CASTEL GANDOLFO, 31 agosto 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Juan Pablo II al encontrarse este domingo a mediodía con los peregrinos congregados en el patrio de la residencia pontificia de Castel Gadolfo.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
1. En los domingos pasados, mi reflexión se ha detenido en Europa y en sus raíces cristianas, recorriendo el texto de la exhortación apostólica postsinodal «Ecclesia in Europa». Este documento se concluye con una «consagración a María» de todos los hombres y mujeres del continente, consagración que hoy quiero renovar para que la Virgen Santa permita que Europa se convierta en una sintonía de naciones comprometidas conjuntamente en la construcción de la civilización del amor y de la paz.
2. En todo país europeo son innumerables los santuarios marianos. Mi pensamiento se dirige hoy en particular al Santuario de la Virgen de las Lágrimas de Siracusa, donde se celebra el quincuagésimo aniversario de la lacrimación de María. Saludo con gran afecto al arzobispo y a la comunidad de Siracusa, que precisamente mañana, 1 de septiembre, concluirá solemnemente el Año Mariano extraordinario, proclamado para recordar un acontecimiento tan sorprendente. Saludo a los numerosos devotos que de Sicilia y de muchas partes de Italia y del mundo han ido a venerar a la «Virgen de las Lágrimas». Saludo al grupo de peregrinos de Siracusa que han traído aquí una corona de oro para ser bendecida y que será colocada sobre la Virgen.
Me detengo en devota contemplación ante el precioso relicario de las Lágrimas de la Virgen, que ha visitado las diferentes comunidades eclesiales de Sicilia, suscitando por doquier conmoción y entusiasmo espiritual. ¡Qué misteriosas son estas lágrimas! Hablan de dolor y ternura, de consuelo y de misericordia divina. Son el signo de una presencia materna, y un llamado a convertirse a Dios, abandonando el camino del mal para seguir fielmente a Jesucristo.
3. Dulce Virgen de las Lágrimas, te presentamos la Iglesia y el mundo entero. Mira a quien tiene necesidad de perdón y reconciliación, suscita concordia en las familias y paz entre los pueblos.
Enjuga las lágrimas que el odio y la violencia provocan en muchas regiones de la tierra, especialmente en Oriente Medio y en el continente africano.
¡Que tu llanto, Madre, sea prenda de conversión y de paz para todos tus hijos!
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Tras rezar el «Angelus», el Papa saludo a los peregrinos en varios idiomas. En castellano, dijo:]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. El apóstol Santiago, en su Carta, nos exhorta a poner en práctica con obras buenas la palabra de Dios que hemos escuchado.