El pastor de Lima, aprovechando la presencia de sus antiguos compañeros en la misa dominical, recordó en la homilía que el deporte, en especial, el baloncesto, reclama mucha más atención para que ocupe el lugar que se merece, y ayude a la juventud a salir adelante.
Señaló que la situación actual del baloncesto (básquet, como se dice en varios países de América Latina) nacional no es un problema sólo de recursos económicos, sino sobre todo de despertar el espíritu deportivo que te lleva a entrenar, a luchar, a esforzarte y a jugar en equipo.
«Esto constituye un conjunto de actitudes que hace del buen deportista un luchador, un hombre disciplinado y eso es bien barato», añadió.
Comentó que el baloncesto no fue una escuela de cardenales, pero sí fue una escuela de amistad, de esfuerzo y de camaradería de generaciones muy buenas que luego se han reflejado en muchos ambientes de la vida familiar, escolar, profesional, y política del país.
En otro momento de su homilía, señaló que así como en el deporte las dificultades te hacen más competitivo, mejor deportista y con más garra; en la familia, a veces en las dificultades se prueba el verdadero amor.
Al final de la misa, en el altar, el Cardenal Cipriani se tomó una foto con la gran familia del baloncesto peruano, entre ellos sus compañeros de la selección nacional, quienes a su vez le regalaron un balón con el que habría jugado y un cuadro con una fotografía de la Selección Peruana de Básquet de los años sesenta, ganadora de los juegos Panamericanos, Sudamericanos, Bolivarianos y que ocupó el cuarto lugar en los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964.
El Cardenal Juan Luis Cipriani integró la Selección Peruana de Básquet desde 1961 a 1967.