Once años después del 11-M, la mayor masacre de la historia de España que dejó 192 fallecidos y cerca de dos mil heridos, el arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), monseñor Carlos Osoro Sierra, ha recordado que el terrorismo es una “perversión moral” y una “aberración siempre injustificable”.
La conmemoración del luctuoso aniversario ha arrancado este miércoles con una misa funeral presidida por el prelado de origen cántabro, en la Catedral de la Almudena, a la que han asistido autoridades del Gobierno de España, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid y representantes de asociaciones de víctimas.
Durante la homilía, Mons. Osoro ha señalado como origen de la “plaga del terrorismo” tanto al fundamentalismo fanático como al nihilismo, “dos grandes tentaciones” que consistente en “hacer un Dios a mi medida para eliminar a quienes piensen distinto de mí” y “pensar que Dios no existe”.
“El fundamentalismo fanático desfigura siempre el rostro de Dios y la manera de relacionarnos con los hombres porque pretende imponer con la violencia lo que ellos consideran como verdad y así violan la dignidad del ser humano y ultraja a quien nos da esa dignidad que es Dios”, ha explicado.
Además, “Dios es necesario para la convivencia entre los hombres, sacar a Dios de la historia de los hombres siempre es un mal para la humanidad”, ha insistido.
Refiriéndose a los actos terroristas, el arzobispo de Madrid ha subrayado que “el origen de esta aberración es la negación de la existencia de Dios y en otros casos de la ideologización de una manera de entender a Dios que ciertamente no es la que se nos ha revelado en Jesucristo y al que quisiéramos alcanzar y tener todos los hombres”.
“Pensar la vida desde nosotros –ha añadido– nos hace que en situaciones tan difíciles como esta que estamos recordando sólo se pueda decir ‘te acompaño, me solidarizo’, pero el único que nos saca del atolladero es Dios, que nos hace pensar en la vida”.
Monseñor Osoro ha concluido sus palabras pidiendo para que “quienes tengan la tentación de recurrir a la violencia o al terrorismo el Señor les cambie el corazón y dediquen sus fuerzas a construir la paz”.
El 11 de marzo de 2004, entre las 7.37 y las 7.41 horas de la mañana, diez bombas estallaban en Madrid en cuatro trenes de Cercanías.
Al contrario de lo que sucedió con la sociedad británica tras los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres, los perpetrados en la capital del Reino dividieron profundamente a los españoles.
Pese a que en un principio casi todas las miradas apuntaban a la organización terrorista ETA por su largo historial de atentados con bomba en el país, una teoría que fue impulsada con fuerza por el Gobierno, ese mismo día comenzó a hablarse de un posible ataque islamista.
Posteriormente una sentencia esclareció circunstancias, adjudicó culpas y castigó a los ejecutores materiales del atentado, aunque todavía puedan existir algunos cabos sueltos.
La Audiencia Nacional consideró probado que el atentado había sido perpetrado por terroristas islamistas con “dependencia ideológica respecto a los postulados defendidos por Al Qaeda”, pero destacaba que no aparecía “relación alguna de carácter jerárquico con otros grupos o con otros dirigentes de esa organización”.
La célula del 11-M, proseguía la sentencia, podía “considerarse a los efectos penales como un grupo u organización terrorista diferente e independiente”.