ROMA, miércoles 24 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- El proyecto de ley sobre eutanasia y suicidio asistido en Colombia busca introducir el «asesinato legal», lo que constituye una «contradicción jurídica», advierte uno de los expertos católicos en bioética de mayor prestigio a nivel internacional.
La alerta es presentada por el sacerdote Ramón Lucas Lucas, L.C., catedrático de bioética en la Universidad Europea de Roma y miembro fundador del Observatorio de bioética de la Universidad Católica de Colombia, al intervenir en dos cursos sobre bioética impartidos en ese país.
El pasado 17 de septiembre la Comisión primera del Senado (cámara alta) aprobó en el primero de cuatro debates reglamentarios el proyecto «por el cual se reglamentan las prácticas de la Eutanasia y la asistencia al suicidio en Colombia».
La propuesta, que en un primer momento no había recibido la atención que merece por parte de la opinión pública, ha pasado a formar parte del debate nacional en las últimas semanas con los pronunciamientos contrarios de los representantes de la Iglesia católica, y después de que el profesor Lucas Lucas planteara los graves peligros que implica.
Lo hizo al intervenir en un curso de bioética para el clero de la Arquidiócesis de Bogotá y diócesis conurbanas del 8 al 10 septiembre, y en un curso para profesores de la Universidad Católica de Colombia del 10 al 12 septiembre.
Contradicción jurídica
Según el filósofo, autor de manuales de bioética seguidos por varias universidades de diferentes continentes, el proyecto de ley colombiano «es un asesinato legal y una contradicción jurídica» pues permite «eliminar viejos inútiles, enfermos terminales y, en determinados casos, apropiarse de sus bienes».
En una reflexión compartida con ZENIT, Lucas Lucas explica que «aunque se enmascare con palabras bonitas: ‘muerte digna’, ‘muerte dulce’, ‘no sufrir’, ‘respeto de la dignidad’, es un verdadero crimen».
«No hay ninguna duda en el ámbito científico, moral, político ni religioso sobre el hecho de que cuando la medicina no puede proporcionar la curación, lo que tiene que hacer es aliviar el sufrimiento y el dolor de los pacientes, no suprimirlos –explica el profesor–. El remedio de una enfermedad no es matar al enfermo. Ni siquiera porque él lo pida».
Según el filósofo, «el enfermo no desea la muerte, lo que desea es dejar de sufrir. Por eso se le pueden y se le deben administrar toda clase de paliativos del dolor. Incluso los que pueden indirectamente acelerarle la muerte, pero sin intención de matarle, como son aquellos que su acción primaria es analgésica, y el efecto secundario no querido, es el acelerar la muerte; en cambio, la eliminación voluntaria y directa del enfermo es eutanasia».
Evitar el encarnizamiento terapéutico
Continuando con su análisis, el doctor explica que «lo que sí es lícito, y además un deber ético y social, es evitar el encarnizamiento terapéutico, que se define como el uso de medios desproporcionados y ya inútiles para el enfermo».
«Es decir –aclara– se pueden retirar o no dar al enfermo todos esos medios a él ya desproporcionados, inútiles y que prolongan su agonia más que ofrecerle elementos de mejora. Lo que nunca se puede hacer, por respeto a su dignidad de persona, es negarle o privarlo de los medios a él proporcionados según la situación y según el nivel sanitario del país en ese momento».
Lucas Lucas, autor de un best-seller traducido en casi una decena de idiomas (incluido el coreano y el ucraniano), «Bioética para todos», constata que «la eutanasia es un atentado mortal a la dignidad de la persona humana sobre la que se funda el Estado colombiano según lo expresa el pacto constitucional».
«Es siempre un crimen, también cuando se practica con fines piadosos y a solicitud del paciente –insiste–. La principal expresión del respeto de la dignidad de la persona, no es sólo el respeto de su autonomía (la decisión hecha por ella) sino el respeto del bien objetivo contenido en dicha decisión, o el evitar el mal objetivo contenido en la decisión».
Los más débiles, víctimas posibles
Según el catedrático, «un Estado democrático y social tiene el deber de proteger a los más pobres e indigentes, como son los discapacitados, los ancianos o los enfermos terminales. Cuando el Estado, en vez de proteger a los más débiles, da cobertura legal a su muerte, se transforma automáticamente en un Estado totalitario, los fundamentos de la convivencia se quiebran y surge una sociedad de la muerte, una auténtica ‘tanatocracia'».
El profesor recuerda que la legalización de la eutanasia en Holanda ha creado un fuerte problema social porque se ha perdido la confianza en los hospitales y ha motivado que los ancianos no quieren ir al hospital ante el temor de que se les administre una inyección letal. Por eso, constata, se ha fundado una organización, la NPV, que tiene cerca de cien mil afiliados que llevan una tarjeta donde dice que el portador no quiere ser ingresado en un hospital.
El «Proyecto de ley estatutaria» del Senado de Colombia ampararía muchas «otras barbaridades, no sólo éticas, sino económicas y sociales», según asegura el filósofo: «por ejemplo, se podría comprar un coche con el dinero del seguro del enfermo al que se ha eutanasiado».
«Detrás del ‘para que no sufra’ puede puede esconderse el ‘porque para mí es molesto; me da compasión; me lo quiero quitar de encima’. Se daría también el caso de otros enfermos desesperados, porque aunque se ha hecho por ellos todo lo que es razonable hacer, piensan que se les aplica la eutanasia».
«Además empujaría a las políticas sociales hacia posturas extremas que violentan la conciencia de muchos colombianos –añade–. La objeción de conciencia por parte de los médicos puede quedar así borrada de la normativa vigente a la hora de tomar la decisión sobre el final de la vida. El ‘Proyecto de ley estatutaria’ no prevé dicha objeción de conciencia y los médicos se verían penados si no se atienen a los mandatos gubernamentales».
Muerte indigna
«La muerte digna no es matar al enfermo sino ayudarle en ese momento. Los enfermos necesitan verse bien tratados, estimados, acompañados. Nunca he visto un paciente, en situación terminal, que no se agarre a la vida con todas sus ganas. Sus ojos no me han mirado nunca con desdén hacia el trabajo terapéutico y de acompañamiento», confiesa.
El enfermo necesita, además y sobre todo motivación en su dolor, subraya. «La aceptación del dolor es una actitud madura frente a una enfermedad que no se puede superar, o a una muerte que viene inexorablemente al encuentro. También quien sufre de este modo puede realizarse a sí mismo y vivir la propia dignidad de persona. Los sacrificios motivados se hacen con gusto. Donde se ama no se sufre y si se sufre se ama el sufrimiento que el amor procura».
Por eso, recuerda Lucas Lucas, la Conferencia Episcopal Española redactó un «modelo de testamento vital» que, entre otras cosas, dice: «El que suscribe pide que no se le practique la eutanasia activa, ni se le prolongue irracionalmente el momento de morir, sino que en caso de muerte desea la compañía de sus seres queridos».
«Llamar muerte digna a la eutanasia es un engaño -recalca el catedrático en su reflexión compartida con ZENIT–. No puede haber dignidad en la eliminación de una vida humana. Lo digno es la vida, el amor, la acogida, el sostén. La eliminación, el rechazo, el abandono, no es dignidad, sino egoísmo enmascarado».
Por Jesús Colina