano de L’Aquila; el Dr. Marco Marsilio, Presidente de la Región de los Abruzos; la Dra. Cinzia Teresa Torraco y el Dr. Pierluigi Biondi, Prefecto y Alcalde de L’Aquila, respectivamente.

A las 9.00 horas, en el parvis de la catedral, el Papa Francisco se reunió con los familiares de las víctimas del terremoto del 6 de abril de 2009, las Autoridades y los ciudadanos presentes, y los saludó.

Al final de la reunión, acompañado por el Card. Petrocchi, el Santo Padre entró en la Catedral para una visita privada. A continuación, se trasladó en coche a la Basílica de Santa María in Collemaggio para la celebración de la Santa Misa, el rezo del Ángelus y el rito de la apertura de la Puerta Santa.

Ofrecemos en español el mensaje de saludo que el Santo Padre dirigió a los presentes en el encuentro de la Piazza Duomo:

***

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, buen domingo!

Me alegro de estar entre vosotros, y agradezco al cardenal arzobispo el saludo que me ha dirigido en nombre de todos. Junto con vosotros, aquí presentes, abrazo con afecto a toda la ciudad y la diócesis de L’Aquila. Os doy las gracias por vuestra presencia, también a las autoridades, a los presos, a los niños, a todos: al pueblo de Dios.

En este momento de encuentro con ustedes, en particular con los familiares de las víctimas del terremoto, quiero expresar mi cercanía a sus familias y a toda su comunidad, que ha afrontado con gran dignidad las consecuencias de ese trágico acontecimiento.

En primer lugar, os agradezco vuestro testimonio de fe: a pesar del dolor y el desconcierto propios de nuestra fe de peregrinos, habéis fijado vuestra mirada en Cristo, crucificado y resucitado, que con su amor ha redimido el dolor y la muerte del sinsentido. Y pienso en uno de ustedes, que me escribió hace algún tiempo, y me dijo que había perdido a sus dos únicos hijos adolescentes. Y como esto muchos, muchos. Jesús te ha devuelto a los brazos del Padre, que no deja caer ni una sola lágrima en vano, sino que las recoge todas en su corazón misericordioso.

En ese corazón están escritos los nombres de tus seres queridos, que han pasado del tiempo a la eternidad. La comunión con ellos está más viva que nunca. La muerte no puede romper el amor, nos recuerda la liturgia de los muertos: «A tus fieles, Señor, la vida no se les quita, sino que se les transforma» (Prefacio I). Pero el dolor está ahí, y las bellas palabras ayudan, pero el dolor permanece. Y con las palabras, el dolor no desaparece. Sólo cercanía, amistad, afecto: caminar juntos, ayudarse como hermanos y seguir adelante. O somos el pueblo de Dios o los problemas dolorosos, como éste, no tienen solución.

Le felicito por el cuidado con el que ha construido la Capilla de la Memoria. La memoria es la fuerza de un pueblo, y cuando esta memoria está iluminada por la fe, ese pueblo no queda prisionero del pasado, sino que camina y recorre el presente de cara al futuro, permaneciendo siempre apegado a sus raíces y atesorando las experiencias pasadas, buenas y malas. ¡Y con este tesoro y estas experiencias sigan adelante! Ustedes, los habitantes de L’Aquila, han demostrado su capacidad de resistencia. Arraigada en vuestra tradición cristiana y cívica, os ha permitido resistir el impacto del terremoto y comenzar inmediatamente la valiente y paciente labor de reconstrucción.

Había que reconstruir todo: las casas, las escuelas, las iglesias. Pero, como bien sabes, esto se hace junto con la reconstrucción espiritual, cultural y social de la comunidad cívica y eclesial.

El renacimiento personal y colectivo, después de una tragedia, es un don de la Gracia y es también el fruto del compromiso de todos y cada uno de nosotros juntos. Subrayo lo de «juntos»: no en pequeños grupos, no, juntos, todos juntos. Es fundamental activar y potenciar la colaboración orgánica, en sinergia, de instituciones y entidades asociativas: una concordia esforzada, un compromiso con visión de futuro, porque estamos trabajando por nuestros hijos, por nuestros nietos, por el futuro.

En la labor de reconstrucción, las iglesias merecen una atención especial. Son patrimonio de la comunidad, no sólo en un sentido histórico y cultural, sino también en un sentido de identidad. Esas piedras están impregnadas de la fe y los valores del pueblo; y los templos son también lugares propulsores de su vida, de su esperanza.

Y hablando de esperanza, quiero saludar y agradecer a la delegación del mundo penitenciario de los Abruzos, aquí presente. También en ti saludo un signo de esperanza, porque también en las cárceles hay muchas, demasiadas víctimas. Hoy aquí sois un signo de esperanza en la reconstrucción humana y social.

A todos vosotros os renuevo mi saludo, os bendigo de corazón, a vuestras familias y a toda la ciudadanía. ¡Jemonnanzi!

Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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