CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 10 abril 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI el 31 de marzo a los participantes en el XXVI capítulo general de la Sociedad de San Francisco de Sales.
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Eminencia;
queridos miembros del capítulo general de la congregación salesiana:
Me alegra encontrarme hoy con vosotros mientras llegan a su fase conclusiva vuestros trabajos capitulares. Agradezco ante todo al rector mayor, don Pascual Chávez Villanueva, los sentimientos que ha manifestado en nombre de todos, confirmando la voluntad de la congregación de actuar siempre con la Iglesia y por la Iglesia, en plena sintonía con el Sucesor de Pedro. Le agradezco, asimismo, el servicio generoso que ha prestado en el sexenio pasado y le expreso mis mejores deseos para el encargo que le acaban de renovar. Saludo también a los miembros del nuevo consejo general, que ayudarán al rector mayor en su tarea de animación y de gobierno de toda vuestra congregación.
En el mensaje que dirigí al rector mayor, y a través de él a vosotros, los capitulares, al comenzar vuestros trabajos manifesté algunas expectativas que la Iglesia pone en vosotros, los salesianos, e hice algunas consideraciones para el camino de vuestra congregación. Hoy deseo retomar y profundizar algunas de esas indicaciones, también a la luz del trabajo que estáis desarrollando.
Vuestro XXVI capítulo general se celebra en un período de grandes cambios sociales, económicos y políticos; de marcados problemas éticos, culturales y ambientales; y de conflictos aún por resolver entre etnias y naciones. Por otra parte, en nuestro tiempo hay comunicaciones más intensas entre los pueblos, nuevas posibilidades de conocimiento y de diálogo, una confrontación más viva sobre los valores espirituales que dan sentido a la existencia. En particular, las exigencias que los jóvenes nos presentan, especialmente sus interrogantes sobre los problemas de fondo, ponen de manifiesto los intensos deseos de vida plena, de amor auténtico y de libertad constructiva que albergan.
Son situaciones que interpelan profundamente a la Iglesia y su capacidad de anunciar hoy el evangelio de Cristo con toda su carga de esperanza. Por eso, deseo vivamente que toda la congregación salesiana, también gracias a los resultados de vuestro capítulo general, viva con renovado impulso y fervor la misión para la que el Espíritu Santo, por la intervención maternal de María Auxiliadora, la suscitó en la Iglesia. Hoy quiero animaros a vosotros, y a todos los salesianos, a seguir por el camino de esta misión, con plena fidelidad a vuestro carisma originario, en el contexto del ya inminente bicentenario del nacimiento de don Bosco.
Con el tema «Da mihi animas, cetera tolle«, vuestro capítulo general se propuso reavivar el celo apostólico en cada salesiano y en toda la congregación. Eso ayudará a definir mejor el perfil del salesiano, de modo que sea cada vez más consciente de su identidad de persona consagrada «para la gloria de Dios» y esté cada vez más inflamado de celo pastoral «por la salvación de las almas».
Don Bosco quiso que la continuidad de su carisma en la Iglesia estuviera asegurada por la opción de la vida consagrada. También hoy el movimiento salesiano sólo puede crecer en fidelidad carismática si en su interior sigue siendo un núcleo fuerte y vital de personas consagradas. Por eso, con el fin de fortalecer la identidad de toda la congregación, vuestro primer compromiso consiste en reforzar la vocación de cada salesiano a vivir en plenitud la fidelidad a su llamada a la vida consagrada.
Toda la congregación debe tender a ser continuamente «memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos» (Vita consecrata, 22). Cristo debe ocupar el centro de vuestra vida. Es preciso dejarse aferrar por él y recomenzar siempre desde él. Todo lo demás ha de considerarse «pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús» y todo ha de tenerse «por basura para ganar a Cristo» (Flp 3, 8).
De aquí brota el amor ardiente al Señor Jesús, la aspiración a configurarse con él asumiendo sus sentimientos y su forma de vida, su abandono confiado al Padre, su entrega a la misión evangelizadora, que deben caracterizar a todo salesiano. Debe sentirse elegido para seguir a Cristo obediente, pobre y casto, según las enseñanzas y el ejemplo de don Bosco.
