Francisco en el ángelus: 'Todos los días leamos un párrafo del Evangelio'

Texto completo. El Santo Padre recordó el empeño tomado en el inicio del año, 'Vence la indiferencia y conquista la paz'

El santo padre Francisco rezó este domingo la oración del Ángelus ante una la plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos que le recibieron con fuertes aplausos y vivas. El Papa les dirigió las siguientes palabras:

"Queridos hermanos y hermanas, que tengan un buen domingo

La liturgia de hoy, segundo domingo después de Navidad nos presenta el prólogo del Evangelio de San Juan, en el cual se proclama que “el Verbo --o sea la palabra creadora de Dios-- se hizo carne y vino a habitar en medio de nosotros”.

Esa Palabra, que vive en el cielo, o sea en la dimensión de Dios, ha venido sobre la tierra para que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con la mano el amor del Padre. El Verbo de Dios es su Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad. Es el mismo Jesús. 

El evangelista no esconde lo dramático de la Encarnación, subrayando que al don del amor de Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres.

La Palabra es la luz, y a pesar de ello --así dice-- los hombres han preferido las tinieblas. La Palabra vino entre los suyos pero ellos no la han recibido. Le han cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal que insidia nuestra vida y que nos solicita a la vigilancia y atención para que no prevalezca.

El libro del Génesis dice una linda frase que nos hace entender ésto. Dice que el mal 'está escondido delante de nuestra puerta'. Ay de nosotros si lo dejamos entrar, sería él entonces a cerrar nuestra puerta a los demás. Estamos en cambio llamados a abrir enteramente la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para volvernos así sus hijos.

En el día de Navidad ya ha sido proclamado este solemne inicio del evangelio de Juan; hoy nos es propuesto nuevamente. Es la invitación de la santa Madre Iglesia a acoger esta Palabra de salvación, este misterio de luz. Si acogemos, si recibimos a Jesús, creceremos en la misericordia, aprendamos a ser misericordiosos como Él.

Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos realmente que el Evangelio se vuelva siempre más carne también en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo y encarnarlo en la vida cotidiana es la mejor manera para conocer a Jesús y llevarlo a los otros. Ésta es la vocación y la alegría de cada bautizado: indicar y donar Jesús a los otros, pero para hacerlo debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como el Señor de nuestra vida.

Él nos defiende del mal, del demonio que siempre está agazapado delante de nuestra puerta porque quiere entrar. 

Con un renovado impulso de abandono filial nos ponemos nuevamente bajo la protección de María: su dulce imagen de madre de Jesús y madre nuestra, estos días la contemplamos en el pesebre".

(El papa Francisco reza la oración del ángelus)

"Les dirijo un saludo cordial a los fieles de Roma, a las familias y asociaciones a los diversos grupos familiares, en particular al de Monzambano, a los que recibieron la Confirmación en Bonate di Soto y a los jóvenes de Maleo.

En este primer domingo del año renuevo los deseos de paz y de bien en el Señor. En los momentos alegres y en aquellos tristes, pongámonos bajo su protección, Él es nuestra esperanza. Y les recuerdo ese empeño que hemos tomado en el inicio del año, Jornada de la Paz: 'Vence la indiferencia y conquista la paz'. Con la gracia de Dios podremos ponerlo en práctica. 

Y les recuerdo también ese consejo que muchas veces les he dado: todos los días leamos un párrafo del Evangelio, para conocerlo mejor a Jesús, para abrir enteramente nuestro corazón a Jesús y así lo podremos hacer conocer mejor a los otros. También llevar un pequeño evangelio en  el bolsillo o en la cartera nos hará bien. No se olviden, cada día leamos un párrafo del Evangelio. 

Y les deseo un buen domingo y que tengan un buen almuerzo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. 'Arrivederci' ".

(Texto traducido y controlado con el audio por ZENIT)

 

El Papa en la Jornada de la Paz:
"Vence la indiferencia y conquista la paz"

Mensaje del Santo Padre en la 49° Jornada Mundial de la Paz - Texto completo.

''Vence la indiferencia y conquista la paz'', es el título del Mensaje del Santo Padre para la celebración de la XLIX Jornada Mundial de la Paz que se celebra el 1 de enero de 2016.
 
El mensaje fechado en el Vaticano el pasado 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y día de la apertura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, se articula en siete capítulos: Dios no es indiferente.
 
A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona; Custodiar las razones de la esperanza; Algunas formas de indiferencia; La paz amenazada por la indiferencia globalizada; De la indiferencia a la misericordia: la conversión del corazón;Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia y La paz en el signo del Jubileo de la Misericordia.
 
