Espiritu Santo, vitral del altar de la cátedra de san Pedro, en el Vaticano

Espiritu Santo, vitral del altar de la cátedra de san Pedro, en el Vaticano (Foto ZENIT cc)

Credibilidad a prueba

«Oremos al Espíritu Santo, para que conceda al Papa discernimiento y fortaleza»

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+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
VER
Lo que faltaba: “¡Fuego amigo!”. Un arzobispo italiano, ya jubilado, ex-Nuncio en los Estados Unidos, violando gravemente su obligación, por respeto a las personas, de mantener informaciones en secreto, sugiere que el Papa Francisco debería renunciar, por haber tolerado las graves fallas de un ex-cardenal norteamericano. Esto va a ser usado por descreídos y por desconfiados hacia el Papa, para ahondar motivos de perderle credibilidad a él y a la Iglesia.
No tengo bases para afirmar que el denunciante miente; pero estoy plenamente seguro de que el Papa Francisco no exculpó al acusado, sino que quiso tener más seguridad, más datos perentorios, más testimonios contra el delincuente. Cuando los tuvo, lo suspendió de toda actividad ministerial y le quitó el cardenalato. Es de justicia proceder de esta manera.
Recuerdo un caso que debí atender. Me llegaban rumores de que un sacerdote estaba faltando gravemente al celibato, conviviendo con una mujer, pero no tenía pruebas seguras. No era un caso de pederastia. Le llamé en dos o tres ocasiones, para hacerle ver las denuncias que había en su contra. Siempre negaba lo que le achacaban. Yo no podía proceder en su contra, mientras no tuviera pruebas fehacientes, pues podría cometerle una injusticia, ya que se podría tratar de calumnia. Llegó el día en que tuve pruebas, irrefutables y comprobables, y le suspendí de inmediato. Aún así, me amenazó con hacerme un juicio eclesiástico, alegando razones improcedentes. Yo quería destruir las pruebas, que eran vergonzosas; pero las conservamos por lo que se pudiera necesitar. Algunos me criticaron por esta decisión, pues no conocían las pruebas, y por respeto a él yo no debía mostrarlas a todo público. Es muy complicado proceder con justicia y con verdad, cuando está en juego una persona, cuyos derechos hay que cuidar y respetar.
En los motivos que tuvo el ex–Nuncio para hacer esta denuncia, se puede percibir la oposición que ha encontrado el Papa Francisco en algunos ambientes clericales, incluso de altos rangos, que no aceptan la reforma integral que él está proponiendo. No quieren dejar la vida principesca que han llevado; no aceptan la vida sencilla y austera del Papa; no toleran que hable tanto de la opción por los pobres y que la viva, ni que defienda tanto a los migrantes y a las mujeres. Le achacan errores doctrinales e imprudencias pastorales, porque su estilo les choca, les parece populista y casi comunista. Hay ambientes, sobre todo en Europa y Estados Unidos, que no toleran el nuevo modo de ser Iglesia que alienta, más cercana al pueblo, más comprometida y misericordiosa con los pobres, más preocupada por la ecología y por el ecumenismo; todo ello en base a una fidelidad profunda al Evangelio de Jesucristo. Ya quisieran que se terminara este papado y que llegara otro más acorde a lo que el Papa Francisco ha calificado como “un cierto estilo católico propio del pasado” (EG 94).
PENSAR
Las denuncias reiteradas que el Papa Francisco acaba de hacer en Dublín, Irlanda, con ocasión del Encuentro Mundial de la Familia, nos demuestran que está dispuesto a proceder con “tolerancia cero” ante los abusos clericales. Entre otras cosas, dijo: “No puedo dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos. El fracaso de las autoridades eclesiásticas —obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros— al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto estos sentimientos. Mi predecesor, el Papa Benedicto, no escatimó palabras para reconocer la gravedad de la situación y solicitar que fueran tomadas medidas «verdaderamente evangélicas, justas y eficaces» en respuesta a esta traición de confianza. Su intervención franca y decidida sirve todavía hoy de incentivo a los esfuerzos de las autoridades eclesiales para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder. Más recientemente en una Carta al Pueblo de Dios he renovado el compromiso, más aún, un mayor compromiso para eliminar este flagelo en la Iglesia” (25-VIII-2018).
Este es su compromiso y estoy seguro de que ha procurado ser fiel y coherente. Lo ha remarcado en la audiencia general de la semana pasada: “Mi visita a Irlanda tenía que hacerse cargo del dolor y la amargura por los sufrimientos causados en el país por los varios tipos de abuso, también por parte de miembros de la Iglesia, y por el hecho de que las autoridades eclesiásticas del pasado no hayan sabido afrontar de manera adecuada estos crímenes. El encuentro con los sobrevivientes ha dejado un signo profundo, y en varias ocasiones he pedido perdón al Señor por estos pecados, por el escándalo y el sentido de traición causados. He pedido a la Virgen que interceda por la curación de las víctimas y nos dé la fuerza de proseguir con firmeza la verdad y la justicia” (29-VIII-2018).
ACTUAR
Oremos al Espíritu Santo, para que conceda al Papa discernimiento y fortaleza para afrontar el momento que estamos viviendo. No nos dejemos apabullar por comentarios que insistan en debilitar la credibilidad hacia la Iglesia y el Papa. Mantengamos nuestra confianza en que Dios lo puso precisamente para enderezar muchas cosas que deben vivirse con más fidelidad al Evangelio. ¡Cuenta con nuestro apoyo y nuestra confianza!

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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