Nació en 1397 en la ciudad polaca de Kety (Kanty) –de ahí su nombre de Cancio–, una localidad perteneciente a la diócesis de Cracovia. Era hijo de campesinos acomodados, y lo enviaron a estudiar a la universidad hoy conocida como Jagelloniana.
No perdió el tiempo. Su gran talento unido a su amor al estudio hizo que a sus 27 años se convirtiera en un exitoso profesor de Filosofía. Entretanto, cursó Teología y siete años más tarde fue ordenado sacerdote. Doctorado en ambas disciplinas emprendió una etapa de su vida como profesor universitario.
Amaba la docencia y poseía cualidades pedagógicas excepcionales que hicieron de él un gran maestro. Además, le precedía la fama como buen predicador. Tan alta reputación fue cruz para su acontecer.
Pronto surgieron en la palestra ambiciones y rivalidades de compañeros suyos, que debían haber aceptado el prestigio que la magnífica labor de san Juan Cancio de Kety deparaba a la universidad. Sin embargo, acogieron el éxito, que el santo no perseguía, como ofensivo.
Su presencia no era de su agrado y de forma insidiosa perseveraron en sus críticas hasta que lograron que fuese trasladado a Olkusz. San Juan Cancio de Kety fue designado párroco de la localidad y se dispuso a asumir su misión confiándose a la divina Providencia.
Allí se entregó dando lo mejor de sí. No obstante, le parecía que su ilusión y esfuerzos chocaban contra la fría barrera de los fieles que no demostraban su afecto.
Quizá añoró el calor de las aulas, y parece que experimentó el peso de su responsabilidad en la parroquia, pero cuando partió de allí, los feligreses mostraron cuánto sentían separarse de él acompañándole durante un trecho del recorrido.
San Juan Cancio de Kety tenía un gran sentido del humor que en él era mística alegría, y les dijo: “La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría”.
La austeridad fue una de las características de su vida. Y cuando alguna vez le reprocharon sus “excesos”, realizados por amor a Cristo, recordaba que mayores fueron las penitencias de los eremitas en el desierto y, sin embargo, llegaron a ser excepcionalmente longevos.
Los signos de caridad con los pobres de este gran asceta eran proverbiales. Les visitaba y donaba todo –incluido su sueldo; mantenía solamente lo justo para su sustento–, e incluso, una vez dio toda la comida que estaba a punto de ingerir a un pobre que pasó delante de su casa. En esa ocasión, al regresar milagrosamente su plato volvió a llenarse.
En memoria de este hecho, la universidad tomó el hábito de invitar a un pobre diariamente. Una de las autoridades académicas avisaba de su llegada, diciendo: “Un pobre va a entrar”. Y otro de los responsables respondía en latín: “Va a entrar Jesucristo”.
Otro de los signos de la humildad de san Juan Cancio de Kety se produjo al ser invitado a comer en la casa de un noble. Al ver sus vestidos raídos, los sirvientes le cerraron la puerta, y volvió a cambiarse su hábito.
Durante la comida, un criado tuvo la mala fortuna de escanciar una copa sobre él, y el santo respondió: “No importa: mis vestidos merecían ya un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí”. Se ignora si esta túnica fue la que luego se utilizó durante tantos años para el acto de investidura de los nuevos doctores.
San Juan Cancio de Kety impartió Sagradas Escrituras en la universidad de Cracovia desde 1440 a 1473. Pero también contribuyó con su saber en el campo de la ciencia. Así, intervino ayudando al físico Jean Burilan en su teoría del “ímpetus”.
Como peregrino, fue a pie a Tierra Santa y a Jerusalén; mantuvo vivo su anhelo de morir mártir, pero no fue la voluntad de Dios que eso se produjera ni antes ni en ese momento, y regresó sin contratiempos.
Fue un ardiente defensor de la fe, y argumentó de forma inspirada contra los herejes. Aconsejaba a sus alumnos: “Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría la mejor de las causas”. “Cuídense de ofender, que después es difícil hacer olvidar la ofensa. Eviten murmurar, porque después resulta muy difícil devolver la fama que se ha quitado”.
Tuvo el don de milagros. Murió con fama de santidad en Cracovia el 24 de diciembre de 1473, diciendo a sus acompañantes: “No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos”. San Juan Cancio de Kety fue canonizado por Clemente XIII el 16 de julio de 1767.