(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 14.11.2022).- El sábado 12 de noviembre el Papa recibió en audiencia a los participantes en la Asamblea General de la Unión Mundial de Enseñantes Católicos. Ofrecemos la traducción al español del discurso originalmente pronunciado en italiano por el Papa.
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Agradezco al Presidente sus palabras de saludo y a todos los que pertenecéis a la Unión Mundial de Profesores Católicos (UMEC). Saludo y agradezco al Cardenal Farrell, al Arzobispo Dollmann, que es el asistente eclesiástico, y a los demás obispos presentes y al secretario del dicasterio para la cultura y la educación.
Estáis reunidos estos días en Roma para vuestra Asamblea General, que debe elegir también el nuevo Consejo Internacional. Expreso mi gratitud a los miembros del Comité del Presidente saliente por su servicio fiel y generoso durante muchos años, con la certeza de que el trabajo que han realizado –desinteresadamente y con gran pasión– dará sus frutos en el futuro.
Has vivido tiempos nada fáciles en su historia reciente, incluso con momentos de duda y desánimo. A veces casi parecía que ya no había condiciones para continuar, que había que terminar. Pero, gracias a Dios, incluso en estos tiempos tormentosos, has perseverado. Confiaban en Dios y en el apoyo de la Iglesia, seguían comprometiéndote con un espíritu de fe y esperanza cristiana. Tengan por seguro que las semillas sembradas en la esperanza siempre echan raíces y crecen.
La UMEC, como muchas otras asociaciones católicas, también se enfrenta al reto del cambio generacional, que preocupa especialmente a sus dirigentes. Les invito a que vean con buenos ojos esta necesidad. La realidad nunca es estática, es dinámica. Y esto, por supuesto, se aplica también a las agregaciones eclesiales: evolucionan y se desarrollan con el cambio de los tiempos, y cada cambio de época las enfrenta a una nueva misión. Por lo tanto, la renovación dentro de vosotros mismos y en funciones de mayor responsabilidad debe ser vista como el comienzo de una nueva misión, como una oportunidad para relanzar vigorosamente vuestras actividades de servicio y apoyo a las nuevas generaciones de profesores católicos, tanto los que trabajan en escuelas católicas como los que trabajan en instituciones interconfesionales o laicas.
Su sindicato pretende animar y motivar a todos estos profesores, para que sean plenamente conscientes de su importante misión como educadores y testigos de la fe, individualmente o dentro de grupos de colegas. Para ello os proponéis ser una red de colegas de profesión y de hermanos en la fe que, con un espíritu y un estilo de amistad, de acogida, de conocimiento mutuo y de crecimiento espiritual común, se ponen al servicio de todos los profesores católicos para que puedan conservar su identidad y llevar a cabo su misión. Yo diría que en esta tarea sois «colaboradores del Papa»: de hecho, la misión del Sucesor de Pedro es precisamente la de confirmar y sostener a los hermanos en la fe (cf. Lc 22,32). Y así, vosotros, en el mundo de la escuela, hacéis presente el servicio de la Iglesia de apoyar a los profesores católicos en la fe, para que puedan llevar a cabo su trabajo y su testimonio de la mejor manera posible, en situaciones a menudo complejas a nivel relacional e institucional.
La presencia de los educadores cristianos en el mundo escolar es de vital importancia. Y decisivo es el estilo que adopta. En efecto, el educador cristiano está llamado a ser a la vez plenamente humano y plenamente cristiano. No hay humanismo sin cristianismo. Y no hay cristianismo sin humanismo. No debe ser espiritualista, en órbita, «fuera del mundo». Debe estar arraigada en el presente, en su tiempo, en su cultura. Es importante que su personalidad sea rica, abierta, capaz de establecer relaciones sinceras con los alumnos, de comprender sus necesidades más profundas, sus preguntas, sus miedos, sus sueños. Y que también es capaz de testimoniar –en primer lugar con su vida y también con las palabras– que la fe cristiana abarca a todo el ser humano, a todo, que lleva la luz y la verdad a todos los ámbitos de la existencia, sin excluir nada, sin cortar las alas a los sueños de los jóvenes, sin empobrecer sus aspiraciones. En la tradición de la Iglesia, de hecho, la educación de los jóvenes siempre ha tenido como objetivo la formación completa de la persona humana, no sólo la instrucción de conceptos, la formación en todas las dimensiones humanas (cf. Conc. Vat. II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 48).
