Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el Centro de Humanidades Clásicas de Monterrey (México) de la Legión de Cristo.
Idea principal: Tres formas de mirar al pecador: condena, indiferencia y perdón.
Síntesis del mensaje: Seguimos en el año de la misericordia. Toda la liturgia de hoy está impregnada de esa infinita misericordia de Dios. Dios perdona los pecados del rey David, porque se arrepintió cuando el profeta Natán le puso delante de sus ojos los horrendos pecados del rey (1ª lectura). San Pablo también experimentó esa misericordia gratuita de Dios, en Cristo, que le amó y se entregó por él, y a quien Pablo aceptó por la fe (2ª lectura). La mujer adúltera del evangelio, ya arrepentida, ofrece una liturgia penitencial llena de amor a Cristo en la casa del fariseo con esos gestos: con sus lágrimas bañó los pies de Jesús, los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con un perfume precioso. Grande es la misericordia de Dios al perdonar nuestros pecados, y no condenarnos ni ser indiferente ante nosotros.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, contemplemos la primera forma de ver al pecador: condena. Ahí tenemos a ese fariseo que invitó a Jesús a comer. Ningún detalle con Jesús: ni le ofreció agua para lavarse, ni le dio el ósculo de la paz. Sólo tenía ojos y corazón para condenar, no sólo a esa mujer pecadora que tocaba a Jesús, sino al mismo Jesús que permitía ese escándalo de dejarse tocar por una pecadora. ¡Ciego de los ojos y del corazón, este fariseo no ve nada de lo que tiene de bello esa actitud de la mujer! Es más, juzga y critica. Juzga a la mujer, sin interesarse del cambio de actitud que manifiesta su comportamiento. Crucificó a la mujer en la categoría de los pecadores y no admite que pueda salir de ella. Él se considera justo. Juzga también a Cristo, a quien invitó por curiosidad y no por amor y deseo de escucharlo, al ver el entusiasmo que provocaba en tanta gente. ¡Lástima por este fariseo! Tan cerca estuvo de Jesús y no se dejó tocar por su misericordia. Ni siquiera Jesús le condena; simplemente le hace reflexionar en su postura para que se corrija y se convierta. Y lo hace con esa parábola que desencadena unas consecuencias: la generosidad de esta mujer pecadora arrepentida se contrapone a la mezquindad y frialdad del fariseo que faltó a la más elemental cortesía con ese huésped.
En segundo lugar, contemplemos la segunda forma de ver al pecador: indiferencia. Ahí están los demás comensales a quienes el fariseo seguramente invitó a comer. Nada dicen. Nada les interesa. Están ahí, comiendo y aprovechando la tertulia. Cada uno seguramente diría: ¿a mí qué? El Papa Francisco está hablando frecuentemente de la cultura y la globalización de la indiferencia. En Lampedusa, la pequeña isla del sur de Sicilia y célebre por el desembarco continuo de inmigrantes, el Papa clamó así: “¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto…La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia hacia los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia”. Fue su primer viaje oficial. Continuaba el Papa: “¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: yo no he sido, yo no tengo nada que ver, serán otros, pero yo no. Hoy nadie se siente responsable, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en el comportamiento hipócrita [..]. Miramos al hermano medio muerto al borde de la acera y tal vez pensamos: pobrecito, y continuamos nuestro camino, no es asunto nuestro, y así nos sentimos tranquilos. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, nos convierte en insensibles al grito de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero son inútiles, no son nada…”. Frente al pecador, esta globalización de la indiferencia se hace más culpable y nos convierte en cómplice de los pecados de nuestros hermanos: “¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?” –clamó Caín a Dios cuando le pidió cuentas de la sangre de su hermano Abel. Sí, somos guardianes y tenemos que ayudar a nuestros hermanos a salir del pecado y acercarles al Salvador.
Finalmente, contemplemos la última forma de ver al pecador: el perdón. Ahí está Jesús. En cuanto Jesús ve arrepentimiento, sus entrañas se conmueven. De entrada digamos que la misericordia de Dios, encarnada en Cristo, escandalizó a los juristas y fariseos de su tiempo. Decía el predicador de los ejercicios espirituales este año 2016 al Papa y a la curia romana que los fariseos de todas las épocas colocan el pecado “en el centro de la relación con Dios”, pero “la Biblia no es un ídolo o un tótem”; exige “inteligencia y corazón”. Los poderes que no dudan en usar a una vida humana y a la religión “ponen a Dios contra el hombre”. Y ésta es “la tragedia del integrismo religioso”. “El Señor no soporta a los hipócritas, los que llevan máscaras, los que tienen un corazón doble, los comediantes de la fe y no soporta a los acusadores y a los jueces”. El genio del cristianismo está, en cambio, en el abrazo entre Dios y el hombre. “Ya no se oponen”, “materia y espíritu se abrazan”. La enfermedad que Jesús más teme y combate es “el corazón de piedra” de los hipócritas: “violar a un cuerpo, culpable o inocente, con las piedras o con el poder, es la negación de Dios que vive en esa persona”. ¡Qué liturgia penitencial tan linda realizó esa mujer pecadora con Jesús en la casa del “justo” fariseo: lavó los pies de Jesús con sus lágrimas de arrepentimiento, los enjugó con sus cabellos de bondad, los besó con sus labios de ternura y los ungió con el perfume de su amor! Lo que otrora le sirvió para pecar, ahora, arrepentida, lo deja a los pies de Jesús. Mujer nueva, redimida, perdonada, levantada, purificada. Se sintió no sólo perdonada, sino honrada con los elogios de Jesús a sus gestos.
Para reflexionar: ¿Cuál de esas tres posturas yo tengo delante del pecador: condena, indiferencia o perdón? ¿Rezo por los pecadores? ¿Me reconozco pecador y me abro a la misericordia de Dios en la confesión? Pensemos en esta respuesta que el Papa Francisco dio en una entrevista que le hicieron en la casa santa Marta en diciembre de 2014:
¿La renovación de la Iglesia a la que usted llama desde que fue electo apunta también a buscar a estas ovejas perdidas y a frenar esa sangría de fieles?
No me gusta usar esa imagen de la “sangría” porque es una imagen muy ligada al proselitismo. No me gusta usar términos ligados al proselitismo porque no es la verdad. Me gusta usar la imagen de hospital de campo: hay gente muy herida que está esperando que vayamos a curarle las heridas, heridas por mil motivos. Y hay que salir a curar heridas. Hay gente herida por desatención, por abandono de la Iglesia misma, gente que está sufriendo horrores…
Para rezar: Salmo 50 (51)
3 Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad,
por tu gran corazón, borra mi falta.
4 Que mi alma quede limpia de malicia,
purifícame de mi pecado.
5 Pues mi falta yo bien la conozco
y mi pecado está siempre ante mí;
6 contra ti, contra ti sólo pequé,
lo que es malo a tus ojos yo lo hice.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org
Robert Cheaib - flickr.com/theologhia
Comentario a la liturgia dominical
Undécimo domingo tiempo común Ciclo C Textos: 2 Sam 12, 7-10.13; Gal 2, 16.19-21; Lc 7, 36-8, 3