Representante del Movimiento de los Focolares en el Congreso de la Familia

Intervención de Marylin Barrio

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CIUDAD DE MÉXICO, viernes, 16 enero 2008 (ZENIT.org).- Presentamos el texto de la intervención de Marylin Barrio, representante del Movimiento de los Focolares, durante la mesa redonda celebrada el 14 de enero sobre «Organismos que ayudan a la familia en la formación de valores».

 

En nombre de la doctora Maria Voce, presidenta del Movimiento Focolares.

No pudiendo participar personalmente, me ha enviado para que la represente .

Pero el motivo profundo es el deseo de testimoniar lo que desde pequeña, creo como la mayor parte de ustedes, pude absorber del amor de mis padres: la certeza profunda de ser amada.

La familia: una especie de bien de creación, ligado a la paternidad, un valor que no se puede sustituir con otros, que da seguridad, que plasma la personalidad, que convence a la persona de su capacidad de amor, de ser amada y de poder amar.

La familia es la obra maestra del amor que Dios quiso derramar sobre los hombres mediante la encarnación, que sucedió, justamente, en el seno de una familia.

Es un don grande, que en mi caso se convirtió en un buen terreno sobre el cual germinó mi donación total a Dios en el Movimiento de los Focolares.

Más tarde me encontré con Chiara Lubich y fue justamente por ella – una mujer de hoy, laica, virgen, donada totalmente a Dios, que dio una nueva comprensión a mi vida y a mi formación profesional- que entendí el valor de la familia y su función fundamental e insustituible de transmisora de valores a las nuevas generaciones.

Chiara fundó el movimiento de los Focolares en 1943. Del Evangelio vivido a la letra por Chiara y sus primeras compañeras nació la espiritualidad de la unidad o de comunión

Y viendo los efectos de esta propuesta en muchas personas casadas que ponían en práctica, afirmaba: Veo que la espiritualidad de la unidad es tan adecuada a la familia, que me parece «la espiritualidad típica» de quien está llamado al matrimonio.

¿Cuáles son los efectos de esta vida inspirada en un carisma de este tipo? Familias más unidas, más felices, más convencidas de la belleza de los valores cristianos .

Esta intuición de Chiara -que he visto vivida en muchas familias- me hizo comprender por qué un niño, incluso antes de que aprenda a hablar, puede descubrir en el auténtico amor que circula en la familia el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu.

Jesús, presente entre ellos, inspira un estilo educativo que privilegia el diálogo y ayuda a la comprensión profunda del hijo y sus aptitudes, que respeta su libertad, que favorece su creatividad, sin descuidar las necesarias reglas y los límites.

Pero sobre todo Jesús en medio sugiere a los padres que no es su tarea tanto ser maestros (porque uno solo es el Maestro) sino testimonios creíbles, testimonios de Dios Amor.

No se trata entonces de un itinerario educativo unidireccional, donde solo los padres educan, aún si esto es siempre fundamental. Se trata sobre todo de una co-participación en la obra creativa, activa y formativaque la presencia de Jesús en medio de la familia -por al amor recíproco- genera.

Sabemos bien que el ser humano está llamado a existir en la relación, a modo de la Trinidad. Y así se realiza. Amo ergo sum </i>escribía Mounier.

Además son valores típicamente familiares la comunión de los bienes con quien no es productivo; el sentido de la justicia, el valor del sufrimiento y del sacrificio, de sentir como propia la vergüenza y la culpa del otro, la solidaridad espontánea, la fidelidad… en fin, la apertura a una fraternidad universal, que tenga en cuenta la riqueza cultural de los distintos pueblos.

Hemos constatado que son muchos los problemas a resolver para inyectar seriamente estos valores en el núcleo familiar. Como sabemos, hoy la familia también contiene el ADN de todas las heridas y los dramas de nuestro tiempo. En el arco de la vida las oscilaciones sociales abren brechas en el corazón de los hijos y determinan momentos de crisis, de fracasos, de pérdida de sentido.

Gran parte de mi trabajo en el focolar ha sido justamente el de ocuparme de jóvenes. Los mismos jóvenes muchas veces han sido capaces de llevar la presencia de Jesús a sus familias, de ‘desempolvar’ los valores recibidos de niños y dejados de lado, para volver a ponerlos en el centro de su vida, comprometiéndose con otros a darlos a la sociedad con el amor.

Sin duda los jóvenes son mucho más bellos que cómo los describen los medios de comunicación, que cómo a veces ellos mismo se ven o quieren aparecer.

Por eso tenemos que trabajar mucho con los matrimonios, conscientes de que su estabilidad es el primer valor sobre el cual se basa la acción educativa de los hijos.

Debemos valorizar y dar dignidad a su tarea educativa, ofreciéndoles nuevos instrumentos actualmente disponibles y experimentados, como cursos para padres, intercambio de experiencias y capacidades entre familias, entre familias y escuela, entre familias y educadores juveniles, etc.

En la sociedad todavía existen muchos fragmentos de tejido sano con el que podemos contar, pero también hay que detectar sus zonas de sombra y actuar sobre la prevención.

Por eso hacen falta soluciones nuevas para dar una profunda inyección de salud a la familia y a la juventud de hoy.

Pero no son sólo los hijos los que necesitan los valores familiares.

Se estaba preparando el año internacional de la familia, en 1994. Recuerdo una intuición que Chiara Lubich tuvo en ese momento y que se convirtió luego en un mensaje que fue entregado a la ONU: La familia puede ser protagonista de esta era. En ella nacen y crecen valores extraordinarios como la gratuidad, el espíritu de servicio, de sacrificio, la comunión, la escucha… Estos valores son muchas semillas que si son trasladadas a las estructuras sociales, pueden transformar la humanidad en una gran familia.

 

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ZENIT Staff

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