Francisco en el ángelus: Jesús no es un comandante que impone seguir ciegamente sus órdenes
Texto completo. Este domingo el Santo Padre pide a los inmigrantes y refugiados que no se dejen robar la esperanza. Reza por las víctimas de los atentados en Indonesia y Burkina Faso
El papa Francisco, como cada domingo, se ha asomado a la ventana del estudio del Palacio Apostólico para rezar el ángelus con los fieles congregados en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Santo Padre antes de la oración mariana.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo presenta el evento prodigioso sucedido en Caná, un pueblo de Galilea, durante la fiesta de una boda en la que también participaron María y Jesús, con sus primeros discípulos (cfr Jn 2,1-11). La Madre dice al Hijo que falta el vino y Jesús, después de responder que todavía no ha llegado su hora, sin embargo acoge su petición y dona a los novios el vino más bueno de toda la fiesta. El evangelista subraya que aquí “Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él” (v. 11).
Los milagros, por tanto, son signos extraordinarios que acompañan la predicación de la Buena Noticia y tienen el fin de suscitar o reforzar la fe en Jesús. En el milagro realizado en Caná, podemos ver un acto de benevolencia por parte de Jesús hacia los novios, un signo de la bendición de Dios a su matrimonio. El amor entre el hombre y la mujer es por tanto un buen camino para vivir el Evangelio, es decir, para emprender el camino con alegría sobre el recorrido de la santidad.
Pero el milagro de Caná no tiene que ver solo con los esposos. Cada persona humana está llamada a encontrar al Señor como Esposo de su vida. La fe cristiana es un don que recibimos con el Bautismo y que nos permite encontrar a Dios. La fe atraviesa tiempos de alegría y de dolor, de luz y de oscuridad, como en cada auténtica experiencia de amor. El pasaje de las bodas de Caná nos invita a redescubrir que Jesús no se presenta a nosotros como un juez preparado para condenar nuestras culpas, ni como un comandante que nos impone seguir ciegamente sus órdenes; se manifiesta como Salvador de la humanidad, como hermano, como nuestro hermano mayor, hijo del Padre, se presenta como Aquel que responde a las esperanzas y a las promesas de alegría que habitan en el corazón de cada uno de nosotros.
Entonces podemos preguntarnos: ¿realmente conozco al Señor así? ¿Lo siento cercano a mí, a mi vida? ¿Le estoy respondiendo en la amplitud de ese amor esponsal que Él me manifiesta cada día y a cada ser humano? Se trata de darse cuenta que Jesús nos busca y nos invita a hacerle espacio en lo íntimo de nuestro corazón. Y en este camino de fe con Él no estamos solos: hemos recibido el don de la Sangre de Cristo. Las grandes ánforas de piedra que Jesús llena de agua para convertirlas en vino (v. 7) son signo del paso de la antigua a la nueva alianza: en el lugar del agua usada para la purificación ritual, hemos recibido la Sangre de Jesús, derramada de forma sacramental en la Eucaristía y de la forma más dura en la Pasión y en la Cruz. Los Sacramentos, que derivan del Misterio pascual, infunden en nosotros la fuerza sobrenatural y nos permiten saborear la misericordia infinita de Dios.
La Virgen María, modelo de meditación de las palabras y de los gestos del Señor, nos ayude a redescubrir con fe la belleza y la riqueza de la Eucaristía y de los otros Sacramentos, que hacen presente el amor fiel de Dios por nosotros. Podemos así enamorarnos cada vez más del Señor Jesús, nuestro Esposo, e ir a su encuentro con las lámparas encendidas de nuestra fe alegre, convirtiéndonos así en sus testigos en el mundo.
Después del ángelus,
Queridos hermanos y hermanas,
hoy se celebra la Jornada Mundial del Inmigrante y del Refugiado que, en el contexto del Año Santo de la Misericordia, se celebra también como Jubileo de los inmigrantes. Me complace, por lo tanto, saludar con gran afecto a las comunidades éticas aquí presentes, todos vosotros, procedentes de varias regiones de Italia, especialmente del Lazio. Queridos inmigrantes y refugiados, cada uno de vosotros lleva consigo una historia, una cultura, valores preciosos; y a menudo lamentablemente también experiencias de miseria, de opresión, de miedo. Vuestra presencia aquí en esta plaza es signo de esperanza en Dios. No dejéis que os roben esta esperanza y la alegría de vivir, que surgen de la experiencia de la divina misericordia, también gracias a las personas que os acogen y os ayudan. El paso de la Puerta Santa y la misa que dentro de poco viviréis, os llenen el corazón de paz. En esta misa, yo quisiera dar las gracias, también vosotros, dad las gracias conmigo, a los detenidos de la cárcel de Opera, por el regalo de las hostias realizadas por ellos mismos y que se utilizarán en esta celebración. Les saludamos con un aplauso desde aquí, todos juntos.
