"Interreligious" General Audience in St. Peter's Square of Wednesday

Encuentro ecuménico en la audiencia general . Foto: Vatican

10 años con el Papa Francisco: Las religiones al servicio de la fraternidad

Cuatro principios en el diálogo entre la Iglesia católica, durante el Pontificado de Francisco, y las demás religiones.

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Por: Marcelo Bravo Pereira, LC

 

(ZENIT Noticias / Roma, 12.03.2023).- En ocasión del X aniversario del Pontificado del Papa Francisco, algunos especialistas contribuyen en ZENIT con artículos que profundizan algún aspecto de este Papa. A continuación un artículo del P. Marcelo Bravo, LC, profesor de Teología del Pluralismo religioso en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, de Roma.

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Papa Francisco, siguiendo la línea de sus predecesores, ha buscado constantemente el encuentro con los representantes de otras religiones. A ejemplo de san Francisco, ha querido mantener un dialogo basado sobre unos principios bastante claros y que describe sintéticamente en el capítulo octavo de Fratelli Tuttilas religiones al servicio de la fraternidad. Me permito enumerar estos cuatro principios que se desprenden de la lectura del capítulo.

1º una fraternidad que se funda en la paternidad divina

En la paternidad divina todos somos hermanos, no porque somos iguales, sino porque somos hijos de un único Padre. Aquí es donde uno puede encontrar la diferencia entre la visión iluminista, que es una visión mundana de la fraternidad, y la auténtica visión fraterna que la Iglesia Católica, junto con otras religiones están promoviendo. Somos iguales, tenemos la misma dignidad porque somos hijos de un único Padre. Desde esta perspectiva, la Iglesia católica tiene una misión particular porque, si lo analizamos con atención, el evangelio está lleno de referencias a la paternidad divina. Recordemos que en todo el Nuevo Testamento se habla casi 170 veces de Dios como Padre. Esto es paradójico porque en el Antiguo Testamento, en donde nos podríamos esperar que se exalte la paternidad de Dios, sin embargo, las referencias a Dios como padre son más bien escasas: más o menos unas 11 veces. 170 veces en el Nuevo, 11 en el Antiguo Testamento.

Por otro lado, es necesario reconocer que no todas las religiones han hecho, como el cristianismo, una experiencia tan desarrollada y rica de la paternidad divina. Ésta es una de las aportaciones más significativas que nuestra fe puede hacer a las religiones: ¡somos hijos de un único Padre! Aquí radica la dignidad igual para todos los hijos. Somos hermanos, no porque somos iguales, sino porque somos hijos. Somos hermanos, no porque tenemos los mismos derechos, sino todos los derechos y toda la igualdad y toda la dignidad tiene como fundamento precisamente la paternidad de Dios.

2º Una verdad trascendente que supere el interés particular

El segundo principio es la afirmación de la verdad, que trasciende el interés particular. Esta característica de la experiencia religiosa va, de alguna, manera a superar el «estado de naturaleza» del que hablaban algunos filósofos iluministas, de «la guerra de todos contra todos» y, por ende, la necesidad de un Estado-Leviatán que esté que esté por encima de todos para poder preservar la convivencia social, renunciando cada uno a un aspecto de su propia libertad. Los hombres religiosos reconocemos que existe una verdad trascendente, que hay algo que está por encima, que el hombre no es demiurgo de su propia verdad. Este es el fin último y el bien supremo que hace que todos nuestros intereses particulares, si son legítimos y buenos, puedan encontrar su punto omega, su punto de convergencia.

Las religiones, con su sentido de trascendencia de alguna manera pueden promover esta visión de la realidad. Existe una verdad que hemos de acoger, que no construimos con nuestras propias manos. Ésta es una verdad que todos pueden reconocer precisamente porque trasciende la particularidad y contingencia en la que el hombre vive. Más allá de nuestras visiones parciales, de nuestros universos restringidos, por encima de las nubes de nuestros particularismos, brilla una verdad que genera comunión, que nos hace sentirnos hermanos y compañeros de camino. Los hombres que buscan el bien, los hombres de buena voluntad van detrás de esta verdad a la que tienden todas las religiones, todos los ojos y todos los corazones.

