El santo padre Francisco contó recientemente en una entrevista con un diario argentino que ver dramas humanos le conmueve y le lleva al llanto interior. Y hoy hemos vuelto a verlo en la catedral de Sarajevo, acompañado por sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de Bosnia-Herzegovina.
El Pontífice ha escuchado el testimonio de tres personas que sufrieron en su propia carne la crueldad de la guerra que llegó a este país hace ya más de veinte años. La tortura, los golpes, las humillaciones, pero sobre todo el perdón; esto es lo que han testimoniado ante el Santo Padre, al contar sus historias un sacerdote, un religioso y una religiosa. El Papa ha abrazado y besado las manos de cada uno de ellos cuando terminaban de hablar.
“Muchos entre nosotros han estado marcados por la brutal experiencia de la guerra reciente y de la posguerra, como también de la experiencia del régimen comunista y, hoy, del agresivo relativismo”. Lo ha recordado el cardenal de Sarajevo, Vinko Puljić, al iniciar el encuentro.
Tal y como ha recordado el purpurado, antes de la guerra ésta fue una tierra llena de vocaciones a la vida consagrada. Después de la guerra muchos hogares fueron desplazadas, con la consecuente reducción de número de familias jóvenes que, lamentablemente tienen cada vez menos hijos. Por eso el cardenal ha pedido al Santo Padre unas palabras de aliento.
El primero en dar su testimonio ha sido el sacerdote Zvonimir Matijević. Cuando en febrero de 1992 mataron a un parroquiano suyo, muchos le sugirieron escapar. Pero no quiso hacerlo, ni dejar a los fieles en una situación de peligro. Y lo mismo hicieron casi todos los sacerdotes de sus diócesis, de lo cuales ocho fueron asesinados o murieron como consecuencia de las torturas. El Domingo de Ramos de 1992 le capturaron los soldados. Le golpearon hasta el punto de hacerle perder la conciencia. Intentaron hacerle decir en televisión que era criminal de guerra, que todos los sacerdotes católicos son criminales y que educan a la criminalidad. Como no lo dijo le llevaron ante el comandante. Las esposas estaban tan apretadas que aún hoy tiene las marcas. Parecía que no resistiría y le llevaron al hospital a morir. Pasó 26 días en el hospital y se recuperó. Y por petición del obispo fue intercambiado como prisionero de guerra. Yo, don Zvonimir, “perdono de corazón a todos aquellos que me han hecho mal y rezo por ellos para que Dios misericordioso les perdone y se conviertan al camino del bien”, ha afirmado.
Después ha hablado el sacerdote franciscano Jozo Puškarić, cuando llegó la guerra ya era párroco. “El 14 de mayo de 1992 policías serbios armados llegaron a la casa parroquial y me llevaron al campo de concentración, junto a muchos de mis parroquianos, aún sin haber hecho nada malo”, ha narrado. Allí pasó cuatro meses. “120 días que pasaron como 120 años o más”, ha añadido. Vivieron en condiciones deshumanas, pasaron hambre y sed, sin condiciones higiénicas. Cada día eran maltratados físicamente, golpeados torturados con diversos objetos… A él llegaron a romperle tres costillas. “¡Estoy seguro que ningún hombre podría soportar todo esto solo, sin la ayuda de Dios y de otras personas!”, ha exclamado. Y Dios le mandaba ayuda, en forma de comida, gracias a una mujer musulmana y su familia. «La oración continua, llena de esperanza, pronunciada en el corazón, ha hecho maravillas», ha asegurado el religioso.
Y ha añadido. “Confieso delante de la Virgen que una vez llegué a desear morir para poner fin a mi agonía. Me amenazaron con desollarme vivo, arrancarme las uñas y poner sal en mis heridas…” Pero cuando un guardia le dijo “por ti recibiremos a cambio a 150 de los nuestros” le volvió la esperanza. “El deseo de vivir se fundó cada vez más sobre el hecho de que mañana y hasta el final de mi vida, podría testimoniar los horrores de la guerra”, ha asegurado el religioso. Finalmente ha asegurado que nunca ha sentido odio por sus torturadores y que les ha perdonado “porque Jesús nos invita al perdón”.
Para concluir los testimonios ha intervenido Ljubica Sekerija, hermana de la Congregación de las Hijas de la Divina Caridad. Su congregación se ocupaba, antes de la guerra, de cuidar de personas ancianas y discapacitadas en el territorio de Travnik, en Bosnia central. Allí trabajó durante cinco años. Cuando explotó la guerra, aparecieron milicianos extranjeros procedentes de algunos países árabes de Oriente Medio.
“El día 15 de octubre de 1993, en torno a las 11 de la mañana, cinco milicianos extranjeros, armados, interrumpieron en la casa parroquial donde estaba preparando la comida», ha contado. Los milicianos –ha proseguido– me obligaron a ir con ellos. La forzaron a subir en un camión. En torno al camión, ciudadanos no cristianos aplaudieron la acción de los milicianos. En el camión estaban también el párroco y tres laicos que trabajaban en cáritas parroquial. Le vendaron los ojos con su propio hábito.
El camión se detuvo, les encerrando en un habitación, les quitaron las vendas y sus objetos personales. Los milicianos obligaron al párroco a pisar el rosario que encontraron en el bolsillo de la religiosa. Pero se negó a hacerlo aunque lo amenazaron. A la religiosa le quitaron también su alianza. “Los milicianos nos provocaban constantemente y nos humillaban dirigiéndonos palabras obscenas y vulgares, nos pegaban con patadas y palizas”, ha recordado.
Don Vinko, el párroco, les tranquilizaba “he dado la absolución a todos, estamos listos para morir en paz”. Con el cañón del fusil en su frente, la obligaron a confesar el Islam como única y verdadera religión. “Estaba asustada pero me quedé en silencio». Pero finalmente otro milicano la liberó. Pudo regresar a su convento, donde sus hermanas rezaban delante del Santísimo esperando su vuelta.
Estos tres testimonio, sin dejar indiferente al Santo Padre, han servido como base para el discurso que a continuación a pronunciado Francisco.
(RLG) (HSM)