(ZENIT Noticias / Londres, 23.11.2025).- La Iglesia de Inglaterra se ha visto una vez más atrapada entre las exigencias de la doctrina y las presiones de un mundo cambiante. A mediados de octubre, sus obispos votaron a favor de suspender un plan largamente esperado que habría puesto a prueba ceremonias de bendición separadas para parejas del mismo sexo, una medida aplaudida por los tradicionalistas y lamentada por los reformistas. La decisión, según afirmaron, se debió a la necesidad de un mayor consenso del órgano rector de la Iglesia antes de que dichas ceremonias pudieran llevarse a cabo.
Bajo las normas actuales, los sacerdotes aún pueden ofrecer oraciones de bendición a parejas del mismo sexo dentro de los servicios religiosos regulares, un acuerdo que en su día se consideró un puente entre dos bandos irreconciliables. Sin embargo, para muchos, ahora simboliza la incapacidad de la Iglesia para avanzar con decisión en una de las cuestiones morales más decisivas de su época.
El arzobispo de York, Stephen Cottrell, el segundo clérigo de mayor rango de la Iglesia de Inglaterra, reconoció el dolor que causaría la decisión. “Creemos haber hecho lo correcto”, dijo, citando directrices legales y teológicas, “pero sabemos que será difícil y decepcionante para algunos”.
Las mesuradas palabras de Cottrell no pudieron ocultar una verdad más profunda: la Iglesia sigue profundamente fracturada, y su comunión global se resiente bajo la presión de visiones contrapuestas de la fe, la cultura y la identidad humana.
El momento no podría ser más delicado. Menos de dos semanas antes, la Iglesia de Inglaterra hizo historia —y controversia— al nombrar a la obispa Sarah Mullally como próxima arzobispo de Canterbury. Será la primera mujer en ocupar el cargo, lo que la convierte tanto en la líder espiritual de la Iglesia de Inglaterra como en la cabeza simbólica de la Comunión Anglicana mundial, una comunidad de unos 85 millones de creyentes.
Pero esa comunidad mundial está sumida en el caos. Más del 80% de los anglicanos en todo el mundo —principalmente en África y Asia— se han distanciado de la iglesia madre inglesa en los últimos años, citando el liberalismo teológico en cuestiones de sexualidad y género como el punto de ruptura. El nombramiento de Mullally, por histórico que sea, ha profundizado la división.
Para muchos en el Sur Global, la aceptación provisional de las bendiciones para personas del mismo sexo por parte de la Iglesia de Inglaterra representa una traición a la enseñanza bíblica. Para los anglicanos liberales en Gran Bretaña y en otros lugares, la decisión de retrasar la implementación de dichas bendiciones representa una traición de otro tipo: la negativa a brindar atención pastoral y reconocimiento a los cristianos fieles que mantienen relaciones amorosas entre personas del mismo sexo.
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