(ZENIT Noticias / Roma, 01.07.2025).- Jaime Lorente, el popular actor español conocido mundialmente por su papel como Denver en La Casa de Papel, compartió públicamente su testimonio de conversión y el reencuentro con la fe que recibió en su infancia. En una entrevista concedida al espacio El Cafetal, conducido por Josué Moreno, el actor relata cómo ha redescubierto la espiritualidad que conoció en casa, en el seno del Camino Neocatecumenal, comunidad a la que pertenecían sus padres.
A los 14 años, Lorente decidió alejarse de su comunidad. Sentía entonces que no encajaba, que algo lo desconectaba del grupo y que su libertad se veía restringida. Durante años, se mantuvo alejado de la fe, viviendo lo que describe como un “tiempo de desierto”. Sin embargo, con el paso del tiempo y tras experiencias personales profundas, su visión sobre la libertad cambió por completo.
Hoy entiende la libertad no como un simple derecho, sino como una capacidad que se ejercita cada día. “Trato de usar mi libertad para acercarme un poquito a hacer el bien”, afirma. Esa nueva manera de mirar su vida lo ha llevado a reencontrarse con lo espiritual, no como una obligación, sino como una fuente de sentido y transformación interior.
Uno de los momentos más importantes en su camino fue observar cómo el amor ha sido el origen de soluciones profundas dentro de su propia familia. “Ese gesto de amor ha venido de un convencimiento de que a través de la fe y de lo que nos enseñó Jesús se puede vivir mejor”, explicó con emoción. Para él, esa experiencia ha sido reveladora y le ha dado una nueva comprensión sobre el poder del amor.
Dice el actor que la fe tiene la capacidad real de mover, cambiar y hacer que una familia sea firme. Es, en sus palabras, un elemento sólido, palpable, que genera unidad y fortaleza donde antes hubo heridas o confusión.
Este redescubrimiento ha sido un proceso de certeza profunda: “Sabes que sí. Es que para mí no hay duda. No hay ni una mínima duda”, afirma de forma contundente. Frente a quienes creen que la fe es algo intangible o lejano, Lorente sostiene lo contrario. “La fe se toca, se palpa. Es que te cambia el corazón. Es que te lo toca. Te cambia profundamente”.
Incluso plantea que, si algún día dejara de creer, lo vivido ya le ha transformado. “Esto que me llevo es precioso. Me hace tratarme mejor, me hace tratar mejor a mis hijos, a mi mujer, a mis padres. Me hace ser mejor”. Esa mejora personal, dice, es el fruto más claro y real de su experiencia de fe, un cambio que se refleja en su día a día.
También ha sido un camino de sanación. Lorente reconoce que ha padecido mucho debido a conductas propias que no lo representaban, y que ha trabajado también con ayuda psicológica. “En esa etapa mía he hecho cosas con las que no me sentía nada identificado. Muchas veces me cuesta perdonarme, cuando ya lo estoy”, confiesa con honestidad.
Destacó desde su experiencia: “No conozco a nadie tocado por Dios que no pasara por un desierto”. En uno de esos momentos de lucha interior, lo único que le quedó fue arrodillarse. Y fue ahí cuando todo cambió. En ese gesto de humildad, algo se movió dentro de él.
Recordó entonces las palabras de su madre: “El Espíritu Santo puede lograr cosas que no te creerías.” Desde entonces, comenzó a ver lo que llama “regalos de Dios” en todas partes, especialmente en su esposa. “Me falta vida para agradecer a mi mujer lo que ha hecho por mí, y ella no es creyente. Me van a faltar horas, días, semanas, todo para agradecerle”.
Lorente también admitió que durante mucho tiempo se manejó “con muy poca humildad”, creyendo que podía con todo, tanto los problemas propios como los ajenos. Esa actitud lo llevó a perderse. “Me fui metiendo en un laberinto, para abajo, para abajo, para abajo…”, recuerda.
Hoy, su vida está atravesada por una práctica diaria de fe. Consulta la Biblia cada día y ha aprendido a descansar sus cargas en Dios. “No me voy a acercar jamás a la perfección”, reconoce, “pero sí puedo obrar de forma perfecta. Sí puedo hacer acciones que sean perfectas. Mínimas. Eso me acerca un poquito. Desde que me levanto, cómo le hablo a la persona que tengo al lado, a mis hijos… esas pequeñas cosas sí pueden hacerse perfectas”.
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