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El 7 de febrero de 1991, por medio del Papa San Juan Pablo II, recibí el llamado para servir como obispo en la diócesis de Tapachula, Chiapas. La ordenación episcopal fue el 7 de marzo siguiente. Acabo de cumplir, por gracia de Dios, veinticinco años en este ministerio. Decidí no hacer una gran celebración, sino sólo una Misa en una comunidad indígena tseltal, en un ambiente eclesial sencillo. Disfruté mucho este momento, con el cariño generoso de quienes participaron.
Cuando, el 31 de enero de 1991, el entonces Delegado Apostólico Jerónimo Prigione me llamó para decirme que se me pedía ir como obispo a aquella diócesis, fui ante el Sagrario para meditar; regresé diciendo que no tenía razones graves para negarme y aceptaba la encomienda. Estuve en Tapachula 9 años, que recuerdo con gratitud.
El 12 de enero del año 2000, el entonces Nuncio Apostólico Justo Mullor me entregó una carta del entonces prefecto de la Congregación para Obispos, en que se me preguntaba si estaba dispuesto a dejar Tapachula y venir a San Cristóbal, como sucesor de Mons. Samuel Ruiz García. Fui nuevamente al Sagrario y expresé que yo no querría aceptar este servicio, y daba mis razones. Proponía a otros tres obispos mexicanos para el caso. Sin embargo, con toda decisión manifestaba mi disponibilidad para aceptar, viendo esto como voluntad de Dios por medio de mis legítimos superiores.
El 12 de marzo del mismo año, estando como Secretario General del CELAM en Bogotá para coordinar importantes reuniones, recibí el llamado del mismo prefecto de la Congregación para los Obispos, pidiéndome ir de inmediato a Roma. Me presenté allá el 18 de marzo, y repetí lo mismo que había dicho por carta. Me pasaron con el Secretario de Estado y luego con el mismo Papa, quien también me preguntó sobre mi disponibilidad para este cambio. Mi respuesta fue la misma. En ese momento, el Papa no me ordenó aceptar, sino que sólo me escuchó con atención. El 25 de marzo, Jubileo de la Encarnación, estando él en Jerusalén y en Nazaret, me volvió a preguntar lo mismo, por medio de la Nunciatura Apostólica, y ratifiqué mi respuesta. Los signos de que ésta era la voluntad de Dios eran muy claros para mí: Desde Jerusalén: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y desde Nazaret: Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. El 1 de mayo de 2000 asumí la responsabilidad de obispo en San Cristóbal de Las Casas, con gusto, por ser la voluntad de Dios.
El 1 de mayo de 2015, presenté mi renuncia ante el Santo Padre Francisco, por límite de edad. No he recibido respuesta. Le recordé personalmente al Papa, ahora que estuvo con nosotros en esta ciudad, que el 1 de mayo próximo cumpliré 76 años. Estoy disponible para continuar en este servicio por el tiempo que se me indique, pero también para regresar a mi diócesis de origen, Toluca, para dedicarme a confesar y dar orientación espiritual a quien lo solicite.
PENSAR
El Papa Francisco me ha enviado una hermosa carta, de la cual comparto algunos párrafos: “Tomando en cuenta tus méritos y tu gran labor, San Juan Pablo II, el día 7 del mes de febrero de 1991, te nombró Obispo de la diócesis de Tapachula, que presidiste con responsabilidad por nueve años. En el Año del Gran Jubileo, 2000, el mismo Sumo Pontífice confió a tu comprobada competencia la diócesis de San Cristóbal de las Casas, que hasta la fecha sabiamente has presidido. Ejerciendo el ministerio episcopal, no te has dado descanso, visitando diligentemente las parroquias, interpretando rectamente la doctrina de la Iglesia y llevando esperanza cristiana a los hombres de buena voluntad. Por otra parte, queremos recordar el ejemplo diario de tu vida, tu entrega misionera, tu sólida piedad, así como tu fidelidad al Magisterio de la Iglesia y el amor que demuestras al Sucesor de Pedro. En la Conferencia de Obispos de México y en el Consejo Episcopal Latinoamericano has realizado un gran trabajo, analizando, con tus hermanos obispos, las cuestiones de nuestro tiempo y proponiendo iniciativas pastorales.
Nos congratulamos contigo por todo ello y, en ocasión de tu jubileo, de corazón resaltamos tus óptimos servicios, acompañándote con nuestra oración. Como signo de nuestro aprecio por ti y de una prueba de los bienes celestiales, te enviamos nuestra Bendición Apostólica, extensiva para todos los sacerdotes y fieles de tu amada grey, mientras pedimos a todos ustedes sus oraciones, para que podamos diligente y sabiamente realizar el delicado ministerio petrino”.
ACTUAR
Pido perdón por mis deficiencias. Doy gracias al Señor y a la comunidad eclesial por todas sus bondades. Suplico una oración para que sea fiel al ministerio que se me ha confiado.