Saludo con afecto a todos vosotros, peregrinos venidos de Italia y de otros países: en particular a la Asociación cultura Napredak, de Sarajevo; los estudiantes españoles de Badajoz y Palma de Mallorca; y los jóvenes de Osteria Grande (Bolonia).
Y ahora os invito a todos a dirigir a Dios una oración por las víctimas de los atentados sucedidos en los días pasados en Indonesia y Burkina Faso. El Señor los acoja en su casa, y sostenga el compromiso de la comunidad internacional para construir la paz. Rezamos a la Virgen: Dios te Salve María….
Os deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
El cardenal Antonio Maria Vegliò celebra la misa en la Basílica de San Pedro en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado
Durante la homilía, haciendo referencia a la primera lectura, el cardenal ha indicado que en un cierto sentido, se puede ver en Isaías el grito de la humanidad que sufre y que busca la justicia y la solidaridad, el del migrante y el refugiado, en quien la esperanza ha desaparecido y la alegría se experimenta con dificultad.
Asimismo, ha asegurado que esta Jornada es una ocasión oportuna para recordar que la Iglesia siempre ha contemplado, en el emigrante, la imagen de Cristo. Aún más, en el Año de la Misericordia, estamos llamados a redescubrir las obras de misericordia y, entre las corporales, está la llamada a acoger a los forasteros.
Por otro lado ha advertido que la globalización favorece el intercambio de capitales financieros, de bienes, de servicios y de tecnología, pero al mismo tiempo, “lleva consigo el fenómeno de la migración”. Es más, muchas personas “se ven obligadas a huir de sus países”. De este modo ha asegurado que este éxodo de pueblos no es el mal, sino el síntoma de un mal: el de un mundo injusto, caracterizado en muchas regiones por conflictos, guerra y pobreza extrema.
La experiencia de los emigrantes y su presencia –ha precisado– recuerdan al mundo la urgencia de eliminar las desigualdades que rompen la fraternidad y la opresión que obliga a dejar la propia tierra.
De este modo, el cardenal ha indicado a los presentes que sus rostros esconden historia de incomprensión, de miedo y de inseguridad nacidas de la experiencia de tener que decidir dejar el propio país en busca de una vida mejor para ellos y sus seres queridos. Por otro lado, ha asegurado que la integración “no implica ni una separación artificial ni una asimilación, sino que más bien da la oportunidad de identificar el patrimonio cultural del migrante y reconocer sus dones y talentos” para el bien común de la Iglesia.
Finalmente, el cardenal ha dedicado unas palabras de agradecimiento a las personas que están al servicio de los emigrantes.
Francisco es el tercer Pontífice que visita el Templo Mayor de Roma
El Papa en la sinagoga: ‘Pertenecemos a una única familia’
Así, el Santo Padre ha recordado hoy que el pueblo judío, en su historia, ha tenido que experimentar la violencia y la persecución, hasta el exterminio de los judíos europeos durante la Shoah. Por eso, ha dedicado unas palabras a todas las víctimas de “la más deshumana barbarie”, recordando “sus sufrimientos, sus angustias, sus lágrimas que no deben ser nunca olvidadas”. En esta línea, el Papa ha observado que el pasado nos debe servir como lección para el presente y para el futuro. La Shoah –ha añadido– nos enseña que es necesaria siempre la máxima vigilancia, para poder intervenir tempestivamente en defensa de la dignidad humana y de la paz.
El Santo Padre ha entrado en el Templo mayor acompañado del rabino jefe de Roma, Riccardo Di Segni. Dentro, les esperaban la comunidad romana y representantes de varias comunidades judías de Europa. El Pontífice ha iniciado su discurso dando las gracias en hebreo: Todà rabbà! Asimismo ha expresado su “saludo fraterno de paz de esta Iglesia y de toda la Iglesia católica”.
