SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 26 febrero 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores un artículo del obispo de San Cristóbal de las Casas, México, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel sobre Benedicto XVI y la Cuaresma.
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+ Felipe Arizmendi Esquivel
HECHOS
Estamos empezando la Cuaresma. Para algunos, nada significa; su vida sigue igual. Para otros, es ocasión de carnavales previos, donde predominan excesos, inmoralidades, negocios, turismo, pero nada de revisar costumbres y actitudes, para resucitar con Cristo a una nueva forma de ser y de actuar.
Unas personas recuerdan tiempos idos, cuando los papás exigían a los hijos hacer algún sacrificio, como no comer golosinas, o ponerse una piedrita en el zapato. Se puede reducir este tiempo sólo a actividades exteriores, como tomar la ceniza, no comer carne los viernes, ayunar en miércoles de ceniza y viernes santo, dejar de comer pan o tortillas, no fumar o beber, abstenerse de alguna telenovela, etc. Esto vale y no es despreciable, pues Jesús pasó cuarenta días en el desierto en plan de austeridad, y estos sacrificios corporales son una forma de unirnos a la pasión redentora de Jesús y de aprender a dominar nuestro cuerpo, para vencer las tentaciones. Sin embargo, el tiempo de Cuaresma tiene un sentido más profundo.
CRITERIOS
El papa Benedicto XVI nos envió un mensaje, del que comparto algunos pasajes: “La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24).
El verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón.
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. Interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. Nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras. Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua”.
PROPUESTAS
Tu Cuaresma, para que sea auténtica, te ha de impulsar a transfigurarte en Cristo. El se retira a la soledad del desierto, para comunicarse con su Padre. Apoyado en la Palabra de Dios, vence las tentaciones e inicia su servicio a los que sufren.
Haz el esfuerzo de privarte del ruido y de las distracciones que te enajenan; entra en ti y reflexiona en tu vida a la luz de la Biblia; sacrifica tu comer y beber; dedica tiempo a la oración, en tu casa o ante el Sagrario. Sobre todo, vence tus cadenas de pecado y haz algo o mucho por los demás, por tus familiares que sufren y por tantos pobres que esperan una mano cercana y un corazón generoso. Así, resucitarás y serás una persona transformada.