(ZENIT Noticias / Roma, 11.06.2024).- El padre Álvaro Granados está enfermo de ELA (esclerosis lateral amiotrófica) desde hace seis años. Mantiene su servicio sacerdotal en la parroquia romana de San Josemaría Escrivá.
Dejó la enseñanza en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz a causa de la enfermedad y se ocupa atendiendo en la iglesia antes referida: concelebra la misa de lunes a viernes, ofrece dirección espiritual a sacerdotes y fieles, y confiesa a amigos y feligreses todos los días: hora y media cada mañana y cada tarde.
Nació en Madrid en 1964, se licenció en Derecho por la Universidad de La Laguna, de Tenerife, en 1988 y estudió teología en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma. Obtuvo el doctorado en filosofía en 1996, con especialización en Antropología Filosófica. Recibió la ordenación sacerdotal en 1994 y trabajó como formador en el Colegio Eclesiástico Internacional «Sedes Sapientiae», entre 1995 y 2006. Ocupó la rectoría del Colegio Sacerdotal Tíber y completó el doctorado en Teología Pastoral durante 2009 en la Universidad Lateranense. La ELA interrumpió sus labores de profesor.
«Al principio, me di cuenta de que ya no tenía sensación en el pie derecho. Entonces, tras algunas visitas médicas, me diagnosticaron la enfermedad. Primero perdí el movimiento de mis extremidades inferiores y luego de mis extremidades superiores. Llevo un año completamente inmovilizado. Solo puedo mover la cabeza, la mandíbula y la boca».
Sin embargo, continuó su ministerio sacerdotal. «Es una enfermedad muy dura, pero me ha permitido madurar y, sobre todo, entender cuáles cosas importan realmente en la vida. Además del valor de la fe cristiana, en estos años de enfermedad, he descubierto y redescubierto el gran valor de las relaciones humanas, aquello por lo que realmente vale la pena luchar en este mundo. Los que tienen muchas relaciones con la gente son ricos, los que no las tienen son pobres».
Las visitas de amigos y familiares le enriquecen. “Están muy contentos de verme, pero yo soy el que más se beneficia de estos encuentros, así como de la cercanía de mi familia y de los sacerdotes. Creo que solo se puede vivir bien con cualquier enfermedad si se está rodeado de personas que no te hagan sentir como una carga, que te muestran su amor».
Estima mucho a los trabajadores de la salud que le cuidan a diario. «Tengo una relación con ellos que va más allá de la profesional. Son extraordinarios, pasamos nueve horas al día juntos. Puedo decir que nos divertimos. Gracias a Dios y a toda esta gente, estoy viviendo con mucha serenidad», confiesa.
Del trato con quienes convive, surgieron los videos que publica desde hace un año en YouTube. Son comentarios del Evangelio para enfermos. «Estos videos son sobre todo el resultado de la terquedad de un querido médico amigo mío, que se empeña en hacerlos. Yo solo me habría rendido de inmediato. En cambio, gracias a su aliento, seguí adelante. Espero que puedan ser útiles a quienes, como yo, sufren. Y espero poder dar sentido a la enfermedad de otras personas, incluso como sacerdote enfermo».
Don Álvaro recibe la fuerza del Evangelio. Se identifica mucho con el pasaje de la viuda en el templo, pues con dos centavos entusiasmó a Cristo, a Dios. “Pienso que, al ofrecerle las pequeñas cosas de mi enfermedad, las dolencias, un dolor repentino, un momento de incomodidad, es como si me acercara al comportamiento de la viuda. No estoy dando nada concreto, pero para Dios es mucho, es todo. Lo llena de amor. Al ofrecer las pequeñas y grandes dificultades por las que paso, puedo llenar de gozo el corazón de Dios. Esto me emociona y me ayuda a dar sentido a mi enfermedad».
Recuerda las enseñanzas de san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Solía decir que las personas más importantes de la Iglesia son los enfermos. Han acompañado la historia del cristianismo. Siempre ha habido personas que ofrecen su enfermedad a Dios con amor y fe, convirtiéndose en el fundamento de la comunidad eclesial. Sólo cuando estemos en la próxima vida entenderemos lo importante que han sido los enfermos para sostener la Iglesia y la humanidad con su propio sacrificio, silencioso, de aceptar la enfermedad como una ofrenda a Dios en Cristo».
Tiene en mente a quienes sufren como él: «Me gustaría decirles a los enfermos que jugamos un papel muy importante en una sociedad que se está volviendo cada vez más individualista. Ayudamos a todos a ser respetuosos con las personas como tales. Esto es particularmente importante hoy en día, porque existe la tendencia generalizada a evaluar a la persona solo por su utilidad, por cuánto gana, por lo hermosa que es, por cuánto hace en una empresa. Pero no. El ser humano tiene un valor infinito por el solo hecho de ser un ser humano. Los enfermos recordamos a toda la sociedad este principio fundamental: la dignidad infinita de la persona, como enseña el Dicasterio para la Doctrina de la Fe en su reciente documento Dignitas Infinita».
Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de este enlace.