ROMA, miércoles 28 de enero de 2009 (ZENIT.org).- En 2009, se celebran 150 años desde que Charles Darwin escribiera “El origen de las especies”, obra fundamental de la Biología evolucionista. A raíz de recientes descubrimientos científicos relevantes, la teoría de la evolución biológica merece una atenta y seria reconsideración, tanto desde el punto de vista científico como desde una perspectiva filosófica y teológica, evitando las posturas ideológicas que con frecuencia han dominado el debate.
Con esta convicción, y con el intento más general de promover una correcta y fecunda relación dialéctica entre Ciencia, Filosofía y Teología, la máquina organizativa trabaja para preparar el congreso internacional «La evolución biológica: hechos y teorías», organizado por la Universidad Pontificia Gregoriana, dentro del proyecto STOQ, y bajo el alto patrocinio del Consejo Pontificio para la Cultura.
Zenit ha entrevistado al arzobispo Gianfranco Ravasi, presidente del citado Consejo, con el fin de mostrar la importancia de un tema que apasiona a científicos, filósofos y teólogos, y atrae a un gran número de personas.
-¿Puede explicar por qué el Consejo Pontificio para la Cultura ha querido patrocinar este congreso?
Monseñor Ravasi: Hay dos razones importantes. Una se refiere a las funciones del propio Consejo que, teniendo como propia enseña la cultura, la considera en la forma actual. La cultura no es sólo la dimensión artística, intelectual, humanística, sino que tiene en cuenta muchas disciplinas que tienen hoy resonancias dentro de la experiencia social y humana, como parte del interés mismo de la cultura.
Sabemos, por otra parte, que hoy la categoría cultura se ha convertido en algo transversal y, en consecuencia, atraviesa las experiencias fundamentales del hombre en su capacidad de reflexión, por tanto de interpretación de la realidad. La ciencia está seguramente en el punto más alto de la cultura contemporánea, por tanto exige una confrontación, una atención por parte de quien tiene precisamente como referente la cultura.
La segunda razón atañe al hecho de que la dimensión científica provocó con frecuencia en los últimos tiempos a la dimensión religiosa; por tanto la confrontación entre fe y ciencia se ha convertido en una de las confrontaciones más agudas y delicadas.
Por este motivo es indispensable sobre todo volver a construir un encuentro en las fronteras. Es decir, el científico debe empezar a mirar más allá, empezar a ver el horizonte de la Filosofía y la Teología, arrancando de su mente la convicción de que estamos en presencia de un resto arqueológico, de un paleolítico intelectual remoto, contrario a la fuerza de la ciencia; por otra parte, el teólogo y el filósofo deben lograr mirar al campo del científico sin temer siempre que haya personas que quieren construir nuevos monstruos, rompiendo todo vínculo, todo perímetro propio de la humanidad, o en todo caso de la antropología. Esta segunda razón importantísima se sintetiza en una palabra de la que se ha abusado mucho, y muy difícil de poner en práctica que se llama diálogo.
-Por tanto, el tema se inserta en el atrayente debate entre ciencia y fe, con la esperanza de que desemboque en un verdadero diálogo. ¿Existe el riesgo de que, por una parte o por la otra, se tienda a encontrar una postura definitiva, apoyada sólo en una vertiente?
Monseñor Ravasi: Los riesgos son muchos y están siempre agazapados cuando se empiezan a considerar cuestiones de frontera, siempre muy delicadas, que admiten por su propia naturaleza traspasar los límites.
El primer riesgo es el de una especie de “definitividad” que todo campo del saber afirma para sí mismo pero, paradójicamente, el riesgo puede ser también el contrario, es decir la afirmación de algún elemento extravagante, en el verdadero sentido del término, que sale, vaga fuera del horizonte en que se está inmerso.
Hay científicos, por ejemplo, que son rigurosos en su propia área de conocimiento y que, provocados por una confrontación en ámbito filosófico o metodológicamente diferente, suscitan teorías que son ajenas y que están más allá de su propia frontera.
Otro riesgo es hacer de modo que alguien trate de encontrar, dentro de la confrontación, sus propias tesis, sus propias soluciones. En esta óptica, ciertamente algunos se sentirán excluidos del debate, se harán sentir y dirán que falta su voz específica. Pensemos, por ejemplo, en toda la corriente estadounidense del llamado “creacionismo”, que tiene ciertamente su propia visión y que, en el futuro, podría ser incluso objeto de otra cerrada confrontación.
Por tanto, los riesgos son múltiples, pero estoy convencido de que la posibilidad, entre hombres de cultura, en el sentido más alto y noble del término, de confrontarse, hará que más allá de las rebabas, más allá incluso de alguna degeneración por descontado, está en cambio la posibilidad de una confrontación seria y cualificada.
A menudo, cuando hablo de diálogo interreligioso, uso una imagen, que pienso pueda ser adecuada a nuestro tema: la imagen del dueto; es decir, tener en cuenta que, para lograr armonía, no es necesario que haya una concordancia, que Teología y Ciencia digan lo mismo; si es así, probablemente una de las dos se equivoca, porque necesariamente leen la realidad desde dos perspectivas diversas. La imagen del dueto, en cambio, indica que la armonía puede darse incluso si hubieran cantando juntos un soprano y un bajo, porque cada uno tiene su timbre, pero al mismo tiempo se asocia al otro y construye armonía. Son dos lecturas desde dos ángulos diversos, son perspectivas diferentes sobre la misma realidad que deben conservar la propia diversidad pero mostrar que son interpretaciones de la misma realidad.
