Por: Luis Santamaría del Río
(ZENIT Noticias – Porta Luz / Zamora, 25.07.2023).- El pasado 26 de junio se hizo público un informe (pulse para leerlo) donde se documenta en más de 800 páginas, los diversos abusos –tanto sexuales como de poder y de conciencia– ejercidos durante años por miembros de una congregación religiosa francesa: la Comunidad de San Juan; que incluye hermanos, hermanas contemplativas, hermanas apostólicas y oblatos.
Fue fundada en 1975 por el fraile dominico Marie-Dominique Philippe (1912-2006), profesor en la Universidad de Friburgo (Suiza); a quien ya en 1957 Roma había condenado, al probarse que era encubridor de los abusos cometidos por su hermano.
Y ese episodio no impidió que, además, en 1982 la Comunidad de San Juan diera a luz su rama de “hermanas contemplativas de San Juan”, gracias a una estrecha colaboradora del P. Philippe, la ex monja carmelita Alix Parmentier (1933-2016).
Una corrección que no fue posible
Las acusaciones de conductas sexuales inapropiadas (incluidos los abusos sexuales a varias mujeres por parte del fundador) y “derivas sectarias” llevaron a que en 2009 el entonces arzobispo de Lyon, el cardenal Barbarin, destituyera a la propia hermana Parmentier como superiora, nombrando una nueva. Cabe destacar que la fundadora tuvo relaciones íntimas con el fundador desde los años 50 y “animó” a otras religiosas a hacer lo mismo… lo que llegó a la cantidad de 25 mujeres abusadas por el fundador Marie-Dominique Philippe. Además, para abundar en delito e inmoralidad, la propia monja Parmentier abusaba de sacerdotes y religiosas.
Pero gran parte de la congregación no aceptó la decisión, lo que motivó la intervención de la Santa Sede, nombrando comisarios pontificios, que prohibieron a las responsables intervenir en el gobierno del grupo. Los intentos de modificación del funcionamiento perverso fueron infructuosos y, tras sucesivos actos de desobediencia (que incluyeron campañas de presión y la complicidad de algunos clérigos relevantes), se decidió finalmente la expulsión de sor Alix Parmentier y otras tres religiosas -también involucradas en los delitos-, por orden directa del Papa Francisco. En 2013, la Comunidad de San Juan reconoció oficialmente las agresiones sexuales perpetradas por el P. Marie-Dominique Philippe.
Más tarde, en 2019 la congregación llevó a cabo un capítulo general que trajo consigo la “refundación”, distanciándose por completo de su fundador –algo semejante a lo que han tenido que hacer otras instituciones eclesiales fundadas por personas cuyo carácter abusador se ha conocido después–. De hecho, el informe citado lo ha publicado la propia Comunidad de San Juan, con la voluntad de mostrar transparencia, reconocimiento de lo sucedido y propósito de enmienda tras la corrección eclesial. Parecía el final del nefasto período y la posibilidad de un nuevo comienzo en el que están inmersos ahora mismo.
Stella Matutina: ¿monjas herederas de un abusador?
Pero la polémica no ha quedado ahí… porque surgió una escisión. En 2012 las “hermanas contemplativas” que no estuvieron de acuerdo con la intervención vaticana crearon en Córdoba (España) una nueva entidad -el Instituto de las Hermanas de San Juan y Santo Domingo-, que luego fue disuelta por Benedicto XVI en enero de 2013.
Un año después, ya en el pontificado de Francisco, la Santa Sede permitió que algunas de esas hermanas -quienes habían abandonado la comunidad originaria- pudieran formar una nueva asociación de fieles con vistas a convertirse en una nueva congregación; pero siempre que mantuvieran la exclusión de las cuatro religiosas ya expulsadas.
Así, en 2014 iniciaron en España una nueva comunidad de vida consagrada: las Hermanas de María Stella Matutina, que fue acogida en la diócesis de San Sebastián. Sin embargo, lo que a primera vista parecía una buena señal de vitalidad en la fe, un nuevo fruto de la acción del Espíritu Santo suscitando carismas en la Iglesia, ha pasado a resultar sospechoso, porque estas religiosas serían… herederas del P. Marie-Dominique Philippe.
Considerando ese hecho, el diario católico francés La Croix publicó los días 10 y 11 de julio un extenso reportaje en dos partes, fruto de la investigación de Mikael Corre. Este periodista de 35 años afirma sin titubeos que el padre Philippe “mantuvo una verdadera cultura de violencia sexual en la Iglesia”, un legado que “sigue muy vivo”. Y se pregunta: “¿Cómo pueden estas hermanas disidentes, que reclaman la herencia de un agresor sexual, establecer hoy, reclutar y abrir casas en diócesis de todo el mundo?”. Ahora bien, afirmar que las hermanas “reclaman la herencia de un agresor sexual”, parecería una acusación teñida de insidia si no se fundamenta de manera creíble…
Se creían elegidas, y el ambiente era paranoico
En su reportaje, Mikael Corre ofrece algunos detalles muy significativos de cómo se vivió todo el proceso que hemos resumido. Cuenta cómo “comenzó la disidencia”, es decir, la desobediencia a todas las decisiones disciplinarias que las autoridades eclesiásticas iban descubriendo paulatinamente –primero como un presunto fenómeno de abusos de poder por parte de las superioras… y más tarde como un horrible caso de abusos sexuales generalizados–. Una de las responsables expulsadas les decía a las religiosas expulsadas en 2009: “Somos perseguidas, es un signo de santidad”. Y también: “No estamos adoctrinadas. Somos fieles a la verdad. Dios no ha dicho la última palabra”.
