¿Por qué se opone la Iglesia al eugenismo y al antisemitismo?

Entrevista a Leonardo Macrobio

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ROMA, lunes, 31 enero 2005 (ZENIT.org).- Si bien una ideología compleja subyace en el antisemitismo nazista –que llegó al horror de las cámaras de gas–, gran parte de los historiadores advierte de las responsabilidad de las teorías eugenésicas, ampliamente difundidas en los años ’30 y ’40.

En el libro «El estado racial – Alemania 1933-1945» (Ed. Rizzoli, Milán, 1992) Michael Burleigh y Wolfgang Wippermann explican que Adolf Hitler fusionó las teorías del darwinismo social, de la higiene racial y del antisemitismo dando vida a un movimiento político que después se transformó en una feroz dictadura.

Para profundizar en los vínculos entre eugenismo y antisemitismo Zenit ha entrevistado a Leonardo Macrobio –profesor en el Máster de Ciencias Ambientales del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma)–, quien acaba de concluir un primer estudio sobre las teorías eugenésicas y sobre cómo la Iglesia, y en particular Pío XII, se opusieron a ellas.

–¿Cuáles son los orígenes conceptuales y organizativos de las teorías raciales y del antisemitismo que se difundieron en Europa en los años ‘30 y ‘40?

–Leonardo Macrobio: Para comprender las raíces conceptuales del racismo como teoría racial hay que remontarse a la segunda mitad del siglo XIX en Inglaterra. En esta nación, de hecho, en una treintena de años, de 1853 a 1883, fueron publicados algunos ensayos que pondrán las bases teóricas al nacimiento de las leyes raciales. Me refiero a trabajos cuyos títulos y autores no requieren especiales comentarios: Joseph Arthur Gobineau en 1853-55 escribe «Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas»; Charles Darwin en 1859 publica «El origen de la especie», de donde emerge la teoría de la supervivencia del más fuerte.

En 1862 Herbert Spencer aplica la teoría darwinista a la sociedad en el ensayo «Primeros principios», dando origen al movimiento del darwinismo social. Francis Galton, en 1869, retoma los trabajos de Darwin, Spencer y Gobineau en «La herencia del genio». Sólo en 1871, en la guía de los estudios recién citados, Darwin decidirá aplicar su teoría evolucionista al hombre en el volumen «The descent of man».

Finalmente, en 1883, Galton publicará «Inquiries into Human Faculty and its Development», en la que, por primera vez, aparece el término «eugenics», eugenesia. Todos estos trabajos introducen el concepto según el cual la vida incumbe a los más fuertes, mientras que los más débiles sucumben.

La definición de «fuerte» o «débil» es vaga y por su naturaleza requiere una puntualización. El problema, al que las leyes raciales darán su trágica solución, es el siguiente: ¿quién puede decidir quién es fuerte (y por lo tanto merece vivir) y quién es débil (y por lo tanto está, por naturaleza, destinado a sucumbir)?

El clima de finales del XIX en que estas teorías se desarrollaron halló una respuesta propia en la ciencia médica: los cánones de valía fueron indicados por las ciencias fisiognómicas y, más en general, antropométricas. Se buscaba, en otras palabras, justificar científicamente un presupuesto ideológico: o sea, que hubiera razas inferiores y superiores.

Según estas teorías los judíos eran considerados una raza inferior. Y aún cuando las teorías eugenésicas consideraban inferiores a una amplia categoría de personas, se desarrolló en todo el mundo una virulenta forma de antisemitismo.

–¿Cuál fue la reacción de las élites intelectuales y de los gobiernos a estas teorías?

–Leonardo Macrobio: Las élites culturales abrazaron de muy buena gana las teorías racistas, entre ellas, el antisemitismo. Esto, a decir verdad, por un tipo de legado de finales del XVIII por parte de las teorías de Thomas Malthus.

Es evidente que, si como sostenía Malthus, el planeta está superpoblado y ya no habrá recursos precisamente a causa de la «bomba demográfica», el eugenismo proporcionaba una óptima vía de salida indicando parámetros «objetivos» para eliminar grupos de personas considerados superfluos.

Los gobiernos, por su parte, activaron muchos recursos para perseguir una higiene racial. Severas y selectivas fueron las leyes de inmigración de América de inicio del XX. Pero también en Europa, junto a los totalitarismos, surgieron pronto leyes de carácter eugenésico y por lo tanto raciales.

Países como Suecia, Noruega, Finlandia, Suiza, Francia, Austria y España se dotaron enseguida, ya desde las primeras décadas del XIX, de legislaciones que, en nombre de la salvaguarda de la raza, obligaban a la esterilización de algunas categorías de ciudadanos, como los retrasados mentales, los asociales, los discapacitados.

–¿Cuáles fueron en cambio las reacciones de la Iglesia católica?

