CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 26 enero 2005 (ZENIT.org).- La oración, particularmente en los momentos desesperados y de angustia, conmueve el corazón de Dios si se eleva con humildad, constató Juan Pablo II durante la audiencia general de este miércoles.
El pontífice meditó junto a unos seis mil peregrinos congregados en la Sala Pablo VI del Vaticano en el Salmo 114, canto de «Acción de gracias» elevado por el orante judío al constatar que Dios le ha escuchado.
Las imágenes del canto son particularmente fuertes: «Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida»».
«Es una oración breve pero intensa del hombre que, encontrándose en una situación desesperada, se agarra a la única tabla de salvación», constató el pontífice en la catequesis que preparó y que, como en ocasiones precedentes, no leyó íntegramente.
«Una vez salvado –siguió constatando–, el orante proclama que el Señor es «benigno y justo», es más, «misericordioso». Este último adjetivo, en el original hebreo, hace referencia a la ternura de la madre».
«La confianza auténtica siempre experimenta a Dios como amor, a pesar de que en ocasiones sea difícil intuir el recorrido de su acción. Queda claro que «el Señor guarda a los sencillos». Por tanto, en la miseria y en el abandono, se puede contar con él, «padre de los huérfanos y tutor de las viudas»».
«Invocado con fe, el Señor ha tendido la mano, ha roto las redes que rodeaban al orante, ha secado las lágrimas de sus ojos, ha detenido su descenso precipitado en el abismo infernal», constató el Santo Padre al explicar la fuerza de la oración.
El canto, recordó, «concluye con una escena de luz: el orante regresa al «país de la vida», es decir, a las sendas del mundo para caminar «en presencia del Señor»».
«La oración nos ayuda a descubrir el rostro amoroso de Dios –aclaró la síntesis de la catequesis que leyó al final uno de los colaboradores del Papa en castellano–. Él no abandona nunca a sus fieles, garantizándoles que, no obstante pruebas y sufrimientos, al final triunfará el bien».
El pontífice concluyó su meditación citando a un gran pensador cristiano del siglo III, Orígenes, quien en uno de sus textos que hoy se conservan gracias a una traducción en latín de san Jerónimo, decía: «Si uno es grande, si se exalta y es soberbio, el Señor no le protege; si uno se cree grande, el Señor no tiene misericordia de él; pero si uno se abaja, el Señor tiene misericordia de él y le protege».
«Quien es pequeño y miserable puede recuperar la paz, el descanso». Y Orígenes, parafraseando el salmo, concluye: «Digamos también nosotros a nuestra alma: «Recobra tu calma». Nuestra calma es Cristo, nuestro Dios».
Juan Pablo II, que intervino durante la audiencia en siete idiomas, continuó con la serie de intervenciones que viene ofreciendo sobre los cánticos y salmos de la Liturgia de las Vísperas, la oración de la Iglesia al anochecer. Es posible consultarlas en la sección de «Audiencia del miércoles» de la página web de Zenit (www.zenit.org).