Francisco ha contado que ya en Buenos Aires tenía costumbre de ir a las sinagogas y reunirse con las comunidades judías. En el diálogo interreligioso –ha explicado– es fundamental que nos encontremos como hermanos y hermanas delante de nuestro Creador y le alabemos, que nos respetemos y apreciemos unos a otros y busquemos colaborar. Por eso ha asegurado que en el diálogo judeo-cristiano hay una unión única y peculiar, en virtud de las raíces judías del cristianismo.
Recordando la expresión que utilizó Juan Pablo II en este mismo lugar en 1986, refiriéndose a los judíos como “hermanos mayores”, el papa Francisco ha recordado que “todos nosotros pertenecemos a una única familia, la familia de Dios, quien nos acompaña y protege como su pueblo”.
Por otro lado, el Santo Padre ha precisado que judíos y católicos “estamos llamados a asumir nuestras responsabilidades por esta ciudad, aportando nuestra contribución, sobre todo espiritual, y favoreciendo la resolución de los distintos problemas actuales”.
También ha hecho referencia al 50 aniversario de la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, que hizo posible el diálogo sistemático entre la Iglesia católica y el judaísmo. A propósito, ha asegurado que la dimensión teológica del diálogo judeo-cristiano merece ser cada vez más profundizada, y ha animado a todos aquellos “que están comprometidos en este diálogo para continuar en esta línea, con discernimiento y perseverancia”. Asimismo, el Santo Padre ha observado que los cristianos, para comprenderse a sí mismos, no pueden no hacer referencia a las raíces judías.
Dejando las cuestiones puramente teológicas y reflexionando sobre los grandes desafíos del mundo, el Pontífice ha señalado que “conflictos, guerras, violencia e injusticias abren heridas profundas en la humanidad” y “nos llaman a reforzar el compromiso por la paz y la justicia”. Y ha afirmado que “la violencia del hombre sobre el hombre está en contradicción con toda religión digna de este nombre, y en particular con las tres grandes religiones monoteístas”.
Asimismo ha precisado que “ni la violencia ni la muerte tendrán nunca la última palabra delante de Dios, que es el Dios del amor y de la vida”. Y debemos rezarle con insistencia –ha añadido– para que nos ayude a practicar en Europa, en Tierra Santa, en Oriente Medio, en África y en cualquier parte del mundo la lógica de la paz, de la reconciliación, del perdón, de la vida.
Para finalizar su discurso, el Santo Padre se ha dirigido a los “queridos hermanos mayores” para recordarles que “debemos realmente estar agradecidos por todo lo que ha sido posible realizar en los últimos cincuenta años, porque entre nosotros han crecido y se han profundizado la comprensión recíproca, la mutua confianza y la amistad”.
A su llegada, Francisco ha sido recibido por la presidenta de la comunidad judía romana, Ruth Dureghello, el presidente de la Unión de las Comunidades judías italianas, Renzo Gattegna, y por el presidente de la Fundación Museo de la Shoah, Mario Venezia. El Santo Padre ha depositado unas flores en las lápidas que recuerdan la deportación de los judíos romanos en 1943 y se ha detenido también frente a la efigie en recuerdo de Stefano Gai Taché, el niño asesinado en el atentado terroristas de 1982. También ahí ha dejado unas flores y ha saludado a la familia de Taché y a los heridos en el atentado.
Antes del discurso del Papa, también se han dirigido a los presentes, Ruth Dureghello, Renzo Gattegna y finalmente Riccardo Di Segni. Ruth Dureghello, en su discurso ha subrayado que todos debemos decir al terrorismo que se pare. “No solo al terrorismo de Madrid, de Londres, de Bruselas y de París, sino también al que golpea casi todos los días a Israel”, ha observado. Asimismo ha manifestado su esperanza de que el mensaje de paz, llegue a tantos musulmanes que comparten con nosotros la responsabilidad de mejorar el mundo en el que vivimos. “Juntos podemos hacerlo”, ha asegurado.
Por su parte, Gattegna, reflexionando sobre los progresos realizados en el diálogo, ha advertido que este panorama positivo “no debe llevar a nadie a interrumpir el trabajo para nuevos progresos”. En particular, ha observado que es necesario realizar una estrategia común que consienta una amplia difusión, ante toda la población, del conocimiento de los grandes trabajos realizados y de la consolidación de los sentimientos de amistad y fraternidad.
Finalmente, el rabino Di Segni ha manifestado el deseo de todos de que llegue un momento no lejano en la historia en el que se resuelvan las divisiones. En el que cada uno tiene su visión, pero al mismo tiempo, cada uno permaneciendo fiel a la propia tradición, encuentre una forma de respetarse el uno al otro.