-Ya hay previstas muchas iniciativas internacionales para 2009 y algunas a nivel científico. Hasta hoy, esta es la mayor organizada en la Iglesia sobre este tema. Y se subraya la voluntad de confrontarse en cuestiones de frontera. A los riesgos que ya hemos citado, ¿se podría añadir que quizá este congreso, altamente científico, sea para pocos enterados y que la mayoría de la gente quede lejos y no se implique en el argumento?
Monseñor Ravasi: De hecho ya he propuesto a los organizadores, antes que nada, que se mantenga el rigor. Es fundamental, porque si ya se concibe el encuentro como de tipo divulgativo, se incurre en la aproximación, y luego se llega a un acuerdo genérico, o a la disociación siempre basada en presupuestos ideológicos anteriores. Por tanto, quienes se inscriban deben ser conscientes de que todas las ponencias serán de alto nivel y que habrá que empeñarse, con el esfuerzo propio de quien debe trabajar con el pensamiento, por tanto con una elaboración conceptual y temática sofisticada y afinada.
He propuesto que, aún manteniendo el rigor en este congreso, luego haya al menos dos posibles itinerarios: quizá un encuentro, o incluso sencillamente un taller. Se estudiará cómo, ya sea con un matiz didáctico, o teniendo en cuenta eventuales objetivos, transcripción de los contenidos, e incluso visiones más generales en torno a este tema de la evolución biológica, y al problema de la relación fe-ciencia para fines pastorales e incluso escolares, didácticos.
Si es riguroso, puede incluso ser acogido en el ámbito escolar, disciplinar, quizá en secundaria, sin excluir la posibilidad de hacer también trabajos con niños y chicos de primaria.
El segundo itinerario es elaborar textos, no de los actos académicos sino que tengan la finalidad de poder salir al encuentro de preguntas que surgen de la base, de personas que soportan provocaciones continuas sobre estos temas, por parte de diarios, revistas, televisión, y que se resuelven, las más de las veces, sólo con frases hechas y algunas veces incluso con ironía y no con un
a profundización seria. En este segundo ámbito, se podrían implicar instituciones eclesiásticas, culturales, que tengan este aspecto en el centro de su interés cultural, pienso por ejemplo en las universidades pontificias.
-Faltan ya menos de dos meses para la celebración del congreso. ¿Qué actitud aconsejaría a los participantes o a quien lo siga de lejos?
Monseñor Ravasi: Podríamos casi evocar una tradición de la historia de la cultura. Son dos los verbos fundamentales que plasman la cultura. Por un lado, el verbo escuchar, que incluye evidentemente el verbo leer. Escuchar es lo más difícil en absoluto. No es verdad que sea más difícil hablar en público, es mucho más arduo escuchar. Escuchar quiere decir seguir los itinerarios propuestos a la atención, con un esfuerzo; tan es verdad que nosotros los italianos tenemos una palabra muy significativa para indicar lo que no tiene sentido, es absurdo, que deriva de sordera, es decir no ser capaces de oir las argumentaciones. Por tanto, venir un poco despojados de tantos prejuicios, tantos condicionamientos y empezar a seguir los itinerarios que se indican. El ejercicio de la escucha es fundamental, sobre todo en caso de comunicaciones sofisticadas como estas.
El segundo verbo fundamental es conocer. Diría que la definición más alta de cultura es la que se encuentra en la primera línea de la Metafísica de Aristóteles, donde se afirma que todos los hombres, por su naturaleza, desean conocer. El conocimiento, sin embargo, no es sólo cuestión intelectual; aquí se tocan problemas que, como se ve, son claramente de tipo existencial porque tocan a la pregunta fundamental sobre quiénes somos, qué sentido tenemos. Naturalmente, el científico afronta esta pregunta simplemente desde el punto de vista de los mecanismos que determinan al ser, la realidad que constituye, en este caso, el hombre en su identidad. La Filosofía y la Teología exaltan en cambio el conocimiento a través de otras dimensiones. También el científico, por otra parte.
Diría que hay al menos cuatro elementos implicados en el conocimiento: la inteligencia; la voluntad, y aquí hay que volver verdaderamente a un querer juntos, una voluntad común al servicio de la humanidad; el sentimiento, es decir el aspecto afectivo, el aspecto diría de la pasión que es indispensable. Hay argumentos que, entre otras cosas, nos involucran muy profundamente y se refieren a quiénes somos realmente; y, por último, también el actuar.
Conocer en la Biblia indica incluso el acto sexual entre dos personas que se aman y que construyen por tanto una familia, la casa, el futuro. En nuestro caso, el conocimiento tendrá resonancias concretas que pueden ser muy delicadas. En consecuencia, seguir este congreso quiere decir conocer intelectualmente, hacer un gran ejercicio también con la voluntad, la sabiduría, que sabe juzgar y sopesar; participar, sabiendo que estamos llamados en causa todos, porque es una demanda que nos afecta y, al final, recordar que debemos construir una ciencia, una teología, una filosofía que repercuta en la existencia y en la historia.
Para más información: www.evolution-rome2009.net/ o www.unigre.it.
Por Marco Cardinali, traducido del italiano por Nieves San Martín