Problemas de la Iglesia católica

Abuso sexual, homosexualidad y celibato en la Iglesia. «¿El problema más extendido? La de la identidad». Entrevista con el psicólogo Stefano Guarinelli

El nuevo Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana anuncia un relanzamiento de la acción de la Iglesia, y la lucha contra los abusos vuelve a ser noticia. Tema candente, al menos tanto como la formación de los futuros sacerdotes, el celibato, la ideología homosexualista generalizada y la incapacidad de transmitir la fe a los jóvenes. Entrevista con el psicólogo Padre Stefano Guarinelli.

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Por: Simone Varisco

 

(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 07.06.2022).- Prioridad al dolor de las víctimas. Un informe de la Iglesia en Italia sobre las actividades de prevención y los casos de abusos comunicados o denunciados a la red de servicios diocesanos e interdiocesanos en los dos últimos años. Un análisis de los datos sobre los delitos presuntos o comprobados cometidos por miembros del clero en el período 2000-2021. Es la «vía italiana» en la lucha contra las manzanas podridas que estropean la Iglesia, una vía diferente a la de Francia y Alemania y lejos de un «foco italiano».

Expresión de la 76ª Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, el cambio de ritmo ya tiene un nuevo intérprete, el recién elegido Presidente, el Card. Matteo Maria Zuppi. Temas candentes, tanto que se abrieron paso no sólo en las primeras horas después de las elecciones, sino también en la cobertura mediática garantizada por la prensa italiana al conflicto de Ucrania. Pero también divisivo, tanto dentro de la Iglesia como en las relaciones con el Pontífice -si es cierto el enfriamiento con los anteriores dirigentes de la Conferencia Episcopal y la reconfirmada aprobación de Francisco a Zuppi-. Pero, sin duda, una pequeña revolución en el episcopado italiano, ahora distante de aquella falta de «obligación legal [para el obispo] de informar a la autoridad judicial del Estado cualquier noticia que haya recibido sobre hechos ilícitos» reclamada en 2012 e inmediatamente cuestionada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en la época del entonces Pontífice Benedicto XVI.

El hecho es que arrojar luz sobre las múltiples responsabilidades, no sólo clericales, por los abusos sexuales a menores y personas vulnerables y el sufrimiento infligido a las víctimas significa también abordar con decisión otras cuestiones que hieren a la Iglesia. Cuestiones que, se supone, emergerán con fuerza durante el camino sinodal emprendido por la Iglesia en Italia, con la esperanza de que también aquí se tenga la valentía de encontrar una «vía italiana» a la sinodalidad, una alternativa a la «decepcionada» y decepcionante (y, se dice, con costes multimillonarios) por la que la Iglesia en Alemania se ha puesto en marcha hace tiempo. Que, a su manera, ha puesto de manifiesto las graves deficiencias en la selección y formación de los futuros miembros del clero, la extendida ideología homosexualista, el impulso contra el celibato eclesiástico y a favor de la ordenación de mujeres, la incapacidad de despertar el interés por la fe en las nuevas generaciones, la crisis – «sistémica» y personal- de muchos miembros del clero, incluso destacados.

Hablo de ello con don Stefano Guarinelli, miembro como psicólogo clínico del equipo de orientación psicológica del Seminario Arzobispal de Milán y profesor permanente extraordinario y director de la sección paralela de la Facultad de Teología del Norte de Italia del mismo seminario, donde enseña Introducción a la Psicología y Psicología Pastoral. Licenciado en Psicología por la Pontificia Universidad Gregoriana y habilitado para ejercer en la Universidad La Sapienza, es profesor de la Escuela de Formadores de Salamanca (España) y profesor invitado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en la Pontificia Universidad Salesiana y en la Escuela Adleriana de Psicoterapia de Turín. Es editor de la revista de psicología, espiritualidad y formación Tredimensioni.

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Pregunta: Don Guarinelli, la Iglesia atraviesa un momento de crisis, que algunos atribuyen a algunas causas: entre ellas, sobre todo, el celibato eclesiástico obligatorio. ¿Es realmente la causa de tantos males?

