P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, director espiritual y profesor en el Centro de Humanidades Clásicas de la Legión de Cristo, en Monterrey (México).
Idea principal: Las maravillas que hace el Espíritu Santo en el mundo, en la Iglesia y en nuestras almas.
Síntesis del mensaje: “Siempre que interviene el Espíritu nos deja atónitos”, decía el cardenal Van Thuan en los famosos ejercicios espirituales que predicó al Papa y a la curia romana en marzo del año 2000. Y sólo quien tiene fe descubre las secretas o clamorosas maravillas de ese Espíritu Santo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, las maravillas que hace el Espíritu Santo en el cosmos y en la naturaleza. ¿No es increíble la acción del Espíritu que hace 15.000 millones de años apretó el botón y desencadenó el Bing Bang y, del estallido de un átomo miles de veces más pequeños que la punta de un alfiler, brotaron la materia y la energía, el tiempo y el espacio, las galaxias, las estrellas, los soles y los planetas, el cielo y la tierra con el mar, los días y las noches, el hombre y la mujer. Pues aquel Espíritu era el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Dicen los libros sagrados del Nuevo Testamento que el Espíritu es el Espíritu de la verdad, del amor y de la santidad, de la unidad con la igualdad y la fraternidad universales, de la esperanza, de la alegría y de la paz. O sea, que todo eso que buscamos y no encontramos, que los políticos prometen y no dan, que anhelamos y con que nos frustramos, es, ¡y nosotros sin enterarnos!, el Espíritu Santo de Dios y del hombre.
En segundo lugar, las maravillas que hace el Espíritu Santo en la Iglesia. Basta repasar las hojas de la historia de la Iglesia, desde sus inicios. La Iglesia, comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo: en las Escrituras que El ha inspirado; en la Tradición que Él ha conservado, y de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste; en la liturgia sacramental –en cada sacramento-, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo; en la oración en la cual El intercede por nosotros; en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia; en los signos de vida apostólica y misionera; en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación. Ahí está también el Espíritu Santo en todos los Concilios que a lo largo de los siglos se han celebrado para explicar, esclarecer y profundizar la doctrina, para condenar las herejías y para conservar intacta la fe de la Iglesia. Ahí está el Espíritu Santo asistiendo al Papa cuando habla “ex cathedra” en materia de fe y moral, y por eso es infalible. O cuando le inspira al Papa iniciativas increíbles: las Jornadas Mundiales de la Juventud a san Juan Pablo II; o los Años Santos o Jubileos extraordinarios. La Iglesia no es una sociedad como cualquiera; no nace porque los apóstoles hayan sido afines; ni porque hayan convivido juntos por tres años; ni siquiera por su deseo de continuar la obra de Jesús. Lo que hace y constituye como Iglesia a todos aquellos que «estaban juntos en el mismo lugar» (Hch 2,1), es que «todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4). Todo lo que la Iglesia anuncia, testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo. Son dos mil años de trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y errores, toda una historia de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, que no terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir nos lo prometió: «…yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28,20).
Finalmente, las maravillas que hace el Espíritu Santo en nuestra alma. Si un pecador se arrepiente y se convierte, se debe a la acción secreta e interior del Espíritu Santo. Si un alma buena se lanza a una vida más fervorosa y santa, y deja la mediocridad, sin duda que ha sido el Espíritu Santo quien le ha inspirado y le ha dado la gracia para ese cambio. Y cuando un santo está dispuesto al martirio, no es por sus propias fuerzas. Sólo el Espíritu Santo, con el don de fortaleza, reviste a ese hombre de la valentía necesaria para enfrentar dicho martirio. Nos confirma esto la famosa película basada en el drama del escritor francés George Bernanos “Diálogo de carmelitas”; monjas condenadas al patíbulo y llevadas a la guillotina en tiempo de la revolución francesa; subían una a una cantando el himno del “Veni Creator Spiritus”, himno del siglo VIII dedicado al Espíritu Santo. ¿Cuál fue la sorpresa en esa obra? Una monja, de la nobleza francesa, que por miedo a la muerte se fue al convento, que por miedo a la ejecución martirial se escapó del convento…y ahora fue la última en subir al cadalso y terminar el himno, envalentonada por el Espíritu Santo. ¿Quién inspira a hombres y mujeres a fundar una Congregación religiosa o un Movimiento o Comunidad? El Espíritu Santo que es luz para las mentes. En los momentos de dolor y aflicción, ¿quién nos debería consolar? Que nos lo confirme el cardenal Van Thuan, que estuvo en las cárceles del Vietnam catorce años, nueve de los cuales aislado; y cuando ya él no podía rezar por su cansancio físico y mental, el Espíritu Santo hacía cantar el Himno “Veni Creator Spiritus” que el mismo Van Thuan enseñó a uno de sus carceleros comunistas y que lo contaba todas las mañanas al bajar para hacer gimnasia. Sólo el Espíritu Santo, que es el Divino Consolador nos deja atónitos cuando interviene. En los momentos de decisiones importantes en la vida, ¿a quién deberíamos invocar? Al Espíritu Santo. Cuando un matrimonio supera una crisis y se perdonan esposo y esposa, ¿quién está detrás? El Espíritu Santo que es Espíritu de unión y armonía.
Para reflexionar: “Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad una dominación, la misión una propaganda, el culto una evocación y el actuar cristiano una moral de esclavos. Pero en Él: el cosmos se subleva y gime en los dolores del Reino. Cristo resucitado está presente, el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia es comunión trinitaria, la autoridad es servicio liberador, la misión es Pentecostés, la liturgia es conmemoración y anticipación, el actuar humano se deifica” (Ignacio de Laodicea).
Para rezar: con san Agustín recemos
Espíritu Santo, inspíranos, para que pensemos santamente.
Espíritu Santo, incítanos, para que obremos santamente.
Espíritu Santo, atráenos, para que amemos las cosas santas.
Espíritu Santo, fortalécenos, para que defendamos las cosas santas.
Espíritu Santo, ayúdanos, para que no perdamos nunca las cosas santas.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org