(ZENIT Noticias / Nur Sultan, 13.09.2022).- A las 19.30 (hora local) de este martes 13 de septiembre, el Santo Padre Francisco se reunió con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en el Auditorio de la Sala de Conciertos Qazaq. Tras el saludo del Presidente de la República de Kazajistán, el Papa Francisco pronunció su discurso. Al final del encuentro, tras despedirse del Presidente de la República, el Santo Padre se trasladó en coche a la Nunciatura Apostólica de Kazajistán. A continuación ofrecemos en español el discurso que el Papa pronunció durante el encuentro con las Autoridades, la Sociedad Civil y el Cuerpo Diplomático:
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Señor Presidente de la República,
distinguidos miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático,
ilustres Autoridades religiosas y civiles,
insignes Representantes de la sociedad civil y del mundo de la cultura,
señoras y señores:
Los saludo cordialmente, agradecido por las palabras que me ha dirigido el señor Presidente. Estoy honrado de estar aquí con ustedes, en esta tierra tan extensa como antigua, a la que vengo como peregrino de paz, en busca de diálogo y unidad. Nuestro mundo lo necesita con urgencia, necesita volver a encontrar la armonía. Armonía que en este país puede estar bien representada por un instrumento musical tradicional y característico, del que me han hablado: el dombra. Este constituye un emblema cultural y uno de los símbolos más importantes de Kazajistán, tanto que recientemente se le dedicó una jornada específica. Quisiera asumir el dombra como elemento en torno al cual articular lo que deseo compartir con ustedes.
Preparándome para este viaje supe que algunos modelos del dombra ya se utilizaban en la época medieval y que éste, a lo largo de los siglos, acompañó con música los relatos de sagas y obras poéticas, uniendo el pasado y el presente. Símbolo de continuidad en la diversidad, acompasa por tanto la memoria del País, y evoca así la importancia, frente a los rápidos cambios económicos y sociales en curso, de no descuidar los vínculos con la vida de quienes nos han precedido, también por medio de esas tradiciones que permiten atesorar el pasado y valorar cuanto se ha recibido como herencia. Pienso, por ejemplo, en la hermosa costumbre aquí extendida de hornear, el viernes por la mañana, siete panes en honor de los antepasados.
La memoria de Kazajistán, que el Papa Juan Pablo II al venir aquí como peregrino definió «tierra de mártires y creyentes, tierra de deportados y héroes, tierra de pensadores y artistas» (Discurso durante la ceremonia de bienvenida, 22.9.2001), lleva impresa una gloriosa historia de cultura, humanidad y sufrimiento. ¿Cómo no recordar, en particular, los campos de prisioneros y las deportaciones en masa que han visto a tantas poblaciones oprimidas en las ciudades y en las vastas estepas de estas regiones? Pero los kazajos no se dejaron cautivar por esos atropellos; y de la memoria de la reclusión floreció la atención por la inclusión. Que, en esta tierra, transitada desde la antigüedad por grandes movimientos de pueblos, el recuerdo del sufrimiento y de las pruebas experimentadas sea un bagaje indispensable para encaminarse hacia el futuro poniendo en primer lugar la dignidad del hombre, de todo hombre, y de todo grupo étnico, social y religioso.
Volvamos al dombra. Este se utiliza tocando sus dos cuerdas. También Kazajistán está caracterizado por la capacidad de proceder creando armonía entre “dos cuerdas paralelas”, las temperaturas tan rigurosas en invierno como elevadas en verano; la tradición y el progreso, simbolizadas por el encuentro de ciudades históricas con otras modernas, como esta capital. Sobre todo, resuenan en el país las notas de dos almas, la asiática y la europea, que tienen una permanente «misión de conexión entre dos continentes» (Íd., Discurso a los jóvenes, 23.9.2001); «un puente entre Europa y Asia», un «eslabón de unión entre Oriente y Occidente» (Íd., Discurso en la ceremonia de despedida, 25.9.2001). Las cuerdas del dombra resuenan habitualmente junto a otros instrumentos de arco típicos de estos lugares. La armonía madura y crece en el conjunto, en la coralidad que hace armoniosa la vida social. «La fuente del éxito es la unidad», recita un hermoso proverbio local. Si eso vale en todas partes, aquí de modo particular. Alrededor de ciento cincuenta grupos étnicos y más de ochenta lenguas presentes en el país, con historias, tradiciones culturales y religiosas variadas, componen una sinfonía extraordinaria y hacen de Kazajistán un taller multiétnico, multicultural y multirreligioso único, revelando su vocación peculiar, la de ser país del encuentro.
