ROMA, lunes 30 abril 2012 (ZENIT.org).- Mañana 1 de mayo se celebra en casi todos los países del mundo el Día del Trabajo, recordando reinvindicaciones laborales de especial relevancia. Hace más de 50 años que la Iglesia intuyó la importancia de esta fiesta para reflexionar sobre la figura de san José, el padre de Jesús, quien fue un modelo de trabajador como sostén de su familia. Pero ante todo fue aquel que acompañó a su hijo adoptivo en su formación humana, abriendo así las puertas a la redención del trabajo mismo.
Con tal motivo, ZENIT entrevistó al presbítero Tarcisio Giuseppe Stramare OSJ, director del Movimiento Josefino con sede en Roma, que realiza un amplio trabajo de investigación y valorización de la figura de san José en el mundo entero.
¿Cómo se pasó del 1 de mayo, fiesta de los trabajadores, a la fiesta de san José Obrero?
P. Stramare: La fiesta de san José obrero, establecida el 1 de mayo de 1955, es reciente. Fue el papa Pío XII quien quería reinvindicar del trabajo y de su «fiesta», el verdadero significado y el valor cristiano. El trabajo, de hecho, no pertenece a una ideología o a un partido, sino al hombre: por eso fue especialmente redimido por Jesús, tanto que Juan Pablo II, en la encíclica Laborem exercens utilizó la expresión comprometida de “Evangelio del trabajo”.
¿Le importaría profundizar en la expresión «Evangelio del trabajo»?
P. Stramare: «Evangelio» es la buena noticia que se refiere a Jesús, el salvador de la humanidad. Pues bien, a pesar de que por lo general vemos a Jesús como alguien que enseña y hace milagros, con el trabajo se había identificado de tal forma, que en su tiempo se le consideraba como «el hijo del carpintero», es decir, artesano en sí mismo. Entre las múltiples actividades posibles, la sabiduría de Dios escogió para Jesús aquella del trabajo manual, confiando la educación de su propio hijo no a la escuela de los sabios, sino a un artesano humilde, osea a san José.
<strong>¿Pero san José no era descendiente del rey David?
P. Stramare: Por cierto, y este origen conserva toda su importancia en el registro para reinvindicar en Jesús el título de Mesías, que también es importante. Desde el punto de vista social, sin embargo, Jesús quiso ser catalogado como «obrero», nacido de María, la esposa de José, que era un «trabajador». Además del título davídico, esencial para su reconocimiento como el Mesías, Jesús recibió de José la dimensión humana del trabajador.
Con la fiesta de san José obrero, Pío XII puso de relieve la importancia de la dimensión social de Jesús, tal vez demasiado oculta de sus actividades como maestro y sanador, ¿verdad?
P. Stramare: El trabajo, de hecho, que ha sido parte integrante de la «existencia» de Jesús, también forma parte de la revelación cristiana. Los evangelios hacen hincapié especialmente en «el hecho de que él, que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de su vida terrena al trabajo manual, junto al banco del carpintero». Esta circunstancia es de gran importancia para la teología de la encarnación, la cual enseña que Jesús se ha unido a las realidades terrenas, no sólo con el fin de mostrar su humanidad, sino para «santificarlas» a través de él.
¿Podemos decir que el trabajo fue «redimido»?
P. Stramare: Sí, eso es exactamente lo que dice la definición ya mencionada del «Evangelio del trabajo». «El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual encuentran en el evangelio un acento especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, este fue incorporado en el misterio de la Encarnación, el cual también ha estado redimido en modo particular». El creador del universo realmente ha «trabajado con manos de hombre,» santificando directamente el trabajo humano.
San José, por lo tanto, tuvo un papel importante en la vida de Jesús…
P. Stramare: San José fue en el plan de la providencia divina, el instrumento necesario de la redención del trabajo, que se produjo justamente en su humilde taller, a través de la misión que ha realizado no solo junto a Jesús, sino aún por encima de Jesús, que «vivía sujeto a ellos». «Esta ‘sumisión’, o la obediencia de Jesús en Nazaret, también se entiende como la participación en el trabajo de José. Aquel que era llamado «el hijo del carpintero», había aprendido el trabajo de su ‘padre’ putativo. Si la Familia de Nazaret, en el orden de la salvación y de la santidad, es el ejemplo y el modelo para las familias humanas, por analogía lo es el trabajo de Jesús al lado de José el carpintero».
Entonces es claro que junto al Redentor del trabajo, que no puede ser otro que Jesús, la presencia paterna de san José no podía ser ignorada…
P. Stramare: Exactamente. Ninguno de los hombres, después de María, estuvo tan cerca de las manos, la mente, la voluntad, y el corazón de Jesús, como san José. Lo subrayaba Pío XII, proponiendo el ejemplo de san José a los trabajadores. Teniendo en cuenta, de hecho, que el espíritu del evangelio brota del corazón del Hombre-Dios en todos los hombres, «lo cierto es que ningún trabajador fue tan perfecto y profundamente penetrado como el padre adoptivo de Jesús, que vivió con él en la más estrecha intimidad y comunidad de vida y de trabajo». De ahí la invitación que el mismo pontífice dirige a los trabajadores: «Si quieren estar cerca de Cristo, Ite a Ioseph”, ¡vayan a san José! Como modelo de los trabajadores, por lo tanto, san José es también su patrono especial.
Pero, ¿quién era realmente Jesús? ¿Bajo cuál aspecto debemos tenerlo en cuenta?
P. Stramare: Jesús es, ante todo, el Hijo de Dios y por lo tanto, es Dios. Lo profesamos abiertamente en el Credo y lo expresamos con el título de «Señor», que siempre anteponemos a los nombres de Jesús y Cristo. Durante su vida terrena, sin embargo, Jesús quiso ser conocido como «el Nazareno», originario de un país despreciado, y también como «Galileo», es decir, que pertenece a una región periférica. Incluso durante su vida pública, cuando será el Maestro, no se olvidará –para denigrarlo–, que él era sólo un trabajador, «el hijo del carpintero». Humanamente hablando, Jesús era un «trabajador» a título pleno. En la identidad de «hijo de José» estaba incluido «el estado civil, la clase social, la posición económica, la experiencia laboral, el entorno familiar, la educación», como gustaba señalar el papa Pablo VI. Jesús, por el contrario, no se avergonzaba de vestir su excelsa dignidad con la humilde condición de trabajador, plenamente consciente de que sería para él motivo de descrédito. A pesar de que podía presumir de los títulos más nobles, Jesús eligió deliberadamente para sí mismo lo más común, lo más ampliamente compartido de la condición humana, a saber, el de ser trabajador.