El examen de conciencia

Por monseñor Rafael Sandoval Sandoval M.N.M., obispo de Tarahumara

Share this Entry

MÉXICO, sábado, 18 de julio de (ZENIT.orgEl Observador).-  Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Rafael Sandoval Sandoval M.N.M., obispo de Tarahumara, sobre el examen de conciencia.

* * *

1.    «VIGILAD Y ORAD»

Jesús me dice que hay que discernir cada día. Pero para hacerlo no hay recetas. Los santos nos dicen lo que a ellos les sirvió, pero la receta la necesitamos hacer cada uno y cada día.

«Vigilar y orar» es ver qué está pasando dentro y fuera de nosotros. Este mundo cambia, y nosotros también cambiamos de sentimientos. Ver es una actitud permanente y de alerta. No podemos instalarnos.

Hay que estar todos los días mirando los signos de los tiempos, lo que sucede en el mundo, lo que pasa en la Iglesia, la propia historia, las mociones interiores, etc. Para eso necesitamos tener espacios diarios.

Pero hay que saber que la seguridad no está en nosotros mismos, sino en Él. Hay que estar siempre abiertos para ver qué nos está diciendo Dios, y dispuestos a cambiar nuestros modos de pensar. Hay que ver la realidad con los ojos de la fe.

2.    EL EXAMEN DE CONCIENCIA

Existe un instrumento magnífico que nos ayuda a ser seguidores de Jesucristo: es el tradicionalmente llamado «examen de conciencia particular». Es muy sencillo y, por desgracia, poco practicado.

Tal instrumento es importante para todo cristiano, pero especialmente para el agente de pastoral, para el seglar, para el religioso y para el sacerdote. ¡Cuántos conflictos internos y externos desaparecerían si lo practicáramos! Frecuentemente lo aprecian más algunos psicólogos que los mismos creyentes. Si el psicólogo es creyente, lo aprovechará mucho. Pero no se necesita ser muy sabio para poderlo practicar. Lo puede hacer cualquier persona que quiera tener la vida en sus manos.

¿Por qué no se practica? Entre las muchas razones hay dos que subrayo aquí: la primera es porque lo reducimos a algo contable de fallas. Hacerlo de esta manera nos llevaría a caer en el miedo y en el escrúpulo. La segunda es porque nos quedamos en un análisis psicológico que poco tiene que ver con la fe.

3.    ¿QUÉ ES EL EXAMEN?

El examen particular es una atención suave y afectiva del corazón. Es un ponerme delante del Señor para platicarle qué pasó en el día que acaba de terminar. Por eso es conveniente hacerlo antes de dormir.

Es un momento de comunicación con Dios; un encuentro y un diálogo con Él; algo así como dice el salmo: «Como están los ojos fijos en las manos de su señor, así están mis ojos fijos en el Señor» (Salmo 122, 2).

De lo que se trata es de ver por dónde y cómo está pasando el Señor en mi vida. Para eso se necesita mucho afecto. Cuando se ama a alguien, se le contempla y se ven los contenidos de su presencia, de su voz, de su paso; hasta se contempla a qué huele.

Se trata de tener una actitud constante de buscar la voluntad de Dios por un contacto ininterrumpido con Él. Esto me hará ver si estoy de lado de Dios, y me mantendrá en buena tonalidad. Así podré tener mi vida en mis manos. En pocas palabras: el examen es una especie de evaluación que me ayuda a tener mi vida bajo mi control.

Consiste en contemplar los impulsos que vienen del Señor. Estos impulsos son movimientos interiores por los que Dios me habla. Cada impulso espiritual consta de dos elementos: una frase («no tengas miedo») y un sentimiento (paz, claridad). Si sé contemplar cada impulso, entonces tendré lo que se llama un «estado espiritual». Este último consiste en la huella o afecto que quedó después de haber tenido los impulsos.

El examen de conciencia consiste en examinar los impulsos espirituales que Dios me concedió en el día. Tal examen ya es oración, y junta la historia y las mociones interiores. Ahí se une la oración y la vida.

Alguien puede decir que no siente nada, pero eso no es verdad. Sólo los muertos no sienten. Siempre estamos sintiendo algo. Incluso cuando no sentimos nada, pues ese «nada» ya es algo, y se llama «sequedad». También ese «nada» hay que examinarlo para ver qué me dice el Señor.

4.    ¿PORQUÉ ES BUENO HACER EL EXAMEN?

Porque así vamos aprendiendo a estar con Dios y platicarle lo que pasó en el día. De esta forma vamos contemplando lo que contemplamos. Es un contemplarme contemplándolo a Él.

Si lo hacemos diariamente, nos iremos dando cuenta del lugar central que Dios va ocupando en nuestra vida. El examen es como un puente entre la oración y la vida.

Además, nos hace más libres. Nos ayuda a tener «libertad interior». De esta forma nos iremos dando cuenta de que ya no nos importa tanto el «qué dirán», sino el «cómo estoy delante del Señor».

Son las cosas pequeñas las que más descuidamos. Estas «cosas pequeñas» son las que ni nos ponen del lado del mal, pero tampoco nos dejan poner del todo del lado del bien.

Nos daremos cuenta de lo que Dios nos está dando, pero también iremos tomando consciencia de los propios defectos. Pero hay que hacerlo con paz y sin culpabilidad enfermiza.

A veces pasamos muy distraídos en el día, y así vamos dañando a los demás con palabras y acciones sin darnos cuenta. Con frecuencia somos duros y bruscos sin percibirlo.

Si lo practicamos, iremos notando que nuestro existir va adquiriendo más calidad. Además, tiene un grande valor terapéutico o curativo, pues así vamos analizando los sentimientos (angustia, miedo, alegría, etc.).

Así vamos viendo cómo está trabajando Dios en mí y vamos viendo cómo está pasando.

5.    UN MODO DE HACERLO

1) DAR GRACIAS A DIOS

Consiste en que le dé gracias a Dios por los dones de mi vida. ¿De qué le quiero dar gracias hoy a Dios?

2) PEDIR LUZ Y ACEPTAR

Le pido luz para conocerlo, y gracia para aceptarlo como está pasando. Luz para ver la vida, y gracia para aceptarla. Así, vida y Presencia me irán volviendo contemplativo.

Por ejemplo: ¿En qué personas vi al Señor ese día? ¿En qué circunstancias o acontecimientos lo vi? ¿Lo vi en la lluvia, en el frío, en el calor, en…? Lo que importa es la Presencia del Señor.

3) EXAMINAR

Ahora examino la vida, y miro si entró el Señor. Hago el énfasis en su Presencia. No me centro en mi mismo, sino en el Señor. No se trata de ver si prediqué bonito, si fue bueno el curso que tomé o si hice bien mi trabajo. Las siguientes preguntas pueden servir: ¿El Señor pasó? ¿Le impedí que pasara? ¿Qué le impidió?

4) CONVERSAR

Ahora le platico sobre lo que examiné. Si vi su Presencia a través del día, le doy gracias. Si no lo vis, le digo: «dispénsame».

Ese platicar ha de ser tranquilo, como cuando estoy con un amigo: «Oye, pero qué difícil fue verte en esa persona tan habladora; en esa persona tan difícil…». Ahí puedo expresarle mis disgustos o mis frustraciones. Puedo preguntarle: ¿Qué buscas con todo esto?

5) HACER ACUERDOS

Los acuerdos no son propósitos. Si hago propósitos, seguro q
ue no los voy a cumplir. Lo mejor es que le diga: «Dime qué, y ayúdame para que sea para agradarte a Ti».

Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }