MADRID, jueves, 16 marzo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos íntegramente el análisis que Juan Moya, doctor en Medicina y en Derecho Canónico, hace de la Ley de Técnicas Humanas de Reproducción Asistida, que tramita el órgano legislador en España por impulso del gobierno socialista.
El texto fue difundido el martes pasado por Análisis Digital –órgano informativo de la archidiócesis de Madrid–; el mismo día se hizo eco de él en su web la Conferencia Episcopal Española.
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LA LEY DE REPRODUCCIÓN ASISTIDA
Una ley gravemente perniciosa
Juan Moya
Doctor en Medicina y en Derecho Canónico
La Ley de Reproducción Asistida aprobada por el Congreso y que ahora habrá de estudiar el Senado no está teniendo, en mi opinión, la necesaria atención en los medios de opinión pública, y existe el riesgo de que la mayor parte de los ciudadanos no sean suficientemente conscientes de la gravedad de lo que está en juego. Con mayor motivo porque los ecos que a algunos menos informados les llegan son los “propagandísticos”, con los que se pretende presentar esta Ley como la avanzadilla de la ciencia y la panacea para curar enfermedades congénitas. Al margen de los graves reparos éticos que comentaremos, ese “ropaje” con el que se reviste no responde a la realidad: la ciencia no necesita recurrir a estos procedimientos para investigar, ni hoy por hoy la terapia génica o genética es posible. Los que sí saldrán ganando son determinadas clínicas privadas y laboratorios, que incrementarán sus “bancos” de embriones y verán abierta la puerta para comercializar con ellos, es decir, con vidas humanas aunque sea en fase embrionaria.
Los dos principios de la Ley
La Ley en cuestión se apoya en dos principios fundamentales. Si esos principios fueran correctos, poco o nada habría que objetar a este proyecto de Ley. Pero si esos principios son falsos, la ley cae por su base. Y en mi opinión, parece claro que son falsos.
El primer principio es de tipo moral: no se formula como tal, pero se deduce directamente de su contenido. El segundo se presenta como “científico”, pero en realidad es ideológico, y sin base científica.
El primer principio es que el fin justifica los medios. El segundo, que el llamado por algunos “preembrión” (embrión de 14 días o menos) no sería otra cosa que un conjunto de células, pero no propiamente un embrión humano.
El fin no justifica los medios. Si fuera cierto que el fin justifica los medios no existiría ninguna otra norma moral que regulara el comportamiento humano. Bastaría con escoger un “buen fin” y cualquier medio para conseguirlo sería válido. Así, se justificaría el aborto para “solucionar” los embarazos no deseados; y la eutanasia para “remedio” de enfermedades incurables, o –como en China- el infanticidio de niñas para evitar la superpoblación. Y es que no basta que el fin sea bueno; ha de serlo también el “medio” o acto moral que llevemos a cabo para conseguirlo.
El preembrión. En cuanto al concepto de preembrión, Mac Laren, la genetista británica que lo introdujo en 1994 presionada por intereses económicos e ideológicos ajenos al ámbito científico, se ha arrepentido de ello, porque se ha utilizado no para designar una fase más del desarrollo embrionario –la que abarca desde la concepción hasta el día 14 de su ciclo vital-, sino para, arbritariamente, decir que en este periodo aún no podría considerarse que hay vida humana, sino un simple conjunto celular del que se podría disponerse para la investigación. Basta un mínimo de conocimientos biológicos para saber que desde el primer instante en que el óvulo es fecundado por el espermatozoide –en la especie humana y en cualquier otra en la que la reproducción se hace por apareamiento del macho y la hembra- comienza una nueva vida, distinta a la de sus progenitores, con todas los requisitos genéticos necesarios para que, si no se interrumpe voluntariamente el desarrollo, llegue a nacer un nuevo ser al término previsto del embarazo.
