No hay contradicción entre defender la vida y defender la paz; aclara Benedicto XVI

La gran tarea: «no presentar el cristianismo como un simple moralismo, sino como un don»

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 7 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha explicado que no pueden darse contradicción entre la defensa de la vida y la defensa de valores como la paz, la justicia o la no violencia.

El pontífice superó un debate que durante décadas ha tenido lugar en sectores de la Iglesia católica y de la sociedad el 9 de noviembre al pronunciar un discurso sin papeles en alemán a los obispos suizos, cuya traducción ha puesto a disposición posteriormente la Santa Sede.

Comenzó constatando que hoy día «lo que resulta muy difícil a la gente es la moral que la Iglesia proclama».

Y confesó: «sobre esto he reflexionado ―de hecho, ya reflexiono sobre ello desde hace mucho tiempo― y veo cada vez con mayor claridad que, en nuestra época, en cierto sentido, la moral se ha dividido en dos partes».

«No es que la sociedad moderna sencillamente no tenga moral, sino que, por decirlo así, ha «descubierto» y reivindica otra parte de la moral que tal vez no se ha propuesto suficientemente en el anuncio de la Iglesia en los últimos decenios, y también más».

«Son los grandes temas de la paz, la no violencia, la justicia para todos, la solicitud por los pobres y el respeto de la creación», explicó.

«Esto ha llegado a ser un conjunto ético que, precisamente como fuerza política, tiene gran poder y constituye para muchos la sustitución o la sucesión de la religión».

«En lugar de la religión, a la que se ve como metafísica y algo del más allá ―tal vez incluso como algo individualista― entran los grandes temas morales como lo esencial que luego confiere al hombre dignidad y lo compromete».

«Esta moralidad existe y fascina también a los jóvenes, que se comprometen en favor de la paz, de la no violencia, de la justicia, de los pobres y de la creación».

«Y realmente son grandes temas morales, que por lo demás pertenecen también a la tradición de la Iglesia».

«La otra parte de la moral, que con frecuencia en la política se percibe de modo muy controvertido, atañe a la vida».

«De esta moral forma parte el compromiso en favor de la vida, desde la concepción hasta la muerte, es decir, su defensa contra el aborto, contra la eutanasia, contra la manipulación y contra la auto-legitimación del hombre a disponer de la vida».

«A menudo se trata de justificar estas intervenciones con finalidades aparentemente grandes: para utilidad de las generaciones futuras. Así se presenta también como algo moral incluso el apropiarse de la vida misma del hombre y manipularla».

«Pero, por otra parte, también existe la conciencia de que la vida humana es un don que exige nuestro respeto y nuestro amor desde el primer instante hasta el último, incluso cuando se trata de personas que sufren, discapacitadas o débiles».

En este contexto se presenta también la moral del matrimonio y de la familia. «El matrimonio –reconoció–, por decirlo así, está cada vez más marginado», en referencia a las modificaciones de la ley, «según las cuales el matrimonio ahora ya no se define como unión entre un hombre y una mujer, sino como unión entre personas».

«La conciencia de que la sexualidad, el eros y el matrimonio como unión entre hombre y mujer van juntos ―»los dos serán una sola carne» dice el Génesis―, se debilita cada vez más; todo tipo de unión parece totalmente normal. Todo ello se presenta como una especie de moralidad de la no-discriminación y como un modo de libertad que se debe al hombre».

«Desde luego, para el problema de la disminución impresionante del índice de natalidad se dan múltiples explicaciones, pero con toda seguridad también desempeña un papel decisivo el hecho de que se quiere tener la vida para sí mismos, de que se confía poco en el futuro y de que precisamente se considera que ya no es realizable la familia como comunidad duradera, en la que puede crecer la generación futura».

Por consiguiente, explicó el Papa a los obispos, «nuestro anuncio choca contra una conciencia contraria de la sociedad, por decirlo así, con una especie de anti-moralidad, que se apoya en una concepción de la libertad vista como facultad de elegir autónomamente, sin directrices prefijadas, como no-determinación, por tanto como aprobación de todo tipo de posibilidades, presentándose así de modo autónomo como éticamente correcto».

El Papa consideró «que debemos esforzarnos por volver a unir estas dos partes de la moralidad y poner de relieve que están inseparablemente unidas entre sí».

«Sólo si se respeta la vida humana desde la concepción hasta la muerte es posible y creíble también la ética de la paz; sólo entonces la no violencia puede expresarse en todas las direcciones; sólo entonces respetamos verdaderamente la creación; y sólo entonces se puede llegar a la verdadera justicia», indicó.

Esta es la «gran tarea» que hoy tiene la Iglesia, subrayó: «no presentar el cristianismo como un simple moralismo, sino como un don en el que se nos ha dado el amor que nos sostiene y nos proporciona la fuerza necesaria para saber «perder la propia vida»».

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ZENIT Staff

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