La Iglesia, unidad en la diversidad; explica Benedicto XVI en Pentecostés

Convirtiéndose así en mensajera de la paz de Cristo al mundo

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 11 mayo 2008 (ZENIT.org).- La Iglesia constituye una unidad en la diversidad, llamada a transmitir la verdadera paz de Cristo a toda la humanidad, aseguró Benedicto XVI en la solemnidad de Pentecostés.

Así lo explicó el Santo Padre durante la homilía de la celebración eucaristía de este domingo,  presidida en una Basílica de San Pedro del Vaticano llena de peregrinos, en la que aclaró que la Iglesia no es «una federación de Iglesias».

Como explicó el pontífice comentando las escrituras de la liturgia, la Iglesia tuvo su «bautismo de fuego» en la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, reunidos junto con la Virgen María en Jerusalén.

«En Pentecostés la Iglesia no queda constituida por la voluntad humana, sino por la fuerza del Espíritu de Dios. E inmediatamente se puede ver que este Espíritu da vida a una comunidad que es al mismo tiempo única y universal, superando así la maldición de Babel», aseguró.

Multiplicidad y unidad

«De hecho, sólo el Espíritu Santo –subrayó–, que crea unidad en el amor y en la recíproca aceptación de las diversidades, puede liberar a la humanidad de la constante tentación de una voluntad de potencia que quiere dominarlo y uniformarlo todo».

El Papa quiso detenerse en «un aspecto peculiar de la acción del Espíritu Santo», es decir, en la relación entre «multiplicidad y unidad».

Ya en Pentecostés queda claro, dijo, que «pertenecen a la Iglesia los diferentes idiomas y culturas; en la fe pueden comprenderse y fecundarse mutuamente», desde su nacimiento la Iglesia «ya es «católica», universal».

«Habla desde el inicio todos los idiomas, pues el Evangelio que se le ha confiado está destinado a todos los pueblos, según la voluntad y el mandato de Cristo resucitado».

«La Iglesia que nace en Pentecostés no es ante todo una comunidad particular, la Iglesia de Jerusalén, sino la Iglesia universal, que habla los idiomas de todos los pueblos».

«De ella nacerán después las demás comunidades en todas las partes del mundo, Iglesias particulares que son siempre expresión de la única Iglesia de Cristo».

«Por tanto, la Iglesia católica no es una federación de Iglesias, sino una realidad única: la prioridad ontológica le corresponde a la Iglesia universa –indicó–. Una comunidad que no fuera en este sentido católica no sería ni siquiera Iglesia».

Vínculo de paz para la humanidad

Pero esta unidad no sólo debe vivirse dentro de la Iglesia, sino que tiene que anunciarse también «hasta los confines de la tierra».

Un mensaje que Jesús resucitado pronuncia con la palabra hebrea «¡Shalom, paz a vosotros!».

«La expresión shalom no es un simple saludo –aclaró el obispo de Roma–; es mucho más: es el don de la paz prometida, conquistada por Jesús con el precio de su sangre, es el fruto de la victoria en la lucha contra el espíritu del mal».

En Pentecostés, el Papa pidió volver a tomar conciencia de «la responsabilidad que implica este don: responsabilidad de la Iglesia de ser constitucionalmente signo e instrumento de la paz de Dios para todos los pueblos».

«He tratado de transmitir este mensaje al visitar recientemente la sede de la ONU para dirigir mi palabra a los representantes de los pueblos», confesó.

«Pero no sólo hay que pensar en estos encuentros «en la cumbre». La Iglesia realiza su servicio a la paz de Cristo sobre todo en la presencia y acción ordinaria en medio de los hombres, con la predicación del Evangelio y con los signos de amor y de misericordia que la acompañan», añadió.

Y, entre estos signos, subrayó principalmente el servicio que ofrece la Iglesia al impartir el sacramento de la Reconciliación.

«¡Qué importante y por desgracia no suficientemente comprendido es el don de la Reconciliación, que pacifica los corazones!», exclamó.

«La paz de Cristo se difunde sólo a través de corazones renovados de hombres y mujeres reconciliados, servidores de la justicia, dispuestos a difundir en el mundo la paz con la única fuerza de la verdad, sin rebajase a compromisos con la mentalidad del mundo, pues el mundo no puede dar la paz de Cristo: de este modo la Iglesia puede ser levadura de esa reconciliación que procede de Dios», concluyó.

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ZENIT Staff

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