El papa Pablo VI instituyó el 1º de enero de 1968 como el Día Mundial de la Paz.
 
 
Sigue el texto integral del Mensaje
 
1. Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona.
 
Al comienzo del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia, pueblo y nación del mundo, así como para los Jefes de Estado y de Gobierno y de los Responsables de las religiones. Por tanto, no perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica.
 
Custodiar las razones de la esperanza
 
2. Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una ''tercera guerra mundial en fases''. Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia. Los acontecimientos a los que me refiero representan la capacidad de la humanidad de actuar con solidariedad, más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las situaciones críticas.
 
Quisiera recordar entre dichos acontecimientos el esfuerzo realizado para favorecer el encuentro de los líderes mundiales en el ámbito de la COP 21, con la finalidad de buscar nuevas vías para afrontar los cambios climáticos y proteger el bienestar de la Tierra, nuestra casa común. Esto nos remite a dos eventos precedentes de carácter global: La Conferencia Mundial de Addis Abeba para re coger fondos con el objetivo de un desarrollo sostenible del mundo, y la adopción por parte de las Naciones Unidas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con el objetivo de asegurar para ese año una existencia más digna para todos, sobre todo para las poblaciones pobres del planeta.
 
El año 2015 ha sido también especial para la Iglesia, al haberse celebrado el 50 aniversario de la publicación de dos documentos del Concilio Vaticano II que expresan de modo muy elocuente el sentido de solidaridad de la Iglesia con el mundo. El papa Juan XXIII, al inicio del Concilio, quiso abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que fuese más abierta la comunicación entre ella y el mundo. Los dos documentos, Nostra aetate y Gaudium et spes, son expresiones emblemáticas de la nueva relación de diálogo, solidaridad y acompañamiento que la Iglesia pretendía introducir en la humanidad. En la Declaración Nostra aetate, la Iglesia ha sido llamada a abrirse al diálogo con las expresiones religiosas no cristianas. En la Constitución pastoral Gaudium et spes, desde el momento que ''los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo'', la Iglesia deseaba instaurar un diálogo con la familia humana sobre los problemas del mundo, como signo de solidaridad y de respetuoso afecto. 
 
En esta misma perspectiva, con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de ''perdonar y de dar'', de abrirse ''a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea'', sin caer ''en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye''. 
 
Hay muchas razones para creer en la capacidad de la humanidad que actúa conjuntamente en solidaridad, en el reconocimiento de la propia interconexión e interdependencia, preocupándose por los miembros más frágiles y la protección del bien común. Esta actitud de corresponsabilidad solidaria está en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vida común. La dignidad y las relaciones interpersonales nos constituyen como seres humanos, queridos por Dios a su imagen y semejanza. Como creaturas dotadas de inalienable dignidad, nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsabilidad y con los cuales actuamos en solidariedad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos. Precisamente por eso, la indiferencia representa una amenaza para la familia humana. Cuando nos encaminamos por un nuevo año, deseo invitar a todos a reconocer este hecho, para vencer la indiferencia y conquistar la paz.
 
Algunas formas de indiferencia
 
3. Es cierto que la actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la ''globalización de la indiferencia''. 
 
La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos. Contra esta autocomprensión errónea de la persona, Benedicto XVI recordaba que ni el hombre ni su desarrollo son capaces de darse su significado último por sí mismo; y, precedentemente, Pablo VI había afirmado que ''no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana''. 
La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo. Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario. Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativiza la gravedad de los problemas. ''Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una ''educación'' que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes''. 
 
La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. ''Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien''. 
Al vivir en una casa común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, como he intentado hacer en la Laudato si’. La contaminación de las aguas y del aire, la explotación indiscriminada de los bosques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia del hombre respecto a los demás, porque todo está relacionado. Como también el comportamiento del hombre con los animales influye sobre sus relaciones con los demás, por no hablar de quien se permite hacer en otra parte aquello que no osa hacer en su propia casa. 
 
En estos y en otros casos, la indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.
 
La paz amenazada por la indiferencia globalizada
 
4. La indiferencia ante Dios supera la esfera íntima y espiritual de cada persona y alcanza a la esfera pública y social. Como afirmaba Benedicto XVI, ''existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra''. En efecto, ''sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz''. El olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida. 
 
En el plano individual y comunitario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad. 
 
En este sentido la indiferencia, y la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que tiene cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad, al bien común, de modo particular a la paz, que es uno de los bienes más preciosos de la humanidad. 
 
Cuando afecta al plano institucional, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad, a sus derechos fundamentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a la ganancia y al hedonismo, favorece, y a veces justifica, actuaciones y políticas que terminan por constituir amenazas a la paz. Dicha actitud de indiferencia puede llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hombres tengan como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos elementares, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos por la fuerza. 
 
Además, la indiferencia respecto al ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambiente de vida, forzándolas a la precariedad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas, nuevas situaciones de injusticia de consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social.¿Cuántas guerras ha habido y cuántas se combatirán aún a causa de la falta de recursos o para satisfacer a la insaciable demanda de recursos naturales? 
 
De la indiferencia a la misericordia: la conversión del corazón
 
5. Hace un año, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz ''no más esclavos, sino hermanos'', me referí al primer icono bíblico de la fraternidad humana, la de Caín y Abel , y lo hice para llamar la atención sobre el modo en que fue traicionada esta primera fraternidad. Caín y Abel son hermanos. Provienen los dos del mismo vientre, son iguales en dignidad, y creados a imagen y semejanza de Dios; pero su fraternidad creacional se rompe. ''Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio''. El fratricidio se convierte en paradigma de la traición, y el rechazo por parte de Caín a la fraternidad de Abel es la primera ruptura de las relaciones de hermandad, solidaridad y respeto mutuo.
 
Dios interviene entonces para llamar al hombre a la responsabilidad ante su semejante, como hizo con Adán y Eva, los primeros padres, cuando rompieron la comunión con el Creador. ''El Señor dijo a Caín: ''Dónde está Abel, tu hermano? Respondió Caín: ''No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?''. El Señor le replicó: ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo''.
 
Caín dice que no sabe lo que le ha sucedido a su hermano, dice que no es su guardián. No se siente responsable de su vida, de su suerte. No se siente implicado. Es indiferente ante su hermano, a pesar de que ambos estén unidos por el mismo origen. ¡Qué tristeza! ¡Qué drama fraterno, familiar, humano! Esta es la primera manifestación de la indiferencia entre hermanos. En cambio, Dios no es indiferente: la sangre de Abel tiene gran valor ante sus ojos y pide a Caín que rinda cuentas de ella. Por tanto, Dios se revela desde el inicio de la humanidad como Aquel que se interesa por la suerte del hombre. Cuando más tarde los hijos de Israel están bajo la esclavitud en Egipto, Dios interviene nuevamente. Dice a Moisés: ''He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a liberarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel''. Es importante destacar los verbos que describen la intervención de Dios: Él ve, oye, conoce, baja, libera. Dios no es indiferente. Está atento y actúa.
 
Del mismo modo, Dios, en su Hijo Jesús, ha bajado entre los hombres, se ha encarnado y se ha mostrado solidario con la humanidad en todo, menos en el pecado. Jesús se identificaba con la humanidad: ''el primogénito entre muchos hermanos'' . Él no se limitaba a enseñar a la muchedumbre, sino que se preocupaba de ella, especialmente cuando la veía hambrienta o desocupada . Su mirada no estaba dirigida solamente a los hombres, sino también a los peces del mar, a las aves del cielo, a las plantas y a los árboles, pequeños y grandes: abrazaba a toda la creación. Ciertamente, él ve, pero no se limita a esto, puesto que toca a las personas, habla con ellas, actúa en su favor y hace el bien a quien se encuentra en necesidad. No sólo, sino que se deja conmover y llora . Y actúa para poner fin al sufrimiento, a la tristeza, a la miseria y a la muerte.
 
Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre. En la parábola del buen samaritano denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de los semejantes: ''lo vio y pasó de largo'' . De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en particular a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones. En efecto, la indiferencia busca a menudo pretextos: el cumplimiento de los preceptos rituales, la cantidad de cosas que hay que hacer, los antagonismos que nos alejan los unos de los otros, los prejuicios de todo tipo que nos impiden hacernos prójimo. 
 
La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor a los demás —los extranjeros, los enfermos, los encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno. No es de extrañar que el apóstol Pablo invite a los cristianos de Roma a alegrarse con los que se alegran y a llorar con los que lloran, o que aconseje a los de Corinto organizar colectas como signo de solidaridad con los miembros de la Iglesia que sufren. Y san Juan escribe: ''Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?''.
 
Por eso '&# 39;es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia''. 
 
También nosotros estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros. Esto pide la conversión del corazón: que la gracia de Dios transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, capaz de abrirse a los otros con auténtica solidariedad. Esta es mucho más que un ''sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas''. La solidaridad ''es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos'', porque la compasión surge de la fraternidad. 
 
Así entendida, la solidaridad constituye la actitud moral y social que mejor responde a la toma de conciencia de las heridas de nuestro tiempo y de la innegable interdependencia que aumenta cada vez más, especialmente en un mundo globalizado, entre la vida de la persona y de su comunidad en un determinado lugar, así como la de los demás hombres y mujeres del resto del mundo. 
 
Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia
 
La solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas.
 
En primer lugar me dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos. 
Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. Dirigiéndose a los responsables de las instituciones que tienen responsabilidades educativas, Benedicto XVI afirmaba: ''Que todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el prójimo, y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna''. 
 
Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido. Su cometido es sobre todo el de ponerse al servicio de la verdad y no de intereses particulares. En efecto, los medios de comunicación ''no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por tanto, pueden dar una aportación notable a la educación de los jóvenes. Es importante tener presente que los lazos entre educación y comunicación son muy estrechos: en efecto, la educación se produce mediante la comunicación, que influye positiva o negativamente en la formación de la persona''. Quienes se ocupan de la cultura y los medios deberían también vigilar para que el modo en el que se obtienen y se difunden las informaciones sea siempre jurídicamente y moralmente lícito. 
 
La paz: fruto de una cultura de solidariedad, misericordia y compasión
 
7.Conscientes de la amenaza de la globalización de la indiferencia, no podemos dejar de reconocer que, en el escenario descrito anteriormente, se dan también numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la solidaridad de las que el hombre es capaz. 
 
Quisiera recordar algunos ejemplos de actuaciones loables, que demuestran cómo cada uno puede vencer la indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana. 
 
Hay muchas organizaciones no gubernativas y asociaciones caritativas dentro de la Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de epidemias, calamidades o conflictos armados, afrontan fatigas y peligros para cuidar a los heridos y enfermos, como también para enterrar a los difuntos. Junto a ellos, deseo mencionar a las personas y a las asociaciones que ayudan a los emigrantes que atraviesan desiertos y surcan los mares en busca de mejores condiciones de vida. Estas acciones son obras de misericordia, corporales y espirituales, sobre las que seremos juzgados al término de nuestra vida. 
 
Me dirijo también a los periodistas y fotógrafos que informan a la opinión pública sobre las situaciones difíciles que interpelan las conciencias, y a los que se baten en defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas y religiosas, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los niños, así como de todos aquellos que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad. Entre ellos hay también muchos sacerdotes y misioneros que, como buenos pastores, permanecen junto a sus fieles y los sostienen a pesar de los peligros y dificultades, de modo particular durante los conflictos armados.
 
Además, numerosas familias, en medio de tantas dificultades laborales y sociales, se esfuerzan concretamente en educar a sus hijos ''contracorriente'', con tantos sacrificios, en los valores de la solidaridad, la compasión y la fraternidad. Muchas familias abren sus corazones y sus casas a quien tiene necesidad, como los refugiados y los emigrantes. Deseo agradecer particularmente a todas las personas, las familias, las parroquias, las comunidades religiosas, los monasterios y los santuarios, que han respondido rápidamente a mi llamamiento a acoger una familia de refugiados. 
 
Por último, deseo mencionar a los jóvenes que se unen para realizar proyectos de solidaridad, y a todos aquellos que abren sus manos para ayudar al prójimo necesitado en sus ciudades, en su país o en otras regiones del mundo. Quiero agradecer y animar a todos aquellos que se trabajan en acciones de este tipo, aunque no se les dé publicidad: su hambre y sed de justicia será saciada, su misericordia hará que encuentren misericordia y, como trabajadores de la paz, serán llamados hijos de Dios .
 
La paz en el signo del Jubileo de la Misericordia
 
8.En el espíritu del Jubileo de la M isericordia, cada uno está llamado a reconocer cómo se manifiesta la indiferencia en la propia vida, y a adoptar un compromiso concreto para contribuir a mejorar la realidad donde vive, a partir de la propia familia, de su vecindario o el ambiente de trabajo. 
 
Los Estados están llamados también a hacer gestos concretos, actos de valentía para con las personas más frágiles de su sociedad, como los encarcelados, los emigrantes, los desempleados y los enfermos.
 