–Leonardo Macrobio: La Iglesia, ya desde el nacimiento de las teorías de Malthus, de Darwin, Gobineau, Spencer y Galton, se encontró en fuerte desacuerdo respecto a estas posturas. El punto esencial es el choque de dos concepciones distintas del hombre. La Iglesia hace referencia al hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, y rechaza toda forma de reduccionismo biológico del ser humano. La visión católica del hombre es que cada hombre, cualquiera que sea su estado, tiene una enorme dignidad, tanto que su presencia es determinante en la historia.

–Usted ha dirigido algunas investigaciones sobre la enseñanza bioética de Pío XII. ¿Puede decirnos qué pensaba el Papa Pío XII de las teorías eugenésicas y del antisemitismo?

–Leonardo Macrobio: El Pontífice tomó claramente posición contra el eugenismo y el antisemitismo. El 2 de diciembre de 1940 el Santo Oficio promulgaba un decreto, aprobado y confirmado por Pío XII, en el que respondía a la siguiente pregunta: «¿Puede ser que sea lícito, por encargo de la autoridad pública, matar directamente a aquellos que, aunque no hayan cometido ningún crimen merecedor de muerte, sin embargo por sus defectos físicos o psíquicos no pueden ser útiles a la Nación y pueden ser para ella un peso y se estima que puedan ser impedimento para su vigor y su fuerza?» (obsérvese aquí el eco del lenguaje de las leyes raciales).

La respuesta, como de costumbre para estos documentos, era muy sintética: «No, por ser contrario a la ley natural y al precepto divino». Vale la pena notar la sucesión de las dos motivaciones: el eugenismo es contrario in primis a la ley natural. O sea, es prerrogativa de todos los hombres, creyentes y no creyentes, reconocer la profunda irracionalidad de esta postura.

Un segundo documento es el siguiente: «Esta Sede Apostólica, fiel a los principios eternos que irradian de la ley escrita por Dios en el corazón de cada hombre (…) no ha dejado nunca, ni en ningún momento por más crítico que fuera, duda alguna de que sus máximas y su acción externa no admitían, ni pueden admitir, ninguna de esas concepciones, las cuales en la historia de la civilización serán citadas entre las más deplorables y deshonrosas tergiversaciones del pensamiento y del sentimiento humano».

Esta frase fue pronunciada por Pío XII el 29 de noviembre de 1945, poquísimo tiempo después del final de la guerra. ¡Estas palabras fueron dirigidas a un grupo de delegados judíos prófugos procedentes de los campos de concentración en Alemania!

En esta misma línea, el 3 de agosto de 1946 (a poco menos de dos meses del final del juicio de Nuremberg, que terminará el 1 de octubre de 1946), Pío XII, hablando a los delegados del Supremo Comité Árabe de Palestina, afirma «(…) así como condenamos, en otras ocasiones, en el pasado, las persecuciones de un fanático antisemitismo desencadenadas contra el pueblo judío. Esta actitud de perfecta imparcialidad, Nosotros la hemos observado siempre en las circunstancias más variadas, y Nosotros pretendemos conformarnos a e
lla también en el futuro». Una vez más una declaración explícita en la que se alude a más intervenciones contra el antisemitismo, y una vez más no se hallan desmentidos a esta afirmación por parte de los interesados.

–¿Por qué la Iglesia se opuso y sigue oponiéndose a las teorías eugenésicas?

–Leonardo Macrobio: Las teorías eugenésicas introducen una discriminación arbitraria en la definición de hombre. Para la Iglesia católica no existe un «hombre más» ni un «hombre menos», porque la humanidad no está definida a partir de características exteriores (salud, belleza, aspecto…) ni tampoco interiores: desde el mayor pecador al mayor santo todos somos hijos en Cristo.

Obsérvese que «ser hijos en el Hijo» elimina de raíz dos posibles derivas igualmente peligrosas. Por un lado, en efecto, no se puede ser «más hijo» o «menos hijo»: la filiación pertenece a la naturaleza del hombre, a su ser profundo, y no es cuantificable. Por otro lado se evita caer en la homologación más total: la relación padre-hijo es única, aunque los hijos sean muchos. Es más, es precisamente tarea de un padre actuar de forma que cada hijo «sea lo que es», exprese al máximo sus potencialidades.

La Iglesia, por lo tanto, en la medida en que es fiel a este dato, no puede sino oponerse a toda teoría que penalice a un hombre en favor de otro. Y esto independientemente del método empleado. Ya se trate de racismo verbal, ya se intervenga en la sexualidad de las personas, ya –como ocurrió en los totalitarismos nazifascistas y comunistas— se llegue a eliminar físicamente al hombre o se intente «programar» un hombre nuevo seleccionando algunas características, el concepto no cambia: donde esté amenazada la dignidad filial de un hombre la Iglesia tiene el deber moral de oponerse firmemente.

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ZENIT Staff

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