En relación con esta misión educativa, ustedes, UMEC, están llamados a apoyar a los profesores de todas las edades, de todas las condiciones de trabajo: tanto a los que tienen una larga experiencia –llena de satisfacciones pero también de dificultades– como a las nuevas generaciones, profesores animados por el entusiasmo y las ganas de hacer, pero con las fragilidades e incertidumbres que a menudo marcan los primeros años de la enseñanza. Todos estos profesores –si los miramos con una perspectiva cristiana, de la que ellos mismos a veces no son plenamente conscientes– están en condiciones de dejar una huella, para bien o para mal, en la vida de los niños, adolescentes y jóvenes, que les son confiados durante mucho tiempo. ¡Qué responsabilidad! Y qué oportunidad, introducirlos, con sabiduría y respeto, en los caminos del mundo y de la vida, acompañando sus mentes para que se abran a lo verdadero, a lo bello, a lo bueno. Sabemos, por experiencia personal, lo importante que es tener buenos maestros y sabios educadores en los años de formación.
Queridos amigos, en vuestro apostolado tenéis en cuenta, con razón, que el arte de educar debe ser cultivado y aumentado continuamente. No es algo que se adquiera de una vez por todas. Y si esto es cierto para varias profesiones, que requieren actualización, la de profesor tiene una peculiaridad única: ¡porque no se trabaja con objetos, sino con sujetos! La educación tiene que ver con el ser humano, y además en edad de desarrollo. Son personas que cambian de un año a otro, incluso a veces de un mes a otro. Además, los jóvenes de una generación son diferentes a los de la siguiente. Los educadores, por tanto, deben renovarse constantemente en sus motivaciones y formas de trabajo. No pueden ser rígidos. La rigidez destruye la educación. En su acercamiento a los diferentes grupos de alumnos y estudiantes, se les pide cada año que empiecen de nuevo, que redescubran la capacidad de empatía y comunicación. Su tarea, en este sentido, es ayudarles a mantener vivo el deseo de crecer junto a sus alumnos, a encontrar las formas más eficaces de transmitir la alegría del conocimiento y el deseo de la verdad, adoptando lenguajes y formas culturales adecuadas a los jóvenes de hoy.
Y sobre esto me gustaría subrayar una cosa. Dije: «lenguas adaptadas a las formas culturales actuales». Sí, pero cuidado con la colonización ideológica. Una cosa es estar con la cultura del momento, hablar el lenguaje del momento, y otra cosa es dejarse colonizar ideológicamente. Por favor, tengan cuidado al enseñar a los profesores a discernir qué es una novedad que hace crecer y qué es una ideologización, una colonización ideológica. Hoy, las colonizaciones ideológicas destruyen la personalidad humana y cuando entran en la educación hacen una carnicería.
Me gustaría hacer una última invitación que me resulta muy cercana. Su sindicato puede ayudar a que los profesores católicos conozcan el Pacto Mundial por la Educación. Como saben, esta iniciativa, que ha contado con el aval de numerosas instituciones educativas, pretende «aunar esfuerzos en una amplia alianza educativa para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y oposiciones y reconstruir el tejido de relaciones para una humanidad más fraterna» (Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo, 12 de septiembre de 2019). Confío en su compromiso de implicar a los profesores miembros de la UMEC en este proyecto, que quiere poner en el centro a la persona en su dignidad y belleza, y a las familias como sujetos educativos primordiales.
Queridos hermanos y hermanas, os animo a mirar hacia delante con esperanza y a dar un nuevo impulso a la Unión de Profesores Católicos. Te espera un gran trabajo y una importante misión en el mundo de la educación. Que la Virgen y los Santos y Santos Maestros os acompañen e inspiren. Yo también estoy con uds. en este reto, no como santo o santa, sino como compañero de lucha. De corazón les bendigo y les pido que recen por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.