Por lo que se refiere a los detenidos, en muchos casos es urgente que se adopten medidas concretas para mejorar las condiciones de vida en las cárceles, con una atención especial para quienes están detenidos en espera de juicio, teniendo en cuenta la finalidad reeducativa de la sanción penal y evaluando la posibilidad de introducir en las legislaciones nacionales penas alternativas a la prisión. En este contexto, deseo renovar el llamamiento a las autoridades estatales para abolir la pena de muerte allí donde está todavía en vigor, y considerar la posibilidad de una amnistía.
 
Respecto a los emigrantes, quisiera dirigir una invitación a repensar las legislaciones sobre los emigrantes, para que estén inspiradas en la voluntad de acogida, en el respeto de los recíprocos deberes y responsabilidades, y puedan facilitar la integración de los emigrantes. En esta perspectiva, se debería prestar una atención especial a las condiciones de residencia de los emigrantes, recordando que la clandestinidad corre el riesgo de arrastrarles a la criminalidad. 
 
Deseo, además, en este Año jubilar, formular un llamamiento urgente a los responsables de los Estados para hacer gestos concretos en favor de nuestros hermanos y hermanas que sufren por la falta de trabajo, tierra y techo. Pienso en la creación de puestos de trabajo digno para afrontar la herida social de la desocupación, que afecta a un gran número de familias y de jóvenes y tiene consecuencias gravísimas sobre toda la sociedad. La falta de trabajo incide gravemente en el sentido de dignidad y en la esperanza, y puede ser compensada sólo parcialmente por los subsidios, si bien necesarios, destinados a los desempleados y a sus familias. Una atención especial debería ser dedicada a las mujeres —desgraciadamente todavía discriminadas en el campo del trabajo— y a algunas categorías de trabajadores, cuyas condiciones son precarias o peligrosas y cuyas retribuciones no son adecuadas a la importancia de su misión social.
 
Por último, quisiera invitar a realizar acciones eficaces para mejorar las condiciones de vida de los enfermos, garantizando a todos el acceso a los tratamientos médicos y a los medicamentos indispensables para la vida, incluida la posibilidad de atención domiciliaria.
 
Los responsables de los Estados, dirigiendo la mirada más allá de las propias fronteras, también están llamados e invitados a renovar sus relaciones con otros pueblos, permitiendo a todos una efectiva participación e inclusión en la vida de la comunidad internacional, para que se llegue a la fraternidad también dentro de la familia de las naciones. 
En esta perspectiva, deseo dirigir un triple llamamiento para que se evite arrastrar a otros pueblos a conflictos o guerras que destruyen no sólo las riquezas materiales, culturales y sociales, sino también —y por mucho tiempo— la integridad moral y espiritual; para abolir o gestionar de manera sostenible la deuda internacional de los Estados más pobres; para la adoptar políticas de cooperación que, más que doblegarse a las dictaduras de algunas ideologías, sean respetuosas de los valores de las poblaciones locales y que, en cualquier caso, no perjudiquen el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer. 
 
Confío estas reflexiones, junto con los mejores deseos para el nuevo año, a la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano en favor de un mundo fraterno y solidario''.
 
 

Cien frases del papa Francisco

Para meditar y pedir al Espíritu Santo que nos ayude a poner en práctica lo que Dios dice por medio del Sucesor de Pedro

Con ocasión de la visita del santo padre Francisco a México, el obispo de San Cristóbal de las Casas, Mons. Arizmendi ha propuesto a sus fieles meditar algunos de sus mensajes. Y escoger algunas de estas frases y pedir al Espíritu Santo que nos ayude a poner en práctica lo que Dios dice por medio del Sucesor de Pedro.  Extendemos la iniciativa a nuestros lectores.

 

CIEN FRASES DEL PAPA FRANCISCO

Con ocasión de su visita, es conveniente meditar algunos de sus mensajes.

Escoge algunas de estas frases y pide al Espíritu Santo que te ayude

a poner en práctica lo que Dios te dice por medio del Sucesor de Pedro.

 

  1. LA MISERICORDIA DIVINA

 

  1. La misericordia es el don más precioso de Dios. La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos.

  2. Descubramos la ternura que nuestro Padre celestial tiene a cada uno. Que resplandezca la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado.

  3. Que el Año Santo de la Misericordia sea una ocasión privilegiada para reforzar la comunión, perfeccionar la unidad, reconciliar las diferencias, perdonarnos unos a otros y superar toda división.

  4. Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza. En Jesús todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.

  5. La alegría del Evangelio llena la vida de quienes se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.

  6. Quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración.

  7. El amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Donde está Dios, hay esperanza; y donde hay esperanza, las personas encuentran su dignidad. Hagamos la revolución de la ternura.