Empezaron a vivir un clima paranoico, que afectó especialmente a las más jóvenes. “Nos dijeron repetidamente que el demonio estaba atacando a la comunidad”, recuerda una de ellas. Hasta llamaron a un exorcista para que bendijera los espacios de la congregación, o realizaron vigilias en las que encendían velas ante una imagen del fundador, ya fallecido entonces. Las consecuencias en la vida personal de las integrantes llegaron hasta el intento de una por prenderse fuego en un coche.
¿Una refundación real?
Hablamos de un Instituto que hoy está formado por unas 300 religiosas, autorizado por la Santa Sede desde 2014, como ya se ha dicho, e incardinado en la diócesis española de San Sebastián. Allí, en un convento de la localidad de Bergara, tiene su sede central. En su doble reportaje, Mikael Corre relata que cuando se transmitió en el convento la decisión vaticana –aprobación, sí, pero con la exclusión de las cuatro sancionadas previamente–, hubo lágrimas. Por eso el redactor se pregunta: “¿El fin del reinado de las hermanas disidentes?”.
Y los datos que ofrece no son nada alentadores. Según el periodista francés, “todo el mundo en Roma sabe bien que ninguna de las mujeres sancionadas ha salido realmente de la comunidad hasta la fecha. Incluso continúan ejerciendo un control total sobre ella”. Una actuación al margen de la Iglesia que no hace otra cosa que confirmar los peores presagios sobre las dinámicas sectarias internas. En efecto, en el convento de Bergara una de las religiosas teóricamente expulsadas dirige al resto, y durante varios años ha hecho lo mismo su hermana gemela en otra comunidad que tienen en Italia.
Manipulación psicológica comunitaria
La continuidad entre la antigua fundación del P. Philippe y la nueva realidad receptora de su herencia es patente. “Nada parece haber cambiado en Stella Matutina”, leemos en La Croix, que recoge lo siguiente como síntesis de los testimonios de varias ex consagradas: “el mismo ritmo frenético de los días, las comidas a solas en la celda, la mendicidad, la influencia y las presiones mentales de las superioras, situadas en lo alto de un sistema piramidal e infantilizador, el agotamiento, las depresiones y los intentos de suicidio escondidos a las familias…”.
Una de las exreligiosas revela ahora: “Cuando me fui, me di cuenta de que estaba completamente destruida en mi ser”. Otra comenta que, cuando le tocó luchar contra sus episodios de depresión y ansiedad, “las hermanas no me permitieron hablar con un psicólogo”, y solamente podía compartir lo que vivía con su maestra de novicias. Estuvo en María Stella Matutina entre 2020 y 2022, y afirma tajante que “no han cambiado nada las prácticas malsanas y peligrosas que existen desde el origen de la comunidad”.
Algo que llama poderosísimamente la atención es que las hermanas celebren cada año “el aniversario de la muerte de Marie-Dominique Philippe con una liturgia específica inscrita en su salterio. El ‘padre’, a quien 25 mujeres acusan de haberlas agredido, es erigido como un cuasi-santo en la comunidad”. El periodista francés continúa diciendo que “su rostro sonriente está por todas partes en las paredes de los conventos y en las imágenes piadosas publicadas por las hermanas”.
Un desafío abierto para la Iglesia
Cabe preguntarse si no hay una dejadez o negligencia en las autoridades de la Iglesia, que después de demostrarse tantos años de abusos a tantas personas –no olvidemos el informe de 800 páginas que acaba de publicarse, que reconoce la existencia de 167 víctimas– permiten que siga viva una realidad que presuntamente perpetúa un daño así. Mikael Corre relata en su doble reportaje las alianzas y complicidades que las Hermanas de María Stella Matutina siguen teniendo entre los jerarcas católicos.
Curiosamente, el periodista apunta a obispos de muy diversas sensibilidades: algunos de ellos situados en posturas más conservadoras, pero uno que destaca sobremanera por su carácter progresista. También, como suele pasar en estos casos, el dinero juega un papel fundamental. Algo que sirve para hacerse con inmuebles y propiedades… y en ocasiones hasta para conseguir favores y amistades. A quienes caen en esta trampa, por muy buena intención que tengan y por mucho que se les engañe desde realidades eclesiales con carácter sectario, habría que recordarles las palabras claras del Señor: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24).
La Iglesia católica en Francia ha tenido que afrontar varias crisis en este sentido, y sigue afectada por otras derivas sectarias que han dañado a muchas personas. Además, el caso de las Hermanas de María Stella Matutina, derivadas de la Comunidad de San Juan, está vinculado a otro gran caso de abusos: el de la comunidad El Arca, iniciada por Jean Vanier, que reprodujo las terribles conductas de su mentor, el dominico Thomas Philippe (1905-1993), en la comunidad El Agua Viva. Sí: el P. Thomas Philippe era hermano del P. Marie-Dominique Philippe. Toda una genealogía de abusos que ha hecho un inmenso daño, y que resumió hace tiempo La Croix en un reportaje.
¿Cómo es posible que haya podido suceder esto, si la Santa Sede tuvo claros los primeros abusos ya en la década de los 50 del siglo XX? ¿Continúa presente una cultura de silencio que sigue dejando impunes a los agresores?, que son muy hábiles para presentarse como víctimas de conspiraciones y luchas ideológicas en la Iglesia. Ésta tiene claros los principios (por ejemplo, Portaluz explicó en un artículo los criterios de los obispos franceses para las derivas sectarias internas). Lo que hace falta es ponerlos en práctica, y que no tiemble el pulso a la hora de defender a las víctimas. La Iglesia siempre tiene que proteger a los más débiles. Las palabras de Cristo siguen siendo siempre vigentes: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).