Por: Chiara Pellegrino
(ZENIT Noticias – Oasis Center / Milán, 09.07.2023).- Esta semana, dos acontecimientos en particular han monopolizado la atención de la prensa árabe: las protestas y enfrentamientos en Francia tras el asesinato de Nahel al-Marzouki, de 17 años, y la quema del Corán que tuvo lugar la semana pasada en Suecia.
En el diario digital Asas Media, el intelectual libanés Ridwan al-Sayyid se pregunta si hay un resurgimiento mundial de la islamofobia. La lista de hostilidades cometidas contra los símbolos del Islam y contra los fieles es muy larga: en India, millones de musulmanes están expuestos a los ataques de la policía y los tribunales; en Myanmar, la minoría musulmana rohingya es perseguida; los musulmanes de Xinjiang, en China, son hacinados en lo que parecen campos de concentración.
«En Europa han surgido partidos de derechas, una de las razones de su auge es la inmigración masiva que sigue generando alarma: la inmigración alimenta a la derecha, y la derecha, cuando llega al poder o gobierna, promulga leyes que aumentan la sensación de alienación y persecución entre los jóvenes de esas comunidades, exponiéndolos al acoso policial. Así, en esos países la democracia se erosiona y los jóvenes, ya descontentos y revueltos, pierden las garantías de la ciudadanía, la ley y la dignidad humana».
Sin embargo, los problemas no son sólo culpa de Occidente, porque los países de origen también tienen sus responsabilidades:
«Nuestros países siguen alienando a sus gentes y los jóvenes siguen emigrando; los que no son tragados por las profundidades del mar y llegan a uno de los países europeos se incorporan a las periferias de la pobreza y el desempleo y, con el tiempo, se convierten en una bomba de relojería, como las que estallaron en Francia en los últimos días, destruyendo ciudades, saqueando comercios y causando una tremenda devastación, lo que aumentará aún más la presión sobre ellos por parte de las sociedades y las autoridades».
Además, escribe al-Sayyid, desde que el Papa Francisco ascendió al trono pontificio en 2013 ha advertido constantemente
«sobre la necesidad de no convertir el islam en un problema global. […] La realidad, sin embargo, es que el islam se ha convertido en un problema global. No desde 2001, sino desde la década de 1990, cuando las semillas de la violencia contra el mundo contemporáneo comenzaron a germinar en los círculos árabes llamados ‘al-Qaeda'».
El camino hacia la salvación está plagado de obstáculos, concluye al-Sayyid, citando un verso del famoso poeta Abu l-‘Ala’ al-Ma’arri (m. 1058): «¡Oh morada de Khayf! Cerca de visitar, pero el camino para llegar es temible».
El diario panárabe londinense al-Quds al-Arabi publicó un editorial del escritor argelino Waciny Laredj, autor de varias novelas ambientadas en Argelia y galardonado con el Premio Jeque Zayed de Literatura en 2007:
«Estamos ante una parte de la sociedad francesa que hoy sucumbe bajo el peso de la droga, la marginación, el paro y el desconcierto total, bajo el peso de las prácticas racistas, que en los últimos años se han ‘pasado por la aduana’, convirtiéndose en norma y quedando impunes. Jóvenes sin un verdadero «guía» capaz de polarizar su rabia y transformarla en una fuerza consciente de rechazo de ese «nihilismo» que ha afligido a generaciones enteras y que hoy alcanza a la nueva generación digital. Ésta vive dentro de dos mundos contradictorios: el mundo de la imagen y la felicidad hipotética e imaginaria, y el infeliz mundo de la realidad, dentro de barrios que empiezan a convertirse en oscuros guetos. Hay una energía de protesta que rechaza las condiciones de vida, pero es una energía «nihilista» que se manifiesta violentamente y acaba por volverse contra sí misma más de lo que se beneficia».
En los últimos años, escribe Laredj, los movimientos extremistas han hecho del racismo su caballo de batalla para proteger a «la verdadera Francia» del ataque de los extranjeros, cuyo número se ha disparado y corre el riesgo de convertir a la minoría en mayoría, en lo que Renaud Camus llamó Le grand remplacement, el gran reemplazo. Además, los de origen árabe no tienen ninguna posibilidad de ser considerados franceses al cien por cien: «No basta con ser francés de nacimiento, o de familia francesa desde hace dos o tres generaciones, porque en cualquier caso los orígenes siguen siendo no europeos». Estos peligrosos incidentes han sacado a la luz los falsos «discursos patrióticos» tras los que se esconden los «nuevos racistas», que han encontrado en los incidentes y el caos una oportunidad para hablar de «dos sociedades contrastadas unidas en un solo cuerpo». La primera está [compuesta por los] franceses verdaderos y civilizados, la segunda es una sociedad extranjera, bárbara, hostil a la civilización y a la cultura francesas. […] Un absurdo y una superficialidad intelectual indicativos de la ingenuidad de la extrema derecha y de ciertas élites francesas, que huyen de su historia y de una parte de su componente interior. Los que salieron a la calle son franceses por excelencia, y no hay otra solución que asimilar esta parte de la ecuación nacional, de lo contrario la crisis de los próximos años adquirirá mayores proporciones y será aún más peligrosa».
El exdirector de al-Sharq al-Awsat, ‘Abdul Rahman al-Rashid, cree que las protestas y los enfrentamientos en Francia no tienen nada que ver con la injusticia social, los racistas blancos, los musulmanes y la quema del Corán, ni con la revista satírica Charlie Hebdo. «La causa», escribe, «es la debilidad de la autoridad central [francesa], que genera un aumento de la desobediencia de las masas. La gente se provoca mutuamente en los escenarios de las redes sociales y luego pasa a los públicos, a menudo llenos de campañas de intimidación y mentiras. La debilidad de la autoridad incita a cualquiera a infringir la ley, sea cual sea su intención, color o deseo, ya se trate de venganza, saqueo o caos». Según al-Rashid, «una de las causas del fracaso de la seguridad es el fracaso cultural. Francia y la mayoría de los países europeos no se han preocupado de establecer un proyecto cultural que permita a los inmigrantes y a sus hijos integrarse en la sociedad y convertirse en ciudadanos que creen en los mismos valores y respetan las leyes del país que les ha concedido el derecho a residir y trabajar».
En el diario panárabe al-‘Arabi al-Jadid, Ernest Khoury compara el modelo de integración francés con el británico. Francia «exige la integración total de todos los que llevan su identidad. En esto Francia se diferencia de su vecina Gran Bretaña, donde se hablan 600 lenguas y dialectos, cuya política hacia los inmigrantes se basa en la coexistencia de grupos (comunitarismo), y donde los derechos sólo están ligados al respeto de la ley, el pago de impuestos y la ausencia de antecedentes penales. Francia establece una cuarta condición, que es la «integración en los valores franceses». El francés, por tanto, está obligado a limitar su identidad a la de Francia, mientras que en Gran Bretaña pueden coexistir muchas identidades. Según Khoury, los factores que explican los enfrentamientos son esencialmente dos: el racismo y el factor identitario-cultural, representado por el odio que sienten los manifestantes hacia todo lo relacionado con el país donde nacieron la mayoría de ellos. «En Francia, el racismo está muy extendido en la policía y en otros ámbitos», como demostraría la colecta de fondos lanzada para apoyar a la familia del policía que mató a Nael al-Marzouki y que, en pocos días, ha recaudado más de un millón de euros.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.