«El encomiable hábito de leer vidas de santos, que tantas vocaciones ha dado a la Iglesia, tiene otro de sus frutos en esta fundadora de origen burgués que renunció a su alto estatus social y se puso al servicio de los indigentes»
Nació el año 1552 en el seno de una familia católica de la burguesía polaca de Braunsberg-Ermland (actualmente Braniewo). Hasta los 19 años disfrutó de su privilegiada situación pasando gran parte del tiempo entregada a placeres accesibles a ella dada su pertenencia a una elevada clase social. El lujo de la época, las fiestas y entretenimientos diversos ocupaban su quehacer. Ahora bien, esta forma de vida, que compartía con jóvenes de su posición como algo natural, no influía en el trato con sus padres, que era tierno y respetuoso, fruto de la excelente educación que había recibido tanto humana como espiritual.
La costumbre de leer vidas de santos en el hogar, que muchas familias han adoptado a lo largo de la historia, es una loable acción pedagógica, de sesgo claramente evangelizador, que ha ejercido en no pocas ocasiones un poderoso influjo en la decisión de los hijos, ya que los modelos de esos hombres y mujeres que han rubricado la historia con su renuncia y generosidad son seres reales que ponen de relieve la accesibilidad de una vocación que es invitación universal efectuada por el mismo Cristo. Peter Protmann reunía a sus hijos todas las noches y les daba a conocer el devenir de estos insignes heraldos de Dios, transmitiéndoles, a la par, tradiciones históricas ejemplares para su acontecer. Entre todas las biografías que fue conociendo, a Regina le impresionó la vida de santa Catalina de Alejandría, cuyo nombre llevaba el templo en el que fue bautizada. Aunque era una líder nata entre sus amistades, la influencia de este fructífero hábito de su padre había ido calando en su corazón, y acariciaba la idea de imitar a su santa preferida. No demoró mucho tiempo su decisión.
Tenía 19 años, una edad espléndida, cuando abandonó los fabulosos medios que habían puesto a su alcance, desestimó un posible matrimonio con un acomodado caballero, y se embarcó en la misión que iba a llevarla a los altares. Desde ese momento la morada en la que se recluyó junto a otras dos compañeras, que se hallaba en estado semi-ruinoso, le sirvió para dar un giro radical a su existencia. Se dedicó por entero a Dios a través de una vida austera, que tenía como pilares la oración, la pobreza y vivencia de la caridad. Llamada a atender fundamentalmente a los enfermos, necesitados, a la infancia sumida en la indigencia y el abandono, erigió la congregación de las Hermanas de Santa Catalina, aprobada en 1603 con el lema «Ora y trabaja». Obra novedosa, en una época que desconocía la vinculación efectiva y simultánea de una vida contemplativa y activa, se centraba en atender a los enfermos en sus domicilios y en los hospitales. Con este carisma Regina abrió una vía para otras fundaciones que seguirían sus pasos. Fue elegida abadesa de la Orden que pronto tuvo muchas vocaciones y se extendió por distintos países del centro y sur de Europa, así como en Brasil y en Togo. Ancianos, enfermos mentales y aquejados por la peste, entre otros, recibían cuidados de las religiosas. En 1586 Regina puso en marcha también otras casas dirigidas principalmente a ofrecer educación cristiana a las niñas.
La beata se abrazó a la cruz dando testimonio del modo en que se ha de cumplir la voluntad del Padre Celestial, como hizo su Divino Hijo. El lema de su vida fue: «como Dios quiera», íntima determinación que incluye numerosas y secretas renuncias cotidianas, que es como se labra la santidad. En ello confluyen todos los que han alcanzado la gloria de Bernini, con independencia de la época histórica en la que hayan vivido. Portaron la cruz elegantemente, superando, con la gracia de Cristo y por amor a Él, dudas, vacilaciones, temores y cualquiera de las deficiencias que advirtieron en sí mismos, amén de soportar con paciencia las que provenían del exterior, sin dejar de materializar la misión a la que fueron llamados. Regina no fue una excepción. Murió en Braunsberg el 18 de enero de 1613, después haber sufrido mucho tras una larga enfermedad que fue especialmente dolorosa. Sus restos fueron trasladados a Grottaferrata, en las inmediaciones de la Ciudad Eterna. Fue beatificada por Juan Pablo II el 13 de junio de 1999.