Reflexiones del cardenal Ouellet, arzobispo de Québec, sobre el laicismo

“Un pueblo no puede vaciarse de su identidad sin graves consecuencias”

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QUEBEC, jueves 11 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- «El verdadero problema del Quebec no es la presencia de signos religiosos en el espacio público, sino el vacío religioso y cultural creado por la ruptura y la pérdida de memoria respecto a las propias raíces», considera el arzobispo primado de Canadá.

El cardenal Marc Ouellet, arzobispo de Quebec, lo expone en un artículo publicado en la revista italiana Vida y Pensamiento (Vita e Pensiero) y recogido por L’Osservatore Romano, a propósito del debate en los últimos meses sobre el laicismo en esta ciudad canadiense.

El debate, especialmente sobre la integración de minorías culturales y religiosas consideradas «invasivas», llegó al extremo que el gobierno provincial decidió encargar a dos intelectuales, el filósofo Charles Taylor y el sociólogo Gérard Bouchard, un trabajo de investigación durante tres meses sobre estas cuestiones.

El cardenal Ouellet cree, sin embargo, que el verdadero problema no está en la acogida de inmigrantes ni en sus reclamaciones de carácter religioso, sino en la «profunda crisis» de identidad que atraviesa la sociedad de la provincia más grande de Canadá, con más de 7,6 millones de habitantes.

«La sociedad del Quebec se apoya desde hace cuatrocientos años sobre dos pilares: la cultura francesa y la religión católica, que forman la armadura de base que ha permitido integrar el resto de componentes de su actual identidad pluralista».

Esta armadura, afirma el purpurado, «se ha hecho frágil por el debilitamiento de la identidad religiosa de la mayoría francófona».

Esta crisis, añade, «conduce a la crisis de la familia y de la educación, que deja a las ciudadanas y los ciudadanos desorientados, desmotivados, sujetos a la inestabilidad y atraídos por valores pasajeros y superficiales».

«Estoy convencido de que la crisis de valores y la búsqueda de significado son tan profundas y urgentes en Quebec que están teniendo graves repercusiones en la salud pública, lo que genera enormes costes al sistema sanitario», afirma el cardenal Ouellet, en referencia también al elevado índice de abortos y suicidios.

Además, esta crisis, según el purpurado, está «mantenida por una retórica anticatólica llena de clichés, que por desgracia se encuentra demasiado a menudo en los medios de comunicación. Esto favorece una verdadera cultura del desprecio y de la vergüenza hacia nuestra herencia religiosa y destruye el alma de Quebec».

Para el cardenal Ouellet, «ha llegado la hora de frenar el fundamentalismo laicista impuesto con fondos públicos».

Es necesario, añade, «volver a aprender el respeto a la religión que ha forjado la identidad de la población, y el respeto de todas las religiones, sin ceder a las presiones de los integristas laicistas que buscan excluir la religión del espacio público».

Según el prelado, la nueva ley de libertad religiosa «impone que la ley someta a las religiones al control y a los intereses del Estado, poniendo fin a la libertad religiosa», y por tanto «no sirve al bien común».

La prohibición de los signos religiosos en los espacios públicos significa, según el cardenal, «equivale a promover la ausencia de credo como el único valor que tiene derecho de afirmación», y esto se hace «para satisfacer a una minoría laicista radical que es la única que se lamenta».

«Los creyentes y los no creyentes llevan consigo su credo a todos los espacios que frecuentan. Están llamados a vivir juntos, a aceptarse y a respetarse mutuamente», añade.

Otro de los problemas que trata es la supresión de la enseñanza religiosa confesional y su sustitución por un curso obligatorio de ética y cultura religiosa en las escuelas, tanto públicas como privadas, «sin tener en cuenta la voluntad de los padres».

Esta imposición, afirma, no contribuirá a la armonía entre las religiones, pues «se hace contra la libertad religiosa del individuo, especialmente de la mayoría católica».

«La sed de valores espirituales estará cada vez más lejos de apagarse, y la dictadura del relativismo hará cada vez más difícil la transmisión de nuestra herencia religiosa», añade.

El purpurado apela a la mayoría católica a «defender sus raíces culturales y religiosas»

«Quebec ha vivido siempre de la herencia de una tradición católica fuerte y positiva, exenta de grandes conflictos y caracterizada por el compartir, la acogida del extranjero y la compasión hacia los más pobres. Hay que proteger esta herencia religiosa fundada en el amor, que es una fuerza de integración social mucho más eficaz que el conocimiento abstracto de seis o siete religiones», concluye.

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ZENIT Staff

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