Respuesta: veamos: si tenemos un problema y queremos investigar sus raíces de forma rigurosa, debemos suspender los prejuicios y las ideas preconcebidas, pues de lo contrario esa investigación será defectuosa y su resultado poco fiable. ¿Es el celibato la causa de tantos males? ¿Queremos entender cómo son las cosas? Tal vez sí, tal vez no, pero la única manera de entender qué camino tomar es razonando, reflexionando, investigando y, sobre todo, examinando las muchísimas variables en juego.

Toda esta premisa no es para evitar responder -¡como es el caso!- a la pregunta, sino a estigmatizar lo que, en mi opinión, es la doble forma de reflexionar (pero sería mejor decir «no reflexionar») sobre el celibato que caracteriza las discusiones sobre el tema. Por un lado, el tono es a menudo acusador. Lo que equivale a suponer que ya está diagnosticado el problema. Por otro lado, la manera es apologética. Lo que equivale a decir: razonemos, pero sea como sea, «eso» no puede ser el problema. Por eso, en un tema como éste, me parece que las discusiones, dentro y fuera de la Iglesia, se parecen a menudo a las que se producen entre hinchas de fútbol contrarios. Muchas palabras, mucha animosidad, todos salen de la «discusión» con las mismas convicciones que tenían antes de entrar en ella. Así que: no sirve de nada.

Personalmente creo que el celibato en sí mismo no es un valor y que se convierte en uno si y sólo si es un celibato «por el Reino». Esta calificación es muy importante y no puede pasarse por alto. Si falta, el celibato puede ser un verdadero problema. Por tanto, de un sacerdote célibe habrá que valorar si su celibato es auténticamente «por el Reino». No es obvio, y mucho menos automático.

 Pregunta: «Solterones», más que célibes, por utilizar una expresión del Papa. ¿Qué implica el celibato, desde el punto de vista psicológico, para un sacerdote?

Respuesta: En síntesis extrema diría, en primer lugar, algunas limitaciones desde el punto de vista afectivo y sexual, pero éstas son bien conocidas. En segundo lugar, algunas limitaciones desde el punto de vista de la identidad: son menos conocidas, pero no son menos relevantes que las afectivas y pueden provocar problemas importantes si no se reconocen. En tercer lugar, una aproximación singular a la realidad y a las relaciones interpersonales, que puede llegar a ser muy importante y significativa para la vida espiritual y social, donde el «puede», sin embargo, significa que ese paso no se da por sentado y, por tanto, debe ser elegido y, sobre todo, cultivado.

De lo contrario, del celibato se corre el riesgo de captar sólo la naturaleza «limitante» y, por supuesto, vivir así se convierte en algo penoso y frustrante. A no ser que exaltemos la penalización y la mortificación como si fueran un valor y, lo que es peor, un valor cristiano. No excluyo que en la historia del cristianismo haya ocurrido esto, con el riesgo de hacer coincidir el ascetismo con una especie de masoquismo más o menos velado. Está claro que en estas condiciones el celibato no tiene sentido, por lo que ni siquiera es sostenible. Quisiera subrayar que en el centro de la ética cristiana no está la mortificación sino el don de sí mismo, y que no son la misma cosa.

Pregunta: Parece haber un enfoque casi maníaco sobre el celibato en los medios de comunicación, en el público y en algunos sectores de la Iglesia. ¿No le parece?

Respuesta: Creo que hay muchas variables en juego y que al referirse unas a otras despiertan y reavivan ese interés que, de hecho, hasta parece insólito. Hay problemas, y sería imprudente ignorar que existen. Sin embargo, algunos de esos problemas -es mi opinión- no provienen directamente del celibato, sino de la forma en que la cultura presenta la afectividad y la sexualidad.

Un cristiano no puede alejarse de ciertas instancias de la cultura, aunque lo desee, ya que la cultura -le guste o no- es un poco como el aire que se respira. Culturalmente, el vínculo entre la experiencia emocional y la experiencia sexual ya no se da por sentado. La sexualidad extramatrimonial, e incluso la sexualidad «extrapersonal», siempre han existido, pero hoy gozan de una importante legitimación de la que antes no disfrutaban. El acceso a la experiencia sexual es mucho más «fácil» y no requiere de participación. Personalmente, considero este estado de cosas una banalización de la sexualidad y un «error antropológico», incluso antes de ser teológico.