  8. Fijemos la mirada en Jesús. A veces se habla más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios. ¡Jesús es el Señor!

  9. No puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor.

  10. La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista.


 

  1. MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE

 

  1. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura. Dondequiera haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.

  2. La Iglesia será llamada a curar las heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención.

  3. Con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la mis ericordia, de perdonar y de dar, de abrirse a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, sin caer en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye.

  4. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien.

  5. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio.

  6. Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente, se convierte en barrera. La Iglesia no es una aduana. Es la casa paterna, donde hay lugar para cada uno. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, no es la dueña.

  7. Una Iglesia inhospitalaria mortifica el Evangelio y aridece el mundo. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia, nada! ¡Todo abierto!

  8. La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo.

  9. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio.

  10. La Iglesia debe llegar a todos, sin excepciones. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie.

  11. Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia: ¡El Señor te llama a ser parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor!

 

  1. OTRO SISTEMA ES POSIBLE

 

  1. El sistema social y económico es injusto en su raíz. ¡No a una economía de la exclusión! Esa economía mata. ¡No a la inequidad que genera violencia!

  2. ¡No a la nueva idolatría del dinero! ¡No a un dinero que gobierna en lugar de servir! El dinero debe servir y no gobernar.

  3. La causa principal de la pobreza es un sistema económico que ha quitado a la persona del centro y ha puesto al dios dinero, un sistema económico que excluye, excluye siempre, excluye a los niños, ancianos, jóvenes sin trabajo... y que crea la cultura del descarte en la que vivimos. Nos hemos acostumbrado a ver personas descartadas. Esta es el motivo principal de la pobreza, no las familias numerosas.

  4. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una “educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes.

  5. ¡Cuánto daño nos hace la vida cómoda, el bienestar! El aburguesamiento del corazón nos paraliza. Algunas personas prefieren no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre.

  6. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional. Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo.

  7. Debemos inmiscuirnos en la política, porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y los laicos cristianos deben trabajar en política.

  8. Trabajar por el bien común es un deber de un cristiano. Y muchas veces para trabajar, el camino a seguir es la política.

  9. En nuestras ciudades está instalado el crimen mafioso y aberrante de la trata de personas, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda.

  10. ¡No al pesimismo estéril!

  11. Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos.

  12. Los ámbitos educativos son diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis, etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden producir efectos a lo largo de toda una vida.

  13. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza.

 

  1. UNIDAD Y PLURALIDAD

 

  1. ¡No a la guerra entre nosotros! ¡Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno! ¡No nos dejemos robar la comunidad!

  2. Descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz, en sus reclamos.

  3. Vivir juntos, mezclarnos, encontrarnos, tomarnos de los brazos, apoyarnos, participar de una verdadera experiencia de fraternidad.

  4. Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. El cristianismo no tiene un único modo cultural. Una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo.

  5. La visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad.

  6. La diversidad cultural no amenaza la unidad. La unidad nunca es uniformidad, sino multiforme armonía. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad.

  7. La uniformidad no es católica, no es cristiana. La unidad católica es diversa, pero es una. La unidad no es uniformidad. Hay que construir puentes, en vez de levantar muros.

  8. La unidad es saber escuchar, aceptar las diferencias, tener la libertad de pensar diversamente y manifestarlo con todo respeto hacia el otro, que es mi hermano. No tengan miedo de las diferencias.

  9. Que el diálogo entre nosotros ayude a construir puentes entre todos los hombres, de modo que cada uno pueda encontrar en el otro no un enemigo, no un contendiente, sino un hermano para acogerlo y abrazarlo. Dejar el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices.

  10. Dios bendiga a quienes trabajan por el diálogo y la unidad de los cristianos.

  11. Las religiones tienen el derecho y el deber de dejar claro que es posible construir una sociedad en la que un sano pluralismo que respete a los diferentes y los valore como tales, es un aliado valioso en el empeño por la defensa de la dignidad humana y un camino de paz para nuestro mundo tan herido por las guerras.

 

  1. RENOVACION ECLESIAL

 

  1. Hoy la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera.

  2. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Es indispensable que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial.

  3. Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador.

  4. ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.

  5. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos.

  6. Todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

  7. Me gusta ser Papa con estilo de párroco, en el servicio: cuando visito a los enfermos, cuando hablo con las personas que están un poco desesperadas, tristes. Me gusta mucho ir a la cárcel. Si un Papa no se comporta como párroco, no es pastor.

