(ZENIT Noticias / Tel Aviv, 25.07.2025).- En la densa niebla de la guerra, hay momentos que trascienden los cálculos militares y entran en el ámbito de la reflexión moral. Uno de ellos se produjo el 17 de julio, cuando un ataque mortal impactó la única parroquia católica de la ciudad de Gaza, la Iglesia de la Sagrada Familia, causando la muerte de tres personas y heridas al menos a diez más. En el momento del incidente, alrededor de 500 civiles desplazados —muchos de ellos niños, ancianos y personas con discapacidad— se refugiaban dentro de sus muros.
Días después, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) describieron el incidente como resultado de un «fallo técnico», no de un error de cálculo humano. En un informe, investigadores militares afirmaron que los daños se debieron a una desviación involuntaria de la munición durante una operación en la zona. El ataque, añadieron, fue producto de un fallo en el propio proyectil o en el mecanismo de disparo, por lo que ningún soldado podía ser considerado responsable.
Si bien el ejército ha aclarado desde entonces los protocolos para las operaciones cerca de lugares religiosos y estructuras sensibles, las implicaciones más amplias del incidente siguen sin resolverse y, para muchos, son profundamente preocupantes. El anuncio de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) de que no habría consecuencias disciplinarias ni legales se hace eco de un patrón que ha acompañado a otros incidentes de alto perfil, como el asesinato de la periodista Shireen Abu Akleh en 2022 y las muertes de Nahida y Samar Kamal Anton en la misma iglesia atacada este mes.
Este patrón de investigaciones que terminan sin rendición de cuentas alimenta el escepticismo mucho más allá de Gaza. En declaraciones a la radiodifusión nacional italiana, el cardenal secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, cuestionó abiertamente si el ataque podía realmente considerarse un error. «Se puede dudar legítimamente de la naturaleza accidental del suceso», declaró, señalando el papel moderador que históricamente han desempeñado las comunidades cristianas en las sociedades de Oriente Medio. «Lo que ha sucedido es gravísimo». El párroco herido, el argentino Gabriel Romanelli, se había convertido en un nombre familiar para los espectadores italianos gracias a las llamadas telefónicas diarias con el difunto papa Francisco, quien seguía de cerca los esfuerzos de la iglesia para albergar a los vulnerables. Romanelli sobrevivió al ataque, pero este dejó más que daños físicos: destruyó lo poco que quedaba del frágil sentido de santuario en la minoría cristiana de Gaza, marcada por la guerra.
En una muestra de solidaridad, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, y el patriarca ortodoxo griego Teófilos III visitaron el enclave días después del bombardeo. Su visita incluyó la entrega de ayuda humanitaria y apoyo espiritual a una comunidad ahora aún más debilitada y traumatizada. Sin embargo, su presencia simbólica también subrayó una frustración más profunda: la sensación de que los gestos diplomáticos y las visitas pastorales no pueden sustituir la justicia ni una disuasión significativa.
Mientras tanto, otro incendio —este literal— ha encendido la polémica en la aldea cisjordana de Taibeh, un enclave históricamente cristiano. El incendio se desató cerca de la iglesia de San Jorge en medio de crecientes tensiones con las comunidades de colonos cercanas. Mientras el clero local y los residentes acusaban a los colonos judíos de incitación e intimidación, un informe policial de las autoridades israelíes presentó un panorama radicalmente diferente. Según la investigación, los colonos no solo no fueron responsables, sino que supuestamente ayudaron a extinguir el incendio. Aun así, el informe no identificó a ningún responsable.
Estas contradicciones no han hecho más que ahondar la desconfianza entre las comunidades cristianas y las instituciones israelíes. El hecho de que ambos incidentes —Gaza y Taibeh— ocurrieran con pocos días de diferencia refleja una preocupación más amplia: que las minorías cristianas, consideradas durante mucho tiempo un puente en el diálogo interreligioso, se ven cada vez más atrapadas en el fuego cruzado del conflicto geopolítico y las tensiones internas.
Con la confianza desmoronándose y las dudas en aumento, la pregunta ahora no es solo si estos actos fueron intencionales, sino si alguien, en cualquier lugar, rendirá cuentas.
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Texto completo del comunicado:
Ayer [martes 22 de julio], el Comando Sur completó una investigación sobre el impacto de mortero en la Iglesia de la Sagrada Familia en la ciudad de Gaza el jueves 17 de julio de 2025.
La investigación reveló que, durante una operación de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la zona de la ciudad de Gaza, la iglesia fue alcanzada accidentalmente debido a un desvío involuntario de municiones. El impacto causó daños a la estructura y varios civiles gazatíes resultaron heridos. Durante la operación, se realizaron ajustes para mejorar la precisión del fuego y, tras el incidente, se aclararon aún más las directrices para abrir fuego cerca de edificios religiosos, refugios y otros sitios sensibles.
Destacamos que, de acuerdo con la solicitud de los representantes del Patriarca en Jerusalén, las Fuerzas de Defensa de Israel, a través de COGAT, han facilitado la entrada de ayuda humanitaria, incluidos alimentos, equipos médicos y medicamentos, a la Iglesia de la Sagrada Familia en Gaza. Además, en los últimos días, las FDI coordinaron la entrada de una delegación de los Patriarcas Griego y Latino, acompañada por un grupo de clérigos cristianos, para visitar la Iglesia Latina en la Franja. Asimismo, coordinaron la evacuación de los heridos del incidente para que recibieran tratamiento médico.
Las FDI dirigen sus ataques militares únicamente contra objetivos militares y trabajan para mitigar el daño a los civiles y a la infraestructura civil tanto como sea posible, incluidas las instituciones religiosas. Las FDI lamentan cualquier daño causado a civiles.
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