El cineasta Juan Manuel Cotelo: "Mi pasión por el cine surge de mi pasión por la vida"

Entrevista al director de la película ‘Tierra de María’

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(ZENIT – Roma).- En estos días se realizó en Viena estreno de la edición alemana de la película “Tierra de María” del director español Juan Manuel Cotelo, realizada por iniciativa de la joven asociación ‘Verein zur Förderung des internationalen christlichen Filmes’, (Asociación para promocionar internacionalmente películas cristianas).
En esta entrevista a ZENIT, con motivo de la versión en alemán, el director nos habla de la película y de sus últimos proyectos, entre los cuales el documental “Footprints, el camino de tu vida”, apenas salido en España. Cotelo se detiene también sobre el tema del perdón y del Año de la Misericordia.

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En dos palabras, cuéntenos algo de su origen y cómo se definiría…
— Juan Manuel Cotelo: Un afortunado, un niño mimado por Dios. Nací en una familia alegre, hace 50 años. Soy el quinto de nueve hermanos. Ni siquiera la muerte de mi padre, cuando yo tenía 13 años, pudo vencer a nuestra alegría. El amor puede con todo.
¿Cómo ha nacido su pasión por el cine?
— Juan Manuel Cotelo: Mi pasión por el cine surge de mi pasión por la vida. Desde niño, descubro constantemente historias que merecen la pena ser conocidas primero y compartidas después. Son historias reales que nos estimulan al amor. El cine es un vehículo perfecto para expandir el efecto positivo de esas historias. Ese vehículo puede emplearse como arma contra el corazón del hombre -y lo vemos en tantas películas que transmiten odio, venganza, violencia, pesimismo, egoísmo, tristeza- o puede usarse como medio inspirador que eleve el corazón del hombre, invitándonos a vivir con más amor. A mí me gusta compartir la belleza, la bondad, la alegría… porque ya hay demasiadas películas que transmiten lo contrario.
¿Qué significa ser director de cine, que exige esta profesión?
— Juan Manuel Cotelo: En mi caso, me exige tener los ojos y los oídos abiertos a la belleza, para que penetre primero en mí y luego pueda compartirla. Si pongo mi atención en lo negativo… comunicaré lo negativo. Pero si me concentro en lo positivo podré dar eso a los demás.
¿Cuáles son las películas que ha realizado que consideras importantes y por qué?
— Juan Manuel Cotelo: Desde el año 1987 trabajo en la televisión y el cine. Durante 20 años, mi principal objetivo fue divertirme y entretener al público. Disfruté, aprendí… fueron años estupendos. En 1998 dirigí mi primer largometraje, titulado «El Sudor de los Ruiseñores». Aquella primera experiencia me demostró que esta profesión preciosa es accesible a cualquiera que tenga pasión y constancia. Muchos cineastas presentan esta profesión como si fuera casi inaccesible o apto sólo para gente especial. No es cierto. Los cineastas somos tan normales y corrientes como cualquier persona, no somos especiales.
Años después, ya en 2008, surgió una inquietud mayor que la de entretener. Me di cuenta de que no había películas que mostraran la mayor belleza que puede conocerse y gozarse en la vida: el amor real, concreto, cercano, de Dios, por cada persona, por todos.
Descubrí, a los 40 años, que todas las enseñanzas de Jesucristo son eficaces para cualquiera que se dé la opción de vivirlas. Descubrí que en un mundo dominado por el egoísmo, hay una receta eficaz y experimentable, que nos da la felicidad. No es una teoría, sino que funciona en la práctica. Esa receta es el amor incondicional. Y descubrí que no existe una sola persona que haya probado esa receta y haya quedado defraudado. Ni una sola persona.
Bueno… desde entonces, el sentido de mi trabajo cambió por completo. ¡Tenía necesidad de contarlo, de anunciarlo a todo el mundo! Desde entonces he dirigido tres largometrajes de cine, que hablan de esta belleza accesible a cualquiera. Estas películas son incomparables con mis trabajos anteriores, que hoy veo como una simple preparación para lo que hago hoy. No alcanzo a medir la trascendencia que tienen para cada espectador, pero gracias a Dios me llegan muchos testimonios de transformación, motivados por las películas. En realidad, es Dios mismo quien habla a cada espectador que tenga el corazón abierto, y que se atreva a vencer los prejuicios.
Para realizar o doblar por ejemplo “Tierra de María” en alemán, ha sido necesario recurrir a financiamientos realizados por vuestro público. ¿Cómo es ésto?
— Juan Manuel Cotelo: Hemos logrado estrenar nuestras producciones en 26 países, gracias a personas generosas que aman y comparten nuestra identidad y misión. Al principio, no estaba acostumbrado a recibir ayuda de nadie. Recibir ayuda me resultaba incómodo, pues estaba acostumbrado a las normas habituales del mercado, en donde nadie debe nada a nadie. Todo se paga, nada se regala. Empecé a recibir ayuda muy generosa desde España, Italia, Colombia, Ecuador… y fue algo abrumador. El colmo fue cuando un mendigo, en México, se acercó a mí con mucha elegancia, me bendijo con la señal de la cruz… me dio la mano y me dijo: «Tome: esto es para que usted siga haciendo películas». Volvió a bendecirme con la Cruz y se fue.
Al abrir la mano, descubrí que me había dado un billete de 20 pesos, equivalente a un euro. En ese momento, nosotros teníamos unos apuros económicos grandