(ZENIT Noticias / Roma, 20.12.2025).- Petro Didula, un periodista ucraniano de 59 años, casado y padre de cinco hijos, ha decidido emprender un camino radical: ingresar al seminario grecocatólico para formarse como sacerdote, con la intención de servir como capellán militar en medio de la guerra entre Ucrania y Rusia.
Su vocación no nació en su juventud, sino en un momento de dolor profundo. En 2023, durante el funeral de Dmytro Pashchuk —joven militar y prometido de su hija—, Petro sintió algo que describió como una verdadera experiencia de la Resurrección. Esta lo sacudió por dentro: el dolor de la pérdida se convirtió en un llamado para dar sentido a la muerte.
Un día, mientras regresaba en bicicleta a su casa, una idea insistente lo invadió: “Ve al seminario ahora”. Llamó al rector del seminario en Leópolis, quien lo animó a seguir adelante, recordándole que no era el primero en responder tarde al llamado ya que el padre Taras Panat se ordenó a los 69 años apenas en julio de 2023.
Sus dudas y el peso de una vida familiar ya establecida lo hicieron vacilar. “Humanamente, no quería continuar mis estudios”, ha confesado, especialmente cuando sintió que su memoria no retenía todo el volumen de información. Pero un retiro ignaciano de ocho días y el apoyo de los sacerdotes católicos que lo acompañaban, le dieron la claridad necesaria para perseverar.
La reacción de su familia fue de asombro, pero también de respeto. Su esposa Natalia y su madre, presentes en muchas entrevistas, muestran ternura y orgullo ante una decisión tan valiente. Para ellos, no es solo el abandono de una carrera profesional, sino una oferta de vida nueva, encauzada por la fe.
Lo que motiva a Petro es su deseo profundo de estar junto a quienes más lo necesitan: los soldados en el frente. En un conflicto desgarrador, él quiere ofrecer no solo consuelo espiritual, sino también esperanza y presencia humana. Cree que como sacerdote puede ser “la mano de Dios” para aquellos que viven el horror todos los días.
Pero su camino no ha sido fácil. A sus casi sesenta años, tiene que estudiar materias densas, adaptarse a la vida de seminario, y convivir con seminaristas mucho más jóvenes. Además, la guerra añade una urgencia extra: su formación debe preparar no solo para administrar los sacramentos, sino también para estar en zonas peligrosas como capellán militar.
Menciona que, si logra ordenarse sacerdote, su mayor deseo es poder acompañar con firmeza a sus compatriotas en el frente de batalla.
La Iglesia greco-católica de Ucrania, es una Iglesia en plena comunión con Roma, pero con una disciplina diferente: a diferencia del rito latino, en su Iglesia los hombres casados pueden ser ordenados sacerdotes, siempre que contraigan matrimonio antes de la ordenación. Aunque en el caso de hombres casados y con familia, el proceso es aún más difícil ya que se tienen que separar de su familia por seis años para hacer los estudios en el seminario, lo cual crea algunas complicaciones para la familia del candidato al sacerdocio.
Esta diferencia con el rito latino se entiende en su contexto histórico: las Iglesias orientales católicas, como la ucraniana, han mantenido durante siglos la práctica de permitir sacerdotes casados. Aun así, no pueden casarse después de ser ordenados, y los obispos deben ser célibes, según las normas propias de ese rito.
El arzobispo mayor de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, Sviatoslav Shevchuk, ha señalado que este modelo no excluye desafíos: aunque permiten sacerdotes casados, no hay un número automático de vocaciones por ello, y el matrimonio no es garantía de que aumente el clero ni de la santidad de vida del sacerdote.
El testimonio de Petro Didula se suma al de muchos otros capellanes militares que, desde el comienzo de la guerra, han tomado la decisión de acompañar a los soldados en medio del fuego, llevando consuelo, perdón, y la presencia de Cristo en un ambiente tan hostil como lo es un conflicto armado.
Hoy, su figura representa un símbolo: el de un hombre que, cuando la vida parecía ya escrita, se atrevió a responder a un llamado más grande que él. En un país golpeado por la guerra, su vocación se convierte en mensaje vivo de esperanza, sacrificio y fe en medio de la oscuridad.
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