Credito: Ri Butov

Darya Dugina, el Papa y las víctimas que somos

«El discurso de hoy del Papa ha sido decepcionante y me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas», escribe sin tapujos Yurash, embajador de Ucrania ante el Vaticano, en Twitter.

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Por: Simone Varisco

 

(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 29.08.2022).- «Pienso en esa pobre chica a la que le explotó una bomba que estaba bajo el asiento de su coche en Moscú. Los inocentes pagan la guerra». Esto ha sido suficiente, al final de un verano que ya busca nuevas pistas para acelerar el ritmo mediático, para desatar otra ronda de críticas. Que arremeten, una vez más, contra unos pocos pasajes extrapolados de un llamamiento mucho más amplio del Papa Francisco, pronunciado al concluir la catequesis del miércoles. Tema: la vejez, tal vez incluso la de ciertas dinámicas.

«Renuevo la invitación a implorar la paz del Señor para el querido pueblo ucraniano que desde hace seis meses –hoy– sufre el horror de la guerra», dijo el Papa. «Espero que se tomen medidas concretas para poner fin a la guerra y evitar el riesgo de un desastre nuclear en Zaporizhzhia. Llevo a los presos en mi corazón, especialmente a los que están en condiciones frágiles, y pido a las autoridades responsables que trabajen por su liberación». Y luego la apertura mucho más grande del pasaje incriminatorio:

«Pienso en los niños, en tantos muertos, […] en tantos heridos, en tantos niños ucranianos y rusos que se han quedado huérfanos y la orfandad no tiene nacionalidad, han perdido a su padre o a su madre, sean rusos o ucranianos. Pienso en tanta crueldad, en tantos inocentes que están pagando la locura, la locura de todos los bandos, porque la guerra es una locura y nadie en la guerra puede decir: «No, no estoy loco». […] Pienso en esa pobre chica a la que le explotó una bomba que estaba bajo el asiento de su coche en Moscú. ¡Los inocentes pagan la guerra, los inocentes! Reflexionemos sobre esta realidad y digámonos: la guerra es una locura».

Violadores y víctimas

Reflexiones que se hacen eco de las ya expresadas varias veces por el Papa Francisco sobre esta y otras guerras: desde la imposibilidad de reducir la guerra «a la distinción entre buenos y malos, sin razonar sobre las raíces y los intereses, que son muy complejos», hasta la inhumanidad de quienes «se benefician de la guerra y del comercio de armas». Precedentes que no han sido suficientes para suavizar -sino más bien han exacerbado- la recepción de las palabras del Papa entre una parte de la audiencia. Empezando por la dura reacción a la referencia del Papa Francisco a la muerte de Darya Dugina, que vino el embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andrii Yurash.

Andrii Yurash con el Papa Francisco. Foto: Vatican Media

«El discurso de hoy del Papa ha sido decepcionante y me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas», escribe sin tapujos Yurash en Twitter. «No es posible hablar en las mismas categorías de agresor y víctima, de violador y violado; ¿cómo es posible mencionar a una de las ideólogas del imperialismo ruso como víctima inocente?», añadiendo que Darya Dugina fue asesinada por los propios rusos y ahora es una «mártir» de Rusia y un emblema de la propaganda.

Palabras fuertes, más aún para una persona que sabe medir bien las expresiones: Yurash trabajó durante años en el Departamento de Prensa de Ucrania y en el Departamento de Radio y Televisión de la Universidad Nacional de Lviv, además de haber sido, hasta hace unos meses, jefe de la División para garantizar el derecho de los ciudadanos a la libertad de pensamiento, conciencia y religión en la Secretaría del Gabinete de Ucrania. Una reacción que parece replicar la airada oposición a la oración conjunta ruso-ucraniana prevista por la Santa Sede para el pasado Vía Crucis, que luego fue cancelada.

Víctimas de una guerra no convencional

Lo que llama la atención es lo emblemática que es Darya Dugina, o Darya Platonova, como también se llamaba a sí misma, de la actual guerra en Ucrania. Una joven que no llega a los 30 años, un apellido tan pesado como las ideas de su padre Aleksandr Dugin, durante un puñado de años fuera de la «Generación Z» de los más jóvenes, pero dentro de una generación que, al menos en Oriente, parece haber encontrado en la letra «Z» una respuesta a sus ansiedades más envenenadas. Lo mismo, quizá, que una licenciada en filosofía con cara de niña que llegó a teorizar en 2014, cuando comenzó el conflicto del Donbass, sobre el «genocidio» de los ucranianos –»subhumanos», se dijo–, palabras consideradas excesivas por el Kremlin, que entonces se distanció y obstaculizó el ascenso político de Darya. Vinculada a Wagner y, se dice, mucho menos a Putin, pero una herramienta útil, junto a su padre, en la guerra mediática de Moscú, sobre todo en el extranjero, librada al filo de las ideologías sangrientas y el misticismo tóxico.

Darya, víctima no convencional de una guerra no convencional. Una prueba del lado cada vez más oscuro de un conflicto que, en ambos bandos, no ha rehuido involucrar a los civiles en la beligerancia, y no sólo como víctimas inocentes de los bombardeos, sino como actores de una guerra que se libra en múltiples niveles, desde los campos de batalla hasta los de la comunicación, la ideología y la pseudoreligión. Una guerra, en esto no tan diferente de las otras, donde distinguir a las víctimas es difícil, quizás porque, al final, todos lo son, verdugos incluidos. Ante todo, asesinos de sí mismos. Desafiando a los que ahora quisieran encontrar una explicación, si no una justificación, para la sangre del presente en el odio del pasado. Una guerra que plantea tantos obstáculos a la claridad -por no hablar de la verdad- como en el largo fuego de acusaciones entre Kiev y Moscú por el lanzamiento de misiles en las cercanías de la central nuclear de Zaporizhzhia, también recordada por el Papa Francisco, desde hace meses firmemente en manos rusas, pero objeto de una narración cruzada y a veces esquizofrénica sobre los riesgos de un posible accidente nuclear.

Pero hay más, incluso dentro de la Iglesia. En efecto, recorriendo las respuestas al tuit del embajador ucraniano, uno tiene la sensación de asistir a escenas de una película que ya hemos visto: junto a algunos distintivos, que subrayan la natural imparcialidad de un Pontífice ante demasiados conflictos de contornos más que nebulosos, hay ataques que son siempre los mismos. No es un Papa. El verdadero Papa es Benedicto XVI», escribe alguien; «el actual Papa es un agente comunista en el Vaticano». Es tan marxista que ni siquiera Marx lo era», se hace eco otra persona. Muy poco, si no fueran una clara demostración de un conflicto que nunca se ha apagado dentro de la Iglesia. Un rescoldo listo para retomar el vigor a cada soplo de viento. Una página realmente mezquina en una historia realmente triste.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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