El proceso de secularización, que avanza en la cultura contemporánea, lamentablemente afecta también a las comunidades de vida consagrada. Por eso, es preciso velar sobre formas y estilos de vida que corren el peligro de debilitar el testimonio evangélico, haciendo ineficaz la acción pastoral y frágil la respuesta vocacional. En consecuencia, os pido que ayudéis a vuestros hermanos a conservar y a reavivar la fidelidad a la llamada. La oración que Jesús dirigió al Padre antes de su pasión para que cuidara en su nombre a todos los discípulos que le había dado y para que ninguno de ellos se perdiera (cf. Jn 17, 11-12), vale de modo particular para las vocaciones de especial consagración.
Por eso, «la vida espiritual debe ocupar el primer lugar en el programa» de vuestra congregación (Vita consecrata, 93). La palabra de Dios y la liturgia han de ser las fuentes de la espiritualidad salesiana. En particular, la lectio divina, practicada diariamente por todo salesiano, y la Eucaristía, celebrada cada día en la comunidad, deben ser su alimento y su apoyo. De aquí nacerá la auténtica espiritualidad de la entrega apostólica y de la comunión eclesial. La fidelidad al Evangelio vivido sine glossa y a vuestra Regla de vida, en particular un estilo de vida austero y la pobreza evangélica practicada de modo coherente, el amor fiel a la Iglesia y la entrega generosa de vosotros mismos a los jóvenes, especialmente a los más necesitados y desvalidos, serán una garantía del florecimiento de vuestra congregación.
Don Bosco es un ejemplo brillante de una vida impregnada de celo apostólico, vivida al servicio de la Iglesia dentro de la congregación y la familia salesianas. Siguiendo las huellas de san José Cafasso, vuestro fundador aprendió a asumir el lema «da mihi animas, cetera tolle» como síntesis de un modelo de acción pastoral inspirado en la figura y en la espiritualidad de san Francisco de Sales. Ese modelo se sitúa en el horizonte de la primacía absoluta del amor de Dios, un amor que llega a forjar personalidades ardientes, deseosas de contribuir a la misión de Cristo para encender toda la tierra con el fuego de su amor (cf. Lc 12, 49).
Juntamente con el amor a Dios, la otra característica del modelo salesiano es la conciencia del valor inestimable de las «almas». Esta percepción genera, por contraste, una agudo sentido del pecado y de sus devastadoras consecuencias en el tiempo y en la eternidad. El apóstol está llamado a colaborar en la acción redentora del Salvador, para que no se pierda nadie. Por consiguiente, «salvar las almas», precisamente según las palabras de san Pedro, fue la única razón de ser de don Bosco. El beato Miguel Rua, su primer sucesor, sintetizó así toda la vida de vuestro amado padre y fundador: «No dio ningún paso, no pronunció ninguna palabra, no emprendió ninguna empresa que no estuviera orientada a la salvación de la juventud. (…) Realmente, sólo le interesaban las almas». Así
se refirió el beato Miguel Rua acerca de don Bosco.
También hoy es urgente alimentar este celo en el corazón de cada salesiano. Así no tendrá miedo de actuar con audacia incluso en los ámbitos más difíciles de la acción evangelizadora en favor de los jóvenes, especialmente de los más pobres material y espiritualmente. Tendrá la paciencia y la valentía de proponer a los jóvenes vivir la misma totalidad de entrega en la vida consagrada. Tendrá el corazón abierto a descubrir las nuevas necesidades de los jóvenes y a escuchar su invocación de ayuda, dejando eventualmente a otros los campos ya consolidados de intervención pastoral.
Por eso, el salesiano afrontará las exigencias totalizadoras de la misión con una vida sencilla, pobre y austera, compartiendo las mismas condiciones de los más pobres, y tendrá la alegría de dar más a quienes en la vida han recibido menos. Así el celo apostólico resultará contagioso e implicará también a otros. Por tanto, el salesiano se hace promotor del sentido apostólico, ayudando ante todo a los jóvenes a conocer y amar al Señor Jesús, a dejarse fascinar por él, a cultivar el compromiso evangelizador, a querer hacer el bien a sus coetáneos, a ser apóstoles de otros jóvenes, como santo Domingo Savio, la beata Laura Vicuña y el beato Ceferino Namuncurá, y los cinco jóvenes beatos mártires del oratorio de Poznan. Queridos salesianos, comprometeos en la formación de laicos con corazón apostólico, invitando a todos a caminar en la santidad de vida que hace madurar discípulos valientes y apóstoles auténticos.
