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SITUACIONES
¡Cuántos comentarios ha suscitado la ejemplar renuncia del Papa! Unos lo admiramos por esta decisión evangélica y prudente, que lo confirma como un hombre muy inteligente, libre, sensato, sacrificado por la Iglesia, fiel a Jesucristo. Otros lo malinterpretan, diciendo que es una huida ante la gran responsabilidad del papado, o señal de no poder soportar las intrigas de la Curia Romana. Hacen sus cábalas sobre el futuro Papa, elucubrando si debe ser europeo, africano o de nuestra América.
Una articulista local, toda desconcertada, califica esta decisión como una infidelidad a Dios y un mal ejemplo para los sacerdotes y también para los casados, como si fuera una invitación a no ser fieles hasta el final en sus compromisos. Unos, desde lejos, dicen que debería hacer lo mismo que Juan Pablo II, quien ya muy anciano y enfermo, expresó no estar dispuesto a bajarse de la cruz.
ILUMINACION
Benedicto XVI no se baja de la cruz ni rehúye al trabajo. Su decisión es para asumir otra forma de cruz; es dejar los reflectores y el primado universal, para dedicarse a la soledad, al silencio y a la oración, sólo por amor y respeto a la Iglesia. No es cobardía, sino profunda madurez humana y cristiana. No se siente indispensable; sino que con toda humildad se hace a un lado, para que otros crezcan y vayan con más salud por todo el mundo, predicando el Evangelio, que es lo que Jesús nos ordenó y lo que más importa, más allá de las personas, pues todos somos transitorios. Pienso que, en adelante, la mayoría de los Papas harán lo mismo, pues los tiempos requieren a un Papa en pleno vigor.
Que el Papa renuncie a su ministerio no es algo inaudito y sin sentido. Está previsto en las normas de la Iglesia. No es una huida, ni una irresponsabilidad; menos una traición a Dios y a la Iglesia. Es algo que ha sucedido varias veces en la historia de la Iglesia y ésta sigue adelante, pues no es una empresa sólo humana. Jesucristo la fundó y puso a alguien en su lugar, a Pedro y sus sucesores, como cabeza suprema de la Iglesia. No dejó a ángeles, sino a seres humanos, limitados y temporales. Siempre ha cumplido su promesa de no abandonar a su Iglesia en ninguna circunstancia. Es su obra, su Cuerpo, que perdura a través de los tiempos y las personas. La guía, de forma invisible pero real, por el Espíritu Santo. Esta es nuestra fe; esta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar. Quien no tiene esta fe, nunca comprenderá esta realidad.
El Papa no es Jesucristo, ni dueño de la Iglesia. Es sólo su representante, su Vicario, su Siervo, con la única misión de llevarnos a Jesús y que siga su obra de salvación. Esta realidad mistérica no es apropiación arbitraria, ni ambición de dominio. Es un servicio; somos “siervos inútiles”, que sólo tratamos de cumplir lo que se nos encomienda, no como dominadores, sino simples servidores.
Benedicto XVI ha sido un gran regalo para la Iglesia y para el mundo. Quienes siguen manejando clichés negativos sobre su persona, no conocen su bondad, su sencillez, su humildad, su profundidad y al mismo tiempo su amabilidad con quienes de alguna forma lo hemos tratado. En sus palabras hay una gran espiritualidad bíblica, teológica, antropológica, litúrgica e incluso pedagógica. La iluminación que nos ha ofrecido es un aporte muy actual, que no todos comprenden ni valoran. Algunos, ignorantes de lo que es nuestra fe, esperarían que el Papa y la Iglesia se modernizaran, entendiendo por eso amoldarse a los criterios de este mundo. Eso ni lo esperen. Esa es una tentación que siempre debemos rechazar, sea elegido el Papa que sea. Nuestros criterios se fincan en el Evangelio, no en dar gusto a este mundo hedonista, relativista, consumista. Ser cristiano es saber ir contra corriente y ser fieles sólo a Jesús.
COMPROMISOS
No nos impresionemos por opiniones sin fundamento. La fe nos asegura que Jesús es el Supremo Pastor y que el Espíritu Santo asiste a su Iglesia. Oremos por los cardenales electores y vivamos con serenidad y esperanza estos tiempos. La Iglesia de Cristo sigue adelante, en medio de nubarrones y tormentas, con la luz de la fe que nos indica el camino.