3º La misión pública de los hombres religiosos

El Papa considera que, precisamente porque los hombres religiosos tienen algo que decir, no podemos dejar que hablen solo los poderosos y los científicos de este mundo. También los hombres religiosos, precisamente sacando inspiración de sus propios textos religiosos, pueden contribuir a la comprensión de lo humano en el mundo. Las fuentes religiosas nos ofrecen tantas reflexiones y tantas profundizaciones sobre la dignidad del hombre, sobre su fin último, sobre la fraternidad, sobre la posibilidad de encontrar entre todos el fundamento de la existencia. Por ejemplo, en todas las tradiciones religiosas existe la ley de oro: «no hagas al otro no que no quisieras que te hicieran a ti». Esta máxima la encontramos en el cristianismo pero que también en las demás religiones.

Papa Francisco hace referencia a la vocación al dialogo que han de seguir los hombres religiosos. Esto podría parecer paradójico, porque muchas veces se ha acusado a las religiones de sembrar división, con sus guerras y sus dogmas. El Papa nos invita a esforzarnos sinceramente para poder alcanzar este diálogo, que ciertamente implica una grande fatiga, pero es muy importante, en primer lugar para dar testimonio ante el mundo, «para que el mundo crea». Esto Papa Francisco lo afirma a propósito del diálogo interreligioso, pero sobre todo con los hermanos separados, con las Iglesias y comunidades eclesiales todavía no completamente en comunión con la Iglesia Católica.

4º La vocación católica de la Iglesia

Finalmente, el Papa recuerda cuál es la vocación católica de la Iglesia. Los cristianos tenemos que saber afirmar nuestra propia identidad, tenemos que «hacer resonar la música del evangelio» en todos los ambientes, con sencillez y libertad. Por eso el cristiano tiene el derecho natural a exigir que la sociedad civil respete este derecho. Esto vale también, y principalmente, cuando se encuentra en una situación de minoría. Así como los cristianos tenemos que respetar la libertad religiosa de las minorías religiosas, también tenemos que elevar la voz para que se respete el derecho de las minorías cristianas a expresar públicamente la propia fe, en el respeto del derecho natural y propio de las naciones.

Es interesante que Francisco incluya este derecho a «hacer resonar la música de Cristo», precisamente en virtud de la catolicidad. La Iglesia está llamada a encarnarse en todos los pueblos y en todas las naciones. Esto la coloca en una condición privilegiada para desarrollar su vocación de diálogo. Esta vocación tiene como fin proponer y comprender la belleza de la invitación al amor universal. Para Francisco está en la naturaleza misma del cristianismo la llamada a penetrar todas las culturas a encarnarse a cada una de las culturas; como enseñaba Jean Daniélou, un teólogo del Concilio, la iglesia es como una Esposa vestida con las joyas, que son las riquezas culturales y espirituales de toda la humanidad. No se trata de ser más light – la expresión es del Papa –, ni de esconder las propias convicciones. Se trata de promover en primer lugar un diálogo religioso antes de comenzar un diálogo interreligioso; es decir un diálogo religioso en donde cada uno vive su propia fe y la vive con intensidad y la presenta con sencillez a los demás.

Estas cuatro ideas fundamentales son una buena síntesis de lo que Francisco ha llevado a cabo desde los inicios de su pontificado: la fraternidad que se funda en la paternidad divina y que la Iglesia puede proponer la belleza de la paternidad divina a la sociedad y a las religiones; la afirmación de una verdad trascendente que supere el interés particular: no podremos ser hermanos y tratarnos como tales sin una referencia a una verdad trascendente, porque si solamente nos fijamos en las verdades pragmáticas que cambian o en las conveniencias del momento, al final vamos a acabar luchando los unos contra los otros. En tercer lugar, el reconocimiento de nuestra fraternidad nos debe llevar a unirnos para dar testimonio de los valores perennes en la vida pública: los hombres religiosos estamos llamados a hacer sentir nuestra voz entre los hombres políticos, los poderosos y los científicos de este mundo. Finalmente hemos de reconocer la vocación católica de la iglesia. Nuestra misión es colaborar con todas las religiones, que se respete el derecho de las minorías religiosas y que tengamos la posibilidad de hacer resonar la música de Cristo en el mundo.

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Redacción Zenit

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