Sin embargo, no cabe duda de que quien opta por el celibato y vive en esta cultura no puede permanecer insensible a ciertos mensajes, que en cualquier caso son persuasivos y acaban atrayendo incluso a quienes no los suscribirían y que, de palabra, quizá sigan sin suscribirlos. De ahí que aceche el riesgo de vivirlos de forma transgresora o en la condición de una doble vida. Y esto, al final, crea muchos problemas. Y cuando uno se da cuenta de ellos, aparecen en los titulares.

Simétricamente, diría que el celibato puede representar una impugnación más o menos velada de esa cultura afectiva y sexual. Y cuestionarlo, sobre todo cuando es evidente que «no funciona», podría responder a un intento de legitimar la inalienabilidad de una determinada forma de vivir la sexualidad, con o sin relación afectiva. Que es entonces una forma de justificarse y de justificar su derecho a la desvinculación.

Pregunta: El celibato también se cuestiona a menudo cuando se trata de abusos sexuales en la Iglesia. ¿Superar el celibato obligatorio sería una solución?

 Respuesta: No encuentro una conexión directa entre el celibato y el abuso, pero sí hay una analogía muy fuerte entre el abuso y el acoso. En ambos casos -el maltratador y el acosador- se trata básicamente de dos personas impotentes, a nivel general y, por tanto, también a nivel psicosexual. En este sentido, el celibato puede ser cómplice de, al menos, encubrir el problema, silenciando aparentemente esa impotencia.

Dado que, desgraciadamente, el maltrato también está muy extendido dentro de las experiencias no célibes, es necesario, en mi opinión, evaluar diferentes formas de hacer formación respecto a las conductas abusivas. Si eliminamos uno de los cómplices -el celibato- no eliminamos al delincuente. Por lo tanto, el delito puede perpetuarse. Sea como fuere, la Iglesia tiene el deber de garantizar que a nivel formativo se intercepte esa complicidad.

Respuesta: Despejemos el campo de los malentendidos: la homosexualidad y el abuso sexual no son una pareja. Dicho esto, los datos de los informes sobre abusos en la Iglesia informan sistemáticamente de que en un gran número de casos las víctimas son adolescentes varones y sus agresores hombres adultos. ¿Qué relación existe, si es que existe, entre la homosexualidad en el clero y la tragedia de los abusos sexuales?

Respuesta: Como escribí en el libro “Homosexualidad y Sacerdocio”, considero que la de homosexualidad es una etiqueta que sin una interpretación adecuada dice muy poco sobre lo que realmente sucede en la personalidad de esa persona que dice que lo es, pero quizás no lo es; que lo es, pero no lo dice; que lo es, pero no lo sabe; etc. En la actualidad, incluso desde la legitimación cultural de la homosexualidad, me gustaría decir lo mismo de la heterosexualidad.

Dicho esto, añadiría una segunda premisa importante: cuando hablamos de abusos sexuales deberíamos, al menos desde un punto de vista clínico, distinguir entre pedofilia y efebofilia, pero en los medios de comunicación rara vez se menciona esta última categoría, mientras que la primera -la pedofilia- se utiliza como si coincidiera, en la Iglesia, con el fenómeno de los abusos por parte de los sacerdotes. En cambio, ocurre lo contrario.

Dicho esto, en la correlación estadística entre el maltrato y la homosexualidad, hay que reconocer, por tanto, que en ese caso se trata de un comportamiento homosexual, pero no necesariamente de personas con orientación homosexual. Esto puede parecer una aclaración de carácter quisquilloso, pero no lo es. En los casos de efebofilia, de hecho, es más probable que la persona afectada se oriente hacia otra del mismo sexo. Pero esto depende del dinamismo subyacente y no de la orientación en sí. Por lo tanto, una vez más, es necesario interpretar los datos.