En el mensaje que dirigí al rector mayor al inicio de vuestro capítulo general entregué idealmente a todos los salesianos la carta que envié recientemente a los fieles de Roma sobre la preocupación de lo que he llamado una gran emergencia educativa. «Educar nunca ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil; por eso, muchos padres de familia y profesores se sienten tentados de renunciar a la tarea que les corresponde, y ya ni siquiera logran comprender cuál es de verdad la misión que se les ha confiado. En efecto, demasiadas incertidumbres y dudas reinan en nuestra sociedad y en nuestra cultura; los medios de comunicación social transmiten demasiadas imágenes distorsionadas. Así, resulta difícil proponer a las nuevas generaciones algo válido y cierto, reglas de conducta y objetivos por los cuales valga la pena gastar la propia vida» (Discurso en la entrega a la diócesis de Roma de la carta sobre la tarea urgente de la educación, 23 de febrero de 2008: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de febrero de 2008, p. 6).
En realidad, el aspecto más grave de la emergencia educativa es el sentido de desaliento que invade a muchos educadores, especialmente padres de familia y profesores, ante las dificultades que plantea hoy su tarea. En efecto, en la citada carta escribí: «Sólo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida. Hoy nuestra esperanza se ve asechada desde muchas partes, y también nosotros, como los antiguos paganos, corremos el riesgo de convertirnos en hombres «sin esperanza y sin Dios en este mundo», como escribió el apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 2, 12). Precisamente de aquí nace la dificultad tal vez más profunda para una verdadera obra educativa, pues en la raíz de la crisis de la educación hay una crisis de confianza en la vida» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de febrero de 2008, p. 9) que, en el fondo, no es más que desconfianza en Dios, que nos ha llamado a la vida.
En la educación de los jóvenes es sumamente importante que la familia sea un sujeto activo. Con frecuencia encuentra dificultades para afrontar los desafíos de la educación; muchas veces es incapaz de dar su aportación específica, o está ausente. La predilección y el compromiso en favor de los jóvenes, que son característica del carisma de don Bosco, deben traducirse en un compromiso igual para la implicación y la formación de las familias.
Por consiguiente, vuestra pastoral juvenil debe abrirse decididamente a la pastoral familiar. Cuidar las familias no es restar fuerzas al trabajo en favor de los jóvenes; al contrario, es hacerlo más duradero y eficaz. Por eso, os animo a profundizar las formas de este compromiso, por el que ya estáis encaminados. Eso redundará en beneficio de la educación y la evangelización de los jóvenes.
Ante estas múltiples tareas es necesario que vuestra congregación asegure, especialmente a sus miembros, una sólida formación. La Iglesia necesita con urgencia personas de fe sólida y profunda, de preparación cultural actualizada, de genuina sensibilidad humana y de fuerte sentido pastoral. Necesita personas consagradas que dediquen su vida a estar en estas fronteras. Sólo así será posible evangelizar de forma eficaz, anunciar al Dios de Jesucristo y así la alegría de la vida.
Por consiguiente, a este compromiso formativo debe dedicarse vuestra congregación como una prioridad. Debe seguir formando con gran esmero a sus miembros sin contentarse con la mediocridad, superando las dificultades de la fragilidad vocacional, favoreciendo un sólido acompañamiento espiritual y garantizando en la formación permanente la cualificación educativa y pastoral.
Concluyo dando gracias a Dios por la presencia de vuestro carisma al servicio de la Iglesia. Os animo a realizar las metas que vuestro capítulo general proponga a toda la congregación. Os aseguro mi oración por la puesta en práctica de lo que el Espíritu os sugiera para el bien de los jóvenes, de las familias y de todos los laicos implicados en el espíritu y en la misión de don Bosco. Con estos sentimientos os imparto ahora a todos vosotros, como prenda de abundantes dones celestiales, la bendición apostólica.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]