Estoy aquí para subrayar la importancia y la urgencia de dicho aspecto, al que las religiones están llamadas a contribuir de modo particular; por eso tendré el honor de participar en el séptimo Congreso de Líderes de las Religiones mundiales y tradicionales. Oportunamente la Constitución de Kazajistán, al definirlo laico, prevé la libertad de religión y de credo. Una laicidad sana, que reconozca el rol valioso e insustituible de la religión y se contraponga el extremismo que la corroe, representa una condición esencial para el trato equitativo de cada ciudadano, además de favorecer el sentido de pertenencia al país por parte de todos sus elementos étnicos, lingüísticos, culturales y religiosos. Las religiones, en efecto, mientras desarrollan el rol insustituible de buscar y dar testimonio del Absoluto, necesitan la libertad de expresión. Y, por tanto, la libertad religiosa constituye el mejor cauce para la convivencia civil.
Se trata de una necesidad grabada en el nombre de este pueblo, en la palabra “kazajo”, que evoca precisamente el caminar libre e independiente. La tutela de la libertad, aspiración inscrita en el corazón de todo hombre, única condición para que el encuentro entre las personas y los grupos sea real y no artificial, se traduce en la sociedad civil principalmente por medio del reconocimiento de los derechos, acompañados de los deberes. Desde este punto de vista, quisiera expresar aprecio por la afirmación del valor de la vida humana mediante la abolición de la pena de muerte, en nombre del derecho de todo ser humano a la esperanza. Junto a eso, es importante garantizar la libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión, para dar espacio al rol único y equitativo que cada uno ocupa en el conjunto.
También en esto el dombra puede sernos de estímulo, ya que es principalmente un instrumento musical popular y, en cuanto tal, comunica la belleza de conservar el genio y la vivacidad de un pueblo. Eso es lo que se confía en primer lugar a las autoridades civiles, primeras responsables en la promoción del bien común, y se realiza de modo especial en el apoyo a la democracia, que constituye la forma más adecuada para que el poder se traduzca en servicio a favor de todo el pueblo y no sólo de unos pocos. Sé que se ha comenzado, sobre todo en los últimos meses, un proceso de democratización dirigido a reforzar las competencias del Parlamento y de las Autoridades locales y, en términos más generales, una mayor distribución del poder. Se trata de un camino meritorio y exigente que, ciertamente, no es breve y que requiere proseguir hacia la meta sin volverse atrás. En efecto, la confianza en quien gobierna aumenta cuando las promesas no terminan siendo instrumentales, sino que se cumplen efectivamente.
Es necesario —en todas partes— que la democracia y la modernización no se queden sólo en palabras, sino que confluyan en un servicio concreto al pueblo: una buena política hecha de escucha de la gente y de respuestas a sus necesidades legítimas, de una constante implicación de la sociedad civil y de las organizaciones no gubernamentales y humanitarias, con una atención particular respecto a los trabajadores, los jóvenes y los sectores más débiles. Y también —todos los países del mundo lo necesitan— medidas para luchar contra la corrupción. Este estilo político realmente democrático es la respuesta más eficaz a posibles extremismos, personalismos y populismos, que amenazan la estabilidad y el bienestar de los pueblos. Pienso también en la necesidad de una cierta seguridad económica, que aquí al inicio del año ha sido pedida en regiones donde, no obstante los ingentes recursos energéticos, se advierten diversas dificultades. Es un desafío que atañe no sólo a Kazajistán, sino al mundo entero, cuyo desarrollo integral está secuestrado por una injusticia difundida, que provoca una distribución desigual de los recursos. Y es tarea del Estado, pero también del sector privado, tratar a todos los integrantes de la población con justicia y paridad de derechos y deberes, y promover el desarrollo económico no en razón de las ganancias de unos pocos, sino de la dignidad de cada trabajador.
