(ZENIT Noticias / Kansas, 23.08.2024).- En un rincón sereno de Kansas, en medio de vastas tierras de cultivo, un pequeño grupo de monjas benedictinas ha emergido como una fuerza inesperada pero poderosa en el mundo corporativo estadounidense. Desde su monasterio en el Monte Santa Escolástica, estas 80 hermanas han decidido enfrentarse a gigantes empresariales como Google, Target y Citigroup, con un propósito claro: influir en políticas corporativas que consideran éticamente cuestionables.
Lejos de la típica imagen de un accionista activista, las benedictinas han utilizado su fe y determinación para exigir a estas corporaciones una mayor responsabilidad social. Han pedido a empresas como Chevron que revisen sus políticas de derechos humanos y a Amazon que haga públicos sus gastos en lobby. Incluso han propuesto a Netflix que adopte un código de ética más inclusivo y diverso para su junta directiva.
Bajo la dirección de la hermana Barbara McCracken, quien lidera el programa de responsabilidad corporativa de las monjas, estas mujeres se han ganado tanto respeto como desdén en las salas de juntas de Estados Unidos. “Nos ven como una pequeña mosca en la sopa”, comenta McCracken, consciente de la incomodidad que su activismo genera en algunas corporaciones.
El enfoque de las monjas no es nuevo en el ámbito religioso. Desde la década de 1970, grupos de fe han utilizado sus inversiones para impulsar el cambio social, comenzando con campañas contra el apartheid en Sudáfrica. Sin embargo, el compromiso de las hermanas del Monte Santa Escolástica adquirió un nuevo ímpetu en los años 90, cuando decidieron invertir para asegurar el bienestar de las hermanas mayores de su comunidad. “Queríamos asegurarnos de que nuestras inversiones reflejaran nuestros valores y no contribuyeran al sufrimiento de otros”, explica la hermana Rose Marie Stallbaumer, quien supervisó las finanzas del monasterio durante años.
Aunque las resoluciones que presentan rara vez son vinculantes y a menudo enfrentan rechazo, las monjas ven en ellas una herramienta poderosa para educar y generar conciencia dentro de las empresas. Con el tiempo, han visto cómo el apoyo a sus propuestas ha crecido, pasando de ser un esfuerzo marginal a conseguir hasta un 30% de respaldo entre los accionistas.
A pesar de las críticas que enfrentan por ser percibidas como “demasiado liberales” o incluso por no estar en la primera línea de la lucha contra el aborto, las hermanas permanecen firmes en su misión. Su enfoque se basa en la enseñanza social católica, que defiende a los pobres, a los inmigrantes y al medio ambiente, siguiendo el ejemplo del Papa Francisco.
La preocupación por el cambio climático ocupa un lugar central en su activismo. En su monasterio, han convertido 53 acres de tierra en un modelo de sostenibilidad, con paneles solares, jardines comunitarios y colmenas que produjeron 800 libras de miel el año pasado. Este compromiso con el cuidado del planeta es parte integral de su fe, reflejando las enseñanzas de la Iglesia sobre la responsabilidad de proteger la creación.
A sus 85 años, la hermana McCracken ha encontrado en el activismo accionista una forma de seguir luchando por la justicia, incluso cuando sus fuerzas físicas ya no le permiten estar en las calles. “No nos jubilamos”, afirma con determinación. “Si aún tenemos lucidez, seguimos adelante”.
Estas monjas han demostrado que, incluso desde un lugar pequeño y aparentemente insignificante, se puede ejercer una influencia poderosa y persistente en el vasto y complejo mundo de las grandes corporaciones. Con su fe como guía, continúan abogando por un mundo más justo y compasivo, sin importar cuán grandes sean los obstáculos en su camino.
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