Papa Francisco durante el Ángelus. Foto: Vatican Media

¿Me dejo asombrar por el bien que cambia el mundo o perdí la capacidad de asombro? La pregunta del Papa convertida en meditación

Alocución en ocasión del rezo del Angelus del domingo 9 de julio de 2023.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 09.07.2023).- Unas 15 mil personas acompañaron al Papa en el rezo de la oración mariana del Ángelus este domingo 9 de julio en la Plaza de San Pedro. En los saludos posteriores a la oración el Papa expresó su pesar por la situación de violencia contra los palestinos en Tierra Santa. Dado que el 9 de julio se celebra la Jornada del Mar, el Pontífice hizo un recuerdo de la conmemoración. Finalmente, también hizo el anuncio para la creación, el 30 de septiembre de 2023, de nuevos cardenales. A continuación el texto en español de la alocución:

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El Evangelio de hoy relata una oración muy hermosa de Jesús, que se dirige al Padre diciendo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25). Pero, ¿de qué cosas habla Jesús? Y luego, ¿quiénes son esos pequeños a quienes se revelan? Detengámonos en esto: las cosas por las que Jesús alaba al Padre y los pequeños que saben recibirlas.

Las cosas por las que Jesús alaba al Padre. Poco antes, el Señor recordaba algunas de sus obras: «Los ciegos recobran la vista […] los leprosos quedan limpios, […] a los pobres se anuncia el Evangelio» (Mt 11,5), y revelaba su significado, diciendo que son signos de la acción de Dios en el mundo. El mensaje, pues, es claro: Dios se revela liberando y curando al hombre –no lo olvidemos: Dios se revela liberando y curando al hombre– y lo hace con un amor gratuito, un amor que salva. Por eso Jesús alaba al Padre, porque su grandeza consiste en el amor y nunca actúa fuera del amor.

Pero esta grandeza en el amor no es comprendida por quienes presumen de ser grandes y se hacen un dios a su imagen: poderoso, inflexible, vengativo. En otras palabras, estos presuntuosos no pueden aceptar a Dios como Padre; los que están llenos de sí mismos, orgullosos, preocupados sólo por sus propios intereses –estos son los presuntuosos–, convencidos de que no necesitan a nadie. Jesús nombra, a este respecto, a los habitantes de tres ciudades ricas de la época, Corazìn, Betsaida y Cafarnaún, donde realizó muchas curaciones, pero cuyos habitantes permanecieron indiferentes a su predicación. Para ellos, los milagros no eran más que acontecimientos espectaculares, útiles para aparecer en los titulares y alimentar las habladurías: agotado su interés pasajero, los archivaban, quizá para atender a alguna otra noticia del momento. No han sabido acoger las grandes cosas de Dios.

Los pequeños, en cambio, saben acogerlas y Jesús alaba al Padre por ellos: «Te bendigo –dice– porque has revelado el Reino de los Cielos a los pequeños. Lo alaba por los sencillos, que tienen el corazón libre de presunción y de amor propio. Los pequeños son los que, como los niños, se sienten necesitados y no autosuficientes, están abiertos a Dios y se asombran de sus obras. Saben leer sus signos, se maravillan ante los milagros de su amor. Os pregunto a cada uno de vosotros, a mí también: ¿sabemos maravillarnos de las cosas de Dios o las tomamos como cosas pasajeras?

Hermanos y hermanas, nuestra vida, si lo pensamos bien, está llena de milagros: está llena de gestos de amor, de signos de la bondad de Dios. Ante ellos, sin embargo, también nuestro corazón puede permanecer indiferente y volverse habitual, curioso, incapaz de asombrarse, de dejarse «impresionar». Un corazón cerrado, un corazón blindado, carece de la capacidad de asombrarse. Impresionarse es un hermoso verbo que recuerda a la película de un fotógrafo. Esta es la actitud correcta ante las obras de Dios: fotografiar sus obras en la mente, para que queden impresas en el corazón, y luego desarrollarlas en la vida, a través de muchos gestos de bien, para que la «fotografía» del amor de Dios sea cada vez más luminosa en nosotros y a través de nosotros.

Y ahora preguntémonos, cada uno de nosotros: en la avalancha de noticias que nos abruma, ¿sé, como nos muestra hoy Jesús, detenerme en las cosas grandes de Dios, las que Dios realiza? ¿Me dejo asombrar como un niño por el bien que silenciosamente cambia el mundo, o he perdido la capacidad de asombro? ¿Y bendigo cada día al Padre por sus obras? Que María, que se regocijaba en el Señor, nos permita maravillarnos de su amor y alabarle con sencillez.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción zenit

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