Volvemos por última vez al dombra —dirán que este Papa es músico—. Este une a Kazajistán con diversos países de la región y contribuye a difundir la cultura en el mundo. Espero que, del mismo modo, el nombre de este gran país siga siendo sinónimo de armonía y de paz. Kazajistán se configura como encrucijada de importantes intersecciones geopolíticas; lo que le da, por tanto, un rol fundamental en la atenuación de los conflictos. Juan Pablo II vino aquí a sembrar esperanza, inmediatamente después de los trágicos atentados del 2001. Yo llego aquí mientras está en curso la insensata y trágica guerra originada por la invasión de Ucrania, mientras otros enfrentamientos y amenazas de conflictos ponen en peligro nuestra época. Vengo para amplificar el grito de tantos que imploran la paz, camino de desarrollo esencial para nuestro mundo globalizado. Y la paz es esto, una vía de desarrollo esencial para nuestro mundo globalizado.
Por lo tanto, es cada vez más apremiante la necesidad de extender el compromiso diplomático en favor del diálogo y del encuentro, porque el problema de algunos es hoy problema de todos, y quien ostenta más poder en el mundo tiene más responsabilidad respecto a los demás, especialmente a los países más expuestos a las crisis causadas por la lógica del conflicto. Esto es a lo que se debería mirar, no sólo a los intereses que redundan en beneficio propio. Es la hora de evitar la intensificación de rivalidades y el fortalecimiento de bloques contrapuestos. Necesitamos líderes que, a nivel internacional, permitan a los pueblos entenderse y dialogar, y generen un nuevo “espíritu de Helsinki”, la voluntad de reforzar el multilateralismo, de construir un mundo más estable y pacífico pensando en las nuevas generaciones. Y para hacer esto es necesario la comprensión, la paciencia y el diálogo con todos. Repito, con todos.
Pensando precisamente en el compromiso global por la paz, expreso mi gran estima por la renuncia a los armamentos nucleares que este país ha emprendido con decisión; así como por el desarrollo de políticas energéticas y ambientales centradas en la descarbonización y la inversión en fuentes renovables, que la Exposición internacional de cinco años atrás puso de relieve. Junto a la atención por el diálogo interreligioso, son semillas concretas de esperanza plantadas en el terreno común de la humanidad, que a nosotros nos corresponde cultivar para las generaciones venideras; para los jóvenes, cuyos deseos es necesario considerar para tomar las decisiones de hoy y de mañana. La Santa Sede está cerca de ustedes en este itinerario; inmediatamente después de la independencia del país, hace treinta años, se establecieron las relaciones diplomáticas, y estoy contento de visitar el país en la proximidad de este aniversario. Aseguro que los católicos, presentes en Asia central desde tiempos antiguos, desean seguir testimoniando el espíritu de apertura y diálogo respetuoso que distingue esta tierra. Y lo hacen sin espíritu de proselitismo.
Señor Presidente, queridos amigos, les agradezco la acogida que me han dispensado y que revela su bien conocido sentido de hospitalidad, además de tener la oportunidad de vivir estos días de diálogo fraterno junto a los líderes de muchas religiones. Que el Altísimo bendiga la vocación de paz y unidad de Kazajistán, país del encuentro. A ustedes, que tienen la responsabilidad prioritaria del bien común, y a cada uno de los habitantes de este país, les expreso mi alegría por estar aquí y la voluntad de acompañar con la oración y la cercanía todo esfuerzo por un futuro próspero y armonioso de este gran país. Raqmét! [¡Gracias!] ¡Que Dios bendiga Kazajistán!