ROMA, lunes, 29 septiembre 2008 (ZENIT.org).- La Iglesia católica «mira con extremo favor y con gran esperanza la movilización internacional que tiene como objetivo final el de cancelar la pena capital de todos los ordenamientos jurídicos y estatutarios».
Así lo afirmó este lunes el secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de Emigrantes e Itinerantes, monseñor Agostino Marchetto, durante el III Congreso internacional de ministros de Justicia, que se celebra entre hoy y mañana en el Palazzo Rospigliosi de Roma, convocado por la Comunidad de San Egidio.
Monseñor Marchetto explicó que la Santa Sede mira «con gran esperanza» el movimiento a favor de la abolición de la pena de muerte, especialmente tras la moratoria sobre las ejecuciones aprobada por las Naciones Unidas el pasado mes de diciembre.
La firma de esta moratoria da a entender, explicó el prelado, que la cultura de la vida «hoy es compartida universalmente, a pesar de las continuas amenazas y derivaciones violentas».
Esta moratoria, afirmó, ha abierto «un periodo de reflexión, de examen, de control sobre las mejores expresiones de la justicia penal apta para garantizar eficazmente el orden público y la seguridad de las personas, y al mismo tiempo sea más conforme a la dignidad del hombre, también de la del condenado».
Sin embargo, añadió, la Iglesia «es consciente al mismo tiempo de la complejidad de esta cuestión, y de la necesidad de proceder con decisión y gradualidad».
Por ello, monseñor Marchetto mostró su satisfacción por el aumento de países abolicionistas en África, «que han aumentado a 13, mientras que los que aplican la moratoria de facto son 23». Se trata, añadió, «de un dato de extraordinaria relevancia para un área geográfica del mundo, mirada siempre con escepticismo y pesimismo por parte de los analistas internacionales».
Para la Iglesia, añadió el prelado, la vida humana es «sagrada» desde la concepción hasta la muerte natural, según el «diseño divino de una civilización del amor y de la vida».
Frente a esto, «la pena de muerte aparece cada vez más como un instrumento inaceptable, además de inútil y dañino», explicó. «Por esto el magisterio católico, que ha ilustrado el valor de la vida como fundamento de toda socialidad, condena abiertamente, humildemente pero sin dudas, la pena capital».
El secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes citó el artículo 27 de la Evangelium Vitae de Juan Pablo II, en el que se afirma que la sociedad «puede reprimir eficazmente el crimen de manera modo que, mientras ponen al agresor en situación de no hacer daño, no le quitan definitivamente la posibilidad de redimirse», sin necesidad de acudir a la pena de muerte.
«Un hombre y una mujer que se han equivocado, que han cometido un crimen, por más feroz que haya sido, deben tener la posibilidad de ser perdonados, incluso sufriendo una grave pena reparadora, y vivir en la esperanza», añadió.
El arzobispo se mostró esperanzado de que «el camino hacia un mundo sin la pena de muerte esté cada vez más expedito y que llegue pronto a su destino final».