(ZENIT Noticias – Porta Luz / Madrid, 03.07.2024).- Una vez más el sacerdote y exorcista norteamericano Stephen Rossetti comparte sus experiencias y aprendizajes en el ministerio del exorcismo desde su blog personal. Esta vez relata que la semana del 17 de junio de 2024, en medio de un exorcismo, escuchó algo que nunca había oído en una sesión.
Recién terminaban de rezar el Prólogo del Evangelio de Juan que aclama en le versículo catorce del primer capítulo: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», cuando la persona atacada por el demonio, por quien estaban orando, volvió en sí y lo miró…
«Le pregunté cómo se encontraba y respondió: «¡Me ha invadido un sentimiento de ENVIDIA increíblemente fuerte!» En su vida cotidiana no es una persona envidiosa, así que ¿de dónde le venía aquello? Obviamente, de los demonios. Las personas que sufren agresiones demoníacas suelen tener una relación simbiótica con los demonios: pueden sentir y percibir algo de lo que experimentan los demonios y viceversa», enseña el exorcista.
Escuchar el Prólogo del Evangelio de Juan, que hace hincapié en la Encarnación de Dios -puntualiza Rossetti-, “era un tormento para ellos: les llenaba de envidia”.
Se suele pensar -dice el sacerdote- que los ángeles caídos pecaron originalmente por orgullo. Pero muchos teólogos, entre ellos Santo Tomás, señalan que también pecaron por envidia.
En efecto, desde el principio, Dios reveló a los ángeles su plan de encarnarse en el Verbo. «La idea de que Dios se humillara y se convirtiera en un ser humano, y no en un ángel -afirma Stephen Rossetti-, enfureció a Satanás y a sus seguidores. El orgullo y la envidia alimentaron su rechazo a Dios. Estos ángeles caídos querían más de lo que Dios les daría y querían conseguirlo por sí mismos, sin depender de Su generosidad».
El exorcista lamenta que hoy en día no se escuche hablar mucho desde los púlpitos sobre el pecado de la envidia. En particular -añade- porque el mal, los conflictos y discordia se han vuelto habituales en nuestro mundo. Gran parte de todo aquello tiene su origen en la envidia: no estar agradecidos por todo lo que Dios nos ha dado, reflexiona.
Los demonios -dice Rossetti- nos incitan constantemente «a cometer los mismos pecados de los que ellos son culpables, en particular sus pecados de orgullo y envidia. Quieren que suframos con ellos y bajo su brutal yugo en esta vida y en la otra».
Al finalizar el exorcista ofrece un «antídoto». Es una “oración sencilla” -señala- que sólo puede salir del corazón de un alma que está a salvo: «Gracias Jesús«. Dilo a menudo, insiste, invitando a unirse con él en la siguiente oración:
Jesús, te doy gracias
Jesús, te doy gracias. Te doy gracias porque, siendo el Hijo de Dios, te humillaste y te hiciste uno de nosotros. Te doy gracias por enseñarnos acerca del Padre y por compartir tu Palabra. Te doy gracias por tu amoroso sacrificio en la Cruz. Gracias por compartir con nosotros a tu hermosa Madre. Gracias por enviarnos tu Espíritu Santo. Que la gratitud brote de mi corazón y se profundice cada día. Te pido la gracia de alabarte y darte gracias hoy y siempre. Jesús, te doy gracias. Jesús, te doy gracias. Jesús, te amo.
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