(ZENIT Noticias / París, 23.11.2025).- En una ceremonia que combinó el peso de la historia con un discreto gesto de fraternidad moderna, el presidente francés, Emmanuel Macron, confirió el grado de Gran Oficial de la Legión de Honor al arzobispo Joan-Enric Vives, obispo emérito de Urgell y copríncipe emérito de Andorra. La condecoración, otorgada en el Palacio del Elíseo el 14 de octubre de 2025, honró a un clérigo cuya inusual doble función —pastor espiritual y jefe de Estado— encarna uno de los equilibrios más delicados de Europa entre la Iglesia y la República.
La máxima distinción de Francia, creada por Napoleón Bonaparte en 1802, reconoce desde hace tiempo a quienes contribuyen a la vida cívica o cultural de la nación. Sin embargo, que una república laica condecorara a un obispo católico —quien, por tradición, comparte la soberanía sobre un microestado vecino— no era un gesto cualquiera. Fue, como lo describió el propio arzobispo Vives, un acto de amistad que trascendió las fronteras políticas y religiosas.
“Valoro profundamente que la Francia laica haya honrado a un obispo, un cristiano como yo”, declaró Vives a Aleteia tras la ceremonia. “Es un reconocimiento no solo a mi labor, sino a lo que representan los sacerdotes; un gesto de estima del presidente Macron que recibo con gratitud y humildad”.
Tras las formalidades de las medallas y los discursos se esconde una historia única de continuidad en un fragmento de la vieja Europa. El coprincipado de Andorra, enclavado entre Francia y España en los Pirineos, es uno de los últimos sistemas políticos del mundo en los que la soberanía se comparte entre una figura religiosa y un líder secular. El obispo de Urgell y el presidente de Francia forman juntos la doble jefatura de gobierno del estado, un acuerdo centenario codificado en la Constitución andorrana de 1993.
Moment de la imposició de Gran Oficial de la Legió d’Honor a #MonsVives al Palau de l’Elisi. El Copríncep Macron reconeix la devoció i el compromis vers Andorra. pic.twitter.com/7IVDYcE5pn
— Bisbat d’Urgell (@BisbatUrgell) October 14, 2025
Para Vives, quien fue copríncipe durante veintidós años antes de jubilarse, el premio de Macron no fue solo una distinción personal, sino un reconocimiento simbólico a la contribución discreta pero constante de Andorra a la estabilidad europea. “Significa amistad y reconocimiento para Andorra, a través de sus autoridades”, declaró. “Lo acepto en nombre de todos aquellos que me han hecho quien soy”.
Apenas una semana antes de recibir la máxima condecoración de Francia, el prelado había sido condecorado con la Cruz de los Siete Brazos, la orden civil suprema de Andorra, otorgada por su dedicación, constancia y servicio al principado. La combinación de ambas distinciones —una secular, otra cívica y otra eclesial— reflejaba la doble vocación que ha definido su vida pública: servicio al Estado sin dejar de servir al Evangelio.
La decisión de Macron de incluir a Vives entre los homenajeados con la Legión de Honor puede interpretarse como un acto de fineza política tanto como de estima personal. El presidente francés ha buscado a menudo enmarcar su visión de la República como una república abierta al diálogo con las tradiciones religiosas, aun cuando defiende el principio de laicidad. Honrar a un obispo católico que ha encarnado la cooperación entre la Iglesia y el Estado —sin difuminar las fronteras entre ambos— sirve como recordatorio de que el secularismo no tiene por qué significar hostilidad hacia lo sagrado.
No era la primera vez que el copríncipe de Andorra recibía tal reconocimiento. En 2003, el arzobispo Joan Martí Alanis, predecesor de Vives en Urgell, también fue condecorado por Francia por su papel en el impulso de la transición de Andorra a la democracia constitucional. Dos décadas después, la decisión de Macron de otorgarle el mismo honor a Vives evoca aquel momento anterior, reafirmando el respeto de Francia por el perdurable, aunque improbable, experimento político de Andorra.
Y, sin embargo, para el hombre protagonista del momento, el significado de tales honores sigue arraigado en la humildad. «El clero no vive para estos reconocimientos», dijo Vives en voz baja después de la ceremonia. «Lo que deseamos es ser reconocidos por el Señor. Le pido que tenga piedad de mí en el día del juicio».
El comentario pareció proyectar una larga sombra de perspectiva sobre los dorados salones del Elíseo, un recordatorio de que, debajo de la solemnidad republicana de la ceremonia, se encontraba un hombre cuya lealtad estaba más allá de cualquier estado.
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