(ZENIT Noticias / Londres, 20.09.2022).- No sólo ha sido un sermón corto. Ha sido una homilía profundamente cristiana centrada que da esperanza en Cristo resucitado. La ha pronunciado el primado de la comunión anglicana en el funeral de estado por la reina Isabel II. Por su valor y actualidad, lo ofrecemos a continuación en lengua castellana:
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¡Ven Espíritu Santo, llénanos con el bálsamo de tu amor sanador! Amén.
El patrón de muchos líderes es ser exaltados en vida y olvidados después de la muerte. El patrón para todos los que sirven a Dios -famosos u ocultos, respetados o ignorados- es que la muerte es la puerta a la gloria.
Su difunta Majestad declaró en una transmisión por su 21º cumpleaños que toda su vida estaría dedicada a servir a la nación y a la Commonwealth.
Pocas veces una promesa así se ha cumplido tan bien. Pocos líderes reciben la efusión de amor que hemos visto.
Jesús –que en nuestra lectura no dice a sus discípulos cómo seguir, sino a quién seguir– dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». El ejemplo de Su difunta Majestad no se dio a través de su posición o su ambición, sino a través de a quién siguió. Sé que Su Majestad comparte la misma fe y esperanza en Jesucristo que su madre; el mismo sentido de servicio y deber.
En 1953 la Reina comenzó su Coronación con una oración silenciosa allí mismo en el Altar Mayor. Su lealtad a Dios fue dada antes de que cualquier persona le diera lealtad a ella. Su servicio a tantas personas en esta nación, en la Commonwealth y en el mundo, tenía su fundamento en su seguimiento de Cristo, Dios mismo, quien dijo que “no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos [1]”.
Las personas de servicio amoroso son raras en cualquier ámbito de la vida. Los líderes de servicio amoroso son aún más raros. Pero en todos los casos, los que sirven serán amados y recordados mientras que los que se aferran al poder y a los privilegios sean olvidados.
El dolor de este día, sentido no solo por la familia de la difunta Reina, sino por toda la nación, la Commonwealth y el mundo, surge de su abundante vida y su servicio amoroso, que ahora se nos ha dejado.
Era alegre, presente para tantos, tocó una multitud de vidas.
Oramos especialmente por toda su familia, que sufre como todas las familias en un funeral, incluidas tantas familias en todo el mundo que han perdido a alguien recientemente, pero en el caso de esta familia, lo hace en el más brillante de los focos.
Que Dios sane su dolor, que el vacío dejado en sus vidas quede marcado con recuerdos de alegría y de vida.
La transmisión de Su difunta Majestad durante el encierro de Covid terminó con: «Nos encontraremos de nuevo», palabras de esperanza de una canción de Vera Lynn. La esperanza cristiana significa la expectativa cierta de algo que aún no se ve.
Cristo resucitó de entre los muertos y ofrece vida a todos, vida abundante ahora y vida con Dios en la eternidad.
Como dice el villancico «donde las almas mansas lo reciban, aún entra el querido Cristo» [2].
Todos enfrentaremos el juicio misericordioso de Dios: todos podemos compartir la esperanza de la Reina que en la vida y la muerte inspiró su liderazgo de servicio.
Servicio en la vida, esperanza en la muerte. Todos los que siguen el ejemplo de la Reina, y la inspiración de la confianza y la fe en Dios, pueden decir con ella: «Nos volveremos a encontrar».
Citas:
[1] Mateo 20:28, NRSV
[2] O Little Town of Bethlehem
Traducción del original en inglés realizada por el director editorial de ZENIT.