El desarrollo del óvulo fecundado. El óvulo una vez fecundado por el espermatozoide se desarrolla de modo orgánico, sistemático, uniforme, sin saltos cualitativos, sin que, después de la fecundación, pueda hablarse de un momento en el que no hay vida y otro en el que ya la hay: si en cualquier óvulo fecundado, desde el primer instante de la fecundación, no hay un nuevo ser de la misma especie que sus progenitores –prescindamos de los hipotéticos cruces de razas en animales-, nunca llegará a nacer un ser vivo. Pero si nace, tanto en los animales como en la especie humana, es porque empezó siendo un cigoto (óvulo fecundado) de 2, 4, 8, 16, 32 células, y luego –sin solución de continuidad- pasó por la fase de mórula y luego la de blástula, y luego se implantó en la cavidad uterina, y siguió dividiéndose, y a los 14 días comenzó el rudimento de lo que será el Sistema Nervioso Central (la notocorda), y a las 8 semanas de vida tendrá ya las huellas dactilares, y a las 12 semanas estará completamente formados todos sus órganos…, pero en todos y cada uno de esos días de desarrollo es el mismo SER HUMANO, y por tanto PERSONA HUMANA (prescindamos ahora del concepto jurídico de persona que algunas legislaciones positivistas establecen, no conformes a la realidad biológica y metafísica que comienza a existir desde la fecundación). Para la biología, la antropología, la metafísica y desde luego la religión, es persona. Y desde luego tampoco importa si el embrión se ha implantado ya o no en el útero: tan independiente es de la madre en su estructura cromosómica antes como después; y tan dependiente es en la alimentación necesaria para su subsistencia antes como después. Si no es persona humana antes tampoco lo será después. Y si lo es después igualmente lo es antes. En todo caso, ¿es que ni siquiera se le puede aplicar el beneficio de la duda?
El embrión humano es un hijo.- Insistamos en que ese “conjunto celular” incipiente no es un mero conglomerado de células yuxtapuestas, como realidades independientes, sino un organismo pluricelular armónicamente unido, es un único ser, coordinado y dirigido por una “inteligencia” que lo encamina hacia un fin “escrito” en los genes: llegar al final de un proceso que comenzó con la fecundación, seguirá con el periodo embrionario y fetal, después con el parto y nacimiento, y todo el desarrollo posterior hasta su muerte..
Ante este asombroso “misterio” podemos preguntarnos quién ha organizado esas precisas leyes bioquímicas que rigen el origen y el desarrollo de ese vida humana. Sinceramente pienso que es más difícil no ver ahí la mano de Dios que reconocerle con admiración. Como es sabido, a finales de febrero ha tenido lugar en Roma un Congreso sobre “El embrión humano antes de la implantación”, con la participación de 350 expertos (científicos, médicos, teólogos, etc). En su intervención el Papa ha dicho que “quien ama la verdad debería percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos pone en condición de ver y casi de tocar la mano de Dios”. Y Elio Sgreccia, Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, resumía de modo elocuente que “el embrión humano es un hijo”.
Qué permite la Ley de R . A. – Si la realidad del preembrión o embrión –que lo mismo da- es como hemos dicho, causa pavor todo lo que la Ley en proceso de aprobación permite y facilita: la selección eugenésica de embriones como “bebés medicamento” que permitirá desechar a los no “servibles” aunque estén perfectamente sanos; la producción de embriones en número superior a los que se implanten en los procesos de fecundación “in vitro”, lo que llevará
a un gran incremento del número de embriones “sobrantes”, que podrán conservarse o tirarse indistintamente (no existirá la obligación de crioconservarlos); la posibilidad de donarlos para investigación; y queda la puerta abierta a la comercialización de embriones, como si de simples “animales de laboratorio” se tratara; se autoriza el diagnóstico genético preimplantatorio que permitirá elegir “bebé a la carta” (selección de sexo, bebés de determinadas características físicas, etc); se permite la clonación llamada “terapéutica” que, de hecho, requiere la misma técnica que la clonación reproductiva; se permite la donación de gametos, que podría dar lugar a “bioadulterios” e “incestos genéticos”; incluso se permite fecundar ovocitos animales con esperma humano para crear “monstruos” o “quimeras” para investigar, etc. Además, esta Ley no establece mecanismos eficaces de control de la legalidad, por lo que, en la práctica, las clínicas harán lo que quieran. Las sanciones teóricamente previstas serán en la práctica inexistentes.
La mayor parte de los países del mundo, el Parlamento Europeo y la ONU no permiten la producción arbitraria de embriones, ni la investigación con embriones vivos, ni la clonación terapéutica. Esta permisividad va también contra el Código Penal vigente en nuestro país y contra el Convenio de Derechos Humanos y Biomedicina del Congreso de Europa (Convenio de Oviedo) suscrito por España. Y la desprotección del embrión –que quedará menos protegido que determinadas especies animales y otros animales que se usan para la experimentación- va contra la Jurisprudencia del Tribunal Supremo. Pero nada de esto parece importar a nuestro legisladores con tal de estar a la “cabeza” de la “modernidad”, es decir, a la cola de los países avanzados y sensatos que saben respetar la vida humana, no necesariamente por motivos religiosos, pues la protección de la vida es patrimonio de todos los hombres de buena voluntad, y que tienen el sentido común de saber que no se puede poner el hombre –aunque sea aún en fase embrionaria- al servicio de la técnica y la ciencia, sino al revés. ¡Todos hemos sido embriones!, como han recordado los Obispos. Aún estamos a tiempo de no seguir dando pasos para la “deconstrucción” de la sociedad.