Además, en el caso de los sacerdotes, hay que evaluar si la correlación está también vinculada a otras variables. Por ejemplo: es probable que el sacerdote tenga más frecuentaciones con grupos de chicos, masculinos, en contextos de proximidad que con chicas: un oratorio de verano, un campamento, una salida con monaguillos pueden crear situaciones de proximidad que serían más difíciles de producir con chicas. Sin embargo, las condiciones patológicas, como la pedofilia y la efebofilia, tienen un problema con los límites, tanto psíquicos como físicos. Y cuando éstas se rompen -dormir en la misma habitación, acompañar a los chicos a la piscina- la vulnerabilidad y el riesgo de perder el autocontrol pueden ser mayores.

Preguntas: Los abusos sexuales son probablemente el fenómeno más dramático que vive la Iglesia, pero no el único. Entre los sacerdotes, la droga, el suicidio, la prevaricación y la soledad parecen ser cada vez más frecuentes. ¿Existe una raíz común?

Respuesta: El abuso sexual es una tragedia -para las víctimas, en primer lugar- pero no es el problema más dramático. Lo que sí es la repercusión que tiene en la opinión pública, en parte por la torpeza con la que se ha manejado dentro de la Iglesia. Tampoco puedo decir si fenómenos como la droga, el suicidio o la prevaricación están realmente en aumento. Creo que los contextos geográficos hacen hincapié en algunos problemas y no en otros. Por ejemplo: el alcoholismo es una adicción muy extendida entre los sacerdotes, especialmente en las zonas geográficas dentro de las cuales, sin embargo, el alcoholismo es generalizado en diferentes segmentos de la población y estados de vida.

Creo que el problema más extendido es el de la identidad: es decir, la percepción de una cierta insignificancia social que, desgraciadamente, no se resuelve de forma espiritual, como creo que debería ser. La «culpa» está en los siglos de historia que han concedido a la Iglesia y a sus ministros un papel, incluso social, que los ha privilegiado, pero, por desgracia, también en detrimento del Evangelio. La identidad psicológica -el Yo- es un dinamismo central de la personalidad y su debilidad allana el camino a las compensaciones. El poder es uno de ellos y, en contra de la creencia popular, nace de la debilidad, no de la fuerza.

Como he mencionado antes, el poder del matón es el de los impotentes. No es un acto de fuerza, sino de intimidación. Si no captamos la necesaria evolución en un sentido genuinamente espiritual de esa pérdida de identidad, no resolveremos esos problemas, sea cual sea la forma que adopten.

Pregunta: ¿Qué consejo daría, como sacerdote y como psicólogo, a los fieles que se enfrentan a este momento? ¿Y tal vez a algunos sacerdotes o seminaristas?

 Respuesta: A finales de los años 90, el Instituto de Psicología de la Universidad Gregoriana de Roma desarrolló un test proyectivo llamado “Resumen del Evangelio”. El examinador simplemente tenía que escribir un resumen del Evangelio tratando de no exceder lo que podía caber en una hoja de papel A4. Los protocolos resultaron muy interesantes, y en muchos aspectos incluso sorprendentes, porque cada persona vio cosas personales y también muy diferentes sobre el Evangelio.

No es casualidad -así lo creo- que el primer pecado del decálogo sea precisamente el de la idolatría. Psicológicamente hablando sería como decir: ¡cuidado con las proyecciones! Ponemos sobre Dios, o hacemos de Él, lo que no es, dando lugar a deformaciones inaceptables que pesan sobre las personas y que difícilmente hacen que perciban ese Evangelio como «buena noticia». ¿El consejo? Volvamos al Evangelio tal y como es. Desenmascaremos todas las proyecciones – personales, sociales – que le hemos superpuesto. El cristianismo actual es minoritario… quizás; pero esa minoría, ¿en qué Evangelio cree? Y esa mayoría, ¿en qué Evangelio posiblemente no cree? Se entiende que todo el mundo tiene derecho a creer y a no creer. Yo diría a los cristianos que hagan todo lo posible para que el Evangelio sea proclamado como lo que es, sin dar por sentado que por ser cristianos sabemos realmente de qué se trata.

Traducción del original en lengua italiana realizado por el P. Jorge Enrique Mújica, LC, director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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