  8. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero! ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!

  9. ¡No nos dejemos robar el Evangelio! ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!

 

  1. UNA IGLESIA POBRE, CON Y PARA LOS POBRES

 

  1. Todas las personas, verdaderamente todas, son importantes a los ojos de Dios. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque a los dos los hizo el Señor.

  2. El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.

  3. De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.

  4. El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre. La pobreza está en el centro del Evangelio. ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!

  5. Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica.

  6. Estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.

  7. Sin la opción preferencial por los más pobres, el anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por los pobres.

  8. Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!

  9. Estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente en los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes.

  10. Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha. Jesús nos advierte: el amor a los demás —extranjeros, enfermos, encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno.

  11. Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre.

  12. Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual.

  13. Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia.

  14. La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer. Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia y en las estructuras sociales.

  15. Entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer.

 

  1. CUIDADO DE LA HERMANA Y MADRE TIERRA

 

  1. Entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra. La hermana y madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella.

  2. Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. Los cristianos descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe.

  3. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás.

  4. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir el calentamiento del sistema climático.

  5. Que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales.

  6. Algunos cristianos suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes.

  7. Hace falta una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea.

  8. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad.

 

  1. PUEBLOS ORIGINARIOS Y MIGRANTES

 

  1. Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. Los indígenas no son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios.

  2. En diversas partes del mundo, los indígenas son objeto de presiones para que abandonen sus tierras, a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura.

  3. Muchas personas experimentan un profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que tienen a su alrededor.

  4. En nuestra época, los flujos migratorios están en continuo aumento en todas las áreas del planeta: refugiados y personas que escapan de su propia patria interpelan a cada uno y a las colectividades, desafiando el modo tradicional de vivir y, a veces, trastornando el horizonte cultural y social con el cual se confrontan.

  5. La presencia de los emigrantes y de los refugiados interpela seriamente a las diversas sociedades que los acogen. Estas deben afrontar los nuevos hechos, que pueden verse como imprevistos si no son adecuadamente motivados, administrados y regulados. ¿Cómo hacer de modo que la integración sea una experiencia enriquecedora para ambos, que abra caminos positivos a las comunidades y prevenga el riesgo de la discriminación, del racismo, del nacionalismo extremo o de la xenofobia?

  6. Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna.

  7. Abundantes bendiciones para quienes socorren a los migrantes. Acójanlos sin miedo. Ofrézcanles el calor del amor de Cristo y descifrarán el misterio de su corazón.


 

  1. LA FAMILIA

 

  1. La familia atraviesa una crisis cultural profunda.

  2. Vale la pena la vida en familia. Una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y verdadera, si se edifica sobre la base de la familia.

  3. Lo más lindo que hizo Dios, fue la familia. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí, la entrega a la familia. Y una familia es realmente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor.  ¡A su Hijo lo mandó a una familia! Dios entró al mundo en una familia.

  4. En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad.  La familia es bella, pero cuesta. Que Dios los bendiga, que Dios les dé fuerzas, que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia, porque ahí, ahí se juega nuestro futuro.

  5. Es en la familia unida donde los hijos maduran su existencia, viviendo el amor gratuito, la ternura, el respeto recíproco, la mutua comprensión, el perdón y la alegría.

  6. Que toda familia cristiana sea un lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que debe comprender el error y poner remedio. ¡Es tan feo vivir en el rencor!

 

  1. JOVENES

 

  1. Joven: Da testimonio de que Jesús está vivo. Pregúntale lo que quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntale! Si sabes decir "sí" a Jesús, entonces tu vida joven se llenará de significado y será fecunda.

  2. Jóvenes: Hagan lío, pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen.

  3. Jóvenes: Apuesten por grandes ideales. Hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. Es necesario detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración.

  4. Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible. También los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados.

  5. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Empujemos a los jóvenes para que salgan. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra!

  6. Jóvenes: No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor. La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza.

  7. No queremos jóvenes debiluchos, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre.

 

  1. ¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA ESPERANZA!

 

  1. El olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida.

  2. Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una tercera guerra mundial en fases. Pero renuevo la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia.

  3. No perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica.

 

Beato Manuel González García - 4 de enero

«Este beato español, gran obispo de Málaga, ha recibido el título de apóstol del sagrario con toda propiedad. Dedicó su vida a restituir en el corazón de las personas el amor a la Eucaristía»

La ternura y la piedad por el Santísimo Sacramento formaron en la vida de este beato un tándem inigualable. Estremecido por la insensibilidad de los fieles ante el Sagrario, su cometido estuvo guiado por único afán: restituir en el corazón de todos el amor a la Eucaristía que había quedado defenestrado.

Nació en Sevilla, España, el 25 de febrero de 1877, en una familia humilde y cristiana. Era el cuarto de cinco hermanos. Al ser alumno del colegio catedralicio de San Miguel, formó parte de los «seises» de la catedral hispalense –el grupo de niños de coro que danzan y cantan en el templo en las solemnidades del Corpus Christi y de la Inmaculada–, de los cuales era semillero el centro académico. Este hecho signó su vida para siempre con el amor a la Eucaristía y a la Virgen María encaminando sus pasos hacia el sacerdocio. Recibió este sacramento en 1901 de manos del cardenal –hoy beato– Marcelo Spínola. El 2 de diciembre de 1902 en el transcurso de una misión efectuada en la localidad sevillana de Palomares del Río, ante las dificultades que ofrecía la misión, sucedió lo siguiente: «Fuime derecho al Sagrario... y ¡qué Sagrario, Dios mío! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa! Pero no huí. Allí de rodillas... mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... La mirada de Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal».

Llegó a Huelva en 1905 donde rigió la parroquia de san Pedro. La indiferencia de la gente y las tensiones ideológicas conformaban una situación harto complicada. Oraba con insistencia, confiando plenamente en Dios. Ante el Sagrario preguntó: «¿Por dónde comienzo, Corazón de Jesús?». Con aguda visión se dijo: «Hay que ganar primero a estas tres o cuatro mujeres que aún vienen a la Iglesia». Y conquistó a todos con su proverbial simpatía. En 1910 develó sus anhelos a las más cercanas colaboradoras: «Permitidme que, yo que invoco muchas veces la solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los pobres abandonados, invoque hoy vuestra atención y vuestra cooperación en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado... os pido por el amor de María Inmaculada y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis las Marías de esos Sagrarios abandonados». Así nació la «Obra para los Sagrarios–Calvarios» y otras fundaciones relacionadas con la devoción a la Eucaristía para niños, jóvenes, laicos, sacerdotes y religiosas. Tras ellas siempre la misma aspiración: «Dar y buscar compañía a Jesús Eucaristía».

Benedicto XV lo designó obispo auxiliar de Málaga, diócesis a la que se incorporó en febrero de 1916, y en 1920 lo nombró obispo de esta ciudad. Entonces escribió: «Yo no quiero ser obispo más que del Sagrario abandonado. Voy a Málaga para ser obispo de dos grandes desconsolados: el Sagrario y el pueblo. El Sagrario, porque se ha quedado sin pueblo; y el pueblo porque se ha quedado sin Sagrario conocido, amado y frecuentado». El sentimiento de cercanía con las gentes y la Iglesia estaba presente en su acontecer. Recorría las calles, las parroquias y escuelas departiendo con todos para luego llevar en su corazón y oración la realidad de cada uno de ellos. Así se percató de la conveniencia de erigir un gran seminario, que levantó en medio de incontables necesidades, dando respuesta con él a la urgencia de contar con sacerdotes y solventar la grave carencia de un lugar digno donde formarlos. Se ha dicho que «proyectó un seminario sustancialmente eucarístico. En el que la Eucaristía fuera: en el orden pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro y la primera asignatura; en el disciplinar el más vigilante inspector; en el ascético el modelo más vivo; en el económico la gran providencia; y en el arquitectónico la piedra angular». Quería que los sacerdotes pudieran «llegar a ser hostia en unión de la Hostia consagrada».

En la primavera de 1931 la violencia se cebó en el palacio episcopal que fue incendiado junto a otros templos malagueños. Obligado a huir para salvar su vida y la de otros, fue acogido por el prelado de Gibraltar hasta que a finales de año pudo regresar a Madrid. Su último destino fue Palencia. Pío XI le encomendó la diócesis nombrándolo obispo de la misma en 1935. Hallándose el Hermano Rafael en el monasterio de Dueñas, ambos tuvieron ocasión de conocerse. Fue autor de numerosos libros, entre otros: Lo que puede un cura hoy, referencia ineludible para los presbíteros de su época. En 1939 hallándose de paso por Zaragoza enfermó de gravedad. Y el 4 de enero de 1940 falleció en una clínica de Madrid, pero fue enterrado en la catedral de Palencia. Su sepultura contiene el epitafio que él mismo escribió: «Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!». Fue beatificado por Juan Pablo II el 29 de abril de 2001.