(ZENIT Noticias / Roma, 09.03.2022).- Tras dos semanas de conflicto bélico en Ucrania, ¿qué ha hecho la Santa Sede en orden a alcanzar la paz? Algunos comentaristas inclinan la balanza hacia “muy poco”. ¿Es así? ¿Qué papel juega la Santa Sede en esta guerra?
El Papa ha tratado el tema del conflicto desde antes de que este iniciara. De hecho, la jornada de ayuno y oración por la paz convocada por él mismo para el 2 de marzo respondía al ambiente de guerra que ya se respiraba. Fue el miércoles 23 de febrero, unas horas antes de la invasión de Ucrania, que el Papa hizo este llamamiento:
“Tengo un gran dolor en el corazón por el empeoramiento de la situación en Ucrania. A pesar de los esfuerzos diplomáticos de las últimas semanas se están abriendo escenarios cada vez más alarmantes. Al igual que yo, mucha gente en todo el mundo está sintiendo angustia y preocupación. Una vez más la paz de todos está amenazada por los intereses de las partes. Quisiera hacer un llamamiento a quienes tienen responsabilidades políticas, para que hagan un serio examen de conciencia delante de Dios, que es Dios de la paz y no de la guerra; que es Padre de todos, no solo de algunos, que nos quiere hermanos y no enemigos. Pido a todas las partes implicadas que se abstengan de toda acción que provoque aún más sufrimiento a las poblaciones, desestabilizando la convivencia entre las naciones y desacreditando el derecho internacional.
Y quisiera hacer un llamamiento a todos, creyentes y no creyentes. Jesús nos ha enseñado que a la insensatez diabólica de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno. Invito a todos a hacer del próximo 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, una Jornada de ayuno por la paz. Animo de forma especial a los creyentes para que en ese día se dediquen intensamente a la oración y al ayuno. Que la Reina de la paz preserve al mundo de la locura de la guerra”.
Ya en el trascurso de la invasión rusa, el Papa volvió a tratar el tema de forma pública en tres momentos: el ángelus del 27 de febrero, en la audiencia del 2 de marzo (jornada de ayuno y oración por la paz en Ucrania) y en el ángelus del 6 de marzo. En la primera ocasión el Papa dijo:
“En estos días hemos sido turbados por algo trágico: la guerra. Numerosas veces hemos rezado para que no se emprendiera este camino. No dejemos de orar, es más, supliquemos a Dios con mayor intensidad. Por eso renuevo a todos la invitación a vivir el 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, un día de oración y ayuno por la paz en Ucrania; una jornada para estar cerca de los sufrimientos del pueblo ucraniano, para sentirnos todos hermanos e implorar a Dios el final de la guerra.
Quien hace la guerra olvida a la humanidad. No parte de la gente, no mira la vida concreta de las personas, sino que antepone a todo los intereses de parte y de poder. Confía en la lógica diabólica y perversa de las armas, que es la más alejada de la voluntad de Dios. Y se distancia de la gente común, que desea la paz, y que en todo conflicto es la verdadera víctima que paga sobre su propia piel las locuras de la guerra. Pienso en los ancianos, en cuantos buscan refugio en estas horas, en las mamás que huyen con sus niños… Son hermanos y hermanas para los que es urgente abrir corredores humanitarios y que deben ser acogidos.
Con el corazón desgarrado por todo lo que sucede en Ucrania —y no olvidemos la guerra en otros lugares del mundo, como Yemen, Siria, Etiopía…—, repito: ¡que callen las armas! Dios está con los operadores de paz, no con quien emplea la violencia. Porque quien ama la paz, como dice la Constitución Italiana, «repudia la guerra como instrumento de ofensa a la libertad de los demás pueblos y como medio de resolución de las controversias internacionales»”.
En la audiencia del 2 de marzo la referencia fue más experiencial: el fraile que leyó el resumen de la catequesis del Papa en lengua polaca era un franciscano ucraniano. Tras las palabras del fraile el Papa dijo en público: «Sus padres en este momento están en refugios subterráneos para defenderse de las bombas en una localidad cercana a Kiev. Pero este fraile -añade- está aquí con nosotros. Acompañándolo a él, acompañamos a todo el pueblo que está sufriendo los bombardeos, a sus padres ancianos y a tantos ancianos que están en la bajo tierra para defenderse. Llevemos en nuestros corazones el recuerdo de estas personas». Finalmente, en el ángelus del 6 de marzo el Papa dijo expresamente:
“En Ucrania corren ríos de sangre y de lágrimas. No se trata solo de una operación militar, sino de guerra, que siembra muerte, destrucción y miseria. El número de víctimas aumenta, al igual que las personas que huyen, especialmente las madres y los niños. En ese país atormentado crece dramáticamente a cada hora la necesidad de ayuda humanitaria.
Hago un llamamiento apremiante para que se aseguren realmente los corredores humanitarios y se garantice y facilite el acceso de la ayuda a las zonas asediadas, con el fin de proporcionar un alivio vital a nuestros hermanos y hermanas oprimidos por las bombas y el miedo.
Agradezco a todos los que acogen a los prófugos. Por encima de todo, imploro que cesen los ataques armados, para que prevalezcan las negociaciones —y prevalezca el sentido común— y para que se vuelva a respetar el derecho internacional.
Y también quiero dar las gracias a los periodistas que, para garantizar la información, arriesgan sus propias vidas. Gracias, hermanos y hermanas, por este servicio. Un servicio que nos permite estar cerca del drama de esa población y nos permite evaluar la crueldad de una guerra. Gracias, hermanos y hermanas”.
Pero la acción de la Santa Sede al servicio no se limitaba a palabras. El 25 de febrero el Papa acudía a la embajada de Rusia ante la Santa Sede para hablar con el embajador. Como destacábamos en la editorial anterior, precisamente sobre esta visita, el gesto “de ser el Papa quien va al embajador (cuando ordinariamente son los embajadores los que son llamados por los jefes de estado o de gobierno), sugería al presidente ruso mucho más de lo que en un primer momento algunos captaban con la visita. Evidenciaba no una simple salida del Vaticano, ya en sí misma significativa, sino que incluso reflejaba una especie de disponibilidad personal del Papa para ir a donde Putin y Zelenski”. Se supo también que, al día siguiente, sábado 26 de febrero, el Papa llamó por teléfono al presidente ucraniano.
Mientras tanto los responsables de la diplomacia de la Santa Sede hacían también su trabajo: en una entrevista al diario italiano La Repubblica (27.02.2022) el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, manifestaba clara y públicamente la disponibilidad de la Santa Sede para mediar en el conflicto:
«Aunque lo que temíamos y esperábamos que no ocurriera ha sucedido, estoy convencido de que todavía y siempre hay espacio para la negociación. Nunca es demasiado tarde: porque la única manera razonable y constructiva de resolver las diferencias es el diálogo, como Francisco no se cansa de repetir. La Santa Sede, que en los últimos años ha seguido los acontecimientos en Ucrania de forma constante, discreta y con gran atención, ofreciendo su disposición a facilitar el diálogo con Rusia, está siempre dispuesta a ayudar a las partes a retomar ese camino. Renuevo la apremiante invitación que el Santo Padre hizo durante su visita a la Embajada de Rusia ante la Santa Sede, para que se detengan los combates y se vuelva a las negociaciones. El ataque militar, cuyas trágicas consecuencias estamos presenciando, debe ser detenido inmediatamente. Quisiera recordar las palabras de Pío XII el 24 de agosto de 1939, pocos días antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial: «Que los hombres vuelvan al entendimiento. Que se reanude la negociación. Negociando con buena voluntad y respetando los derechos de la otra parte, comprobarán que una negociación sincera y eficaz nunca está exenta de un éxito honroso».
Volvió a manifestar esa disponibilidad en una entrevista a TV2000 (07.03.2022) en la que dijo:
“La intervención de la Santa Sede se produce en varios niveles. El nivel religioso es el de invitar a una oración insistente para que Dios conceda la paz a esa tierra atormentada e implique a los creyentes en esta oración coral. También está el aspecto humanitario, sobre todo a través de Cáritas y las diócesis, que están muy comprometidas con la acogida de los refugiados de Ucrania. Y luego está la disponibilidad de iniciativas en el plano diplomático. Hemos ofrecido, como ha dicho el Papa, la voluntad de la Santa Sede de ayudar de todas las maneras posibles a detener las armas y la violencia y a negociar una solución. Y hay varios intentos que se están llevando a cabo en todo el mundo».
Esos intentos en realidad se iban materializando poco a poco: el 3 de marzo el Nuncio del Papa en Rusia, el Arzobispo Giovanni d’Aniello, realizó una visita al patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill. Fue ahí -como reporta la web del patriarcado– donde el líder ortodoxo intentó condicionar la posición de la Santa Sede en el conflicto bélico con melifluos halagos: “La posición moderada y sabia de la Santa Sede sobre muchos temas de actualidad internacional corresponde a la posición de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Es muy importante que las Iglesias cristianas, incluida la nuestra, no se conviertan, voluntaria o involuntariamente, a veces sin la menor intención, en protagonistas de las tendencias complejas y contradictorias de los acontecimientos actuales”.
Lo que Kirill “mandaba decir al Papa” a través de su nuncio se correspondía muy poco con el apoyo tácito y partidista que el patriarcado estaba dando a Putin en la guerra que, de hecho, Kirill justifica.
Dos episodios más del ajedrez diplomático estaban en juego: el 2 de marzo el secretario para las relaciones con los estados (“ministro de asuntos exteriores”) de la Santa Sede, el arzobispo Paul Richard Gallagher, se entrevistaba con el ministro de asuntos exteriores italiano, Luigi di Maio, para explorar una alternativa de acercamiento a Rusia. La segunda jugada era la que protagonizó el Secretario de Estado de la Santa Sede al llamar telefónicamente al ministro de asuntos exteriores ruso el 8 de marzo. Del comunicado de prensa de la Santa Sede se deduce que el Cardenal Parolin pidió al ministro ruso Serguéi Víktorovich Lavrov:
1º que cesen los ataques armados
2º que se aseguren corredores humanitarios para civiles y socorristas
3º que la negociación supla la violencia de las armas
Sin embargo, según lo comentado sobre esta llamada por el mismo cardenal, al final de un encuentro con parlamentarios católicos en una universidad eclesiástica de Roma, el miércoles 9 de marzo, «Me escuchó y, por supuesto, expuso su punto de vista, y así nos quedamos. Pero no es que me haya dado garantías. Sin embargo, era importante que insistiéramos y reiteráramos el llamamiento del Papa, que hizo tanto a la embajada rusa ante la Santa Sede la semana pasada como en otras ocasiones, para que se detenga”.
El último episodio en el trabajo de la Santa Sede es el envío de dos legados pontificios a Ucrania: se trata de los cardenales Konrad Krajewski, Limosnero Apostólico, y el Cardenal Michael Czerny, Prefecto ad interim del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. A ese envío se suma la palabra explícita de disponibilidad de mediación pero ahora por boca del Papa. Expresó así ambas cosas el domingo 6 de febrero:
“La Santa Sede está dispuesta a todo, a ponerse al servicio de esta paz. En estos días, dos cardenales han partido a Ucrania, para servir a la gente, para ayudar. El Cardenal Krajewski, Limosnero, para llevar ayuda a los necesitados, y el Cardenal Czerny, Prefecto ad interim del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. La presencia de los dos cardenales allí es la presencia no solo del Papa, sino de todo el pueblo cristiano que quiere acercarse y decir: «¡La guerra es una locura! ¡Deténganse, por favor! ¡Miren qué crueldad!».
Es cierto que las palabras y muchos de los gestos que el Papa ha usado con relación a este conflicto difieren mucho de los usados por Juan Pablo II para condenar la guerra o incluso con la versión de Jorge Bergoglio llamando “usurpadores” a los británicos de las islas Malvinas, pero las partes involucradas son ahora diferentes y también es distinto el rol que el Papa tiene en este momento con relación al mundo que el que puede tener el obispo de una diócesis específica.
Es verdad que, para el Papa, una condicionante de esa aproximación al conflicto lo es el Patriarcado de Moscú con el que tras muchas décadas de fría relación la Iglesia católica pasó a una relación menos fría tras el encuentro entre Francisco y Kirill en Cuba, en 2016. El Papa sabe que también esta guerra puede tener consecuencias ecuménicas que afecten las relaciones entre católicos y ortodoxos rusos o que una palabra o gesto imprudente sólo puede agravar el asunto (como sucedió a Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial cuya prudencia y aparente silencio ahora estamos valorando mejor).
Ciertamente -y esto hay que subrayarlo- la postura de Kirill está distando de ser la neutra que el pide -o espera- del Papa. El último episodio de los exabruptos del patriarca moscovita fue el sermón del pasado 6 de marzo en el que justificó la invasión rusa y la calificó como “guerra moralmente justa” aduciendo que con ella se salva al Donbass ucraniano del lobby gay y «los supuestos valores de quienes pretenden el poder mundial».
Dijo el patriarca en el sermón: «La evidencia es muy simple y al mismo tiempo aterradora: es un desfile del orgullo gay. La petición de celebrar un desfile del orgullo gay es una prueba de lealtad a ese mundo tan poderoso; y sabemos que si las personas o los países rechazan estas peticiones, no forman parte de ese mundo, se convierten en extranjeros para él”. Y agrega: «Es una cuestión de salvación humana, de dónde se encontrará la humanidad a la derecha o a la izquierda de Dios Salvador, que viene al mundo como juez y creador. Muchos hoy, por debilidad, necedad, ignorancia, y más a menudo porque no quieren resistir, se van al lado izquierdo. Y todo lo que tiene que ver con la justificación del pecado condenado en la Biblia es la prueba de nuestra fidelidad al Señor, de nuestra capacidad de confesar la fe en nuestro Salvador».
Las palabras de Kirill eran pronunciadas el mismo día que el Papa Francisco daba a conocer el envío de sus legados a Ucrania: enviados en misión de paz.
No parece poco lo realizado hasta ahora por un país pequeño en dimensión pero grande en posibilidades… también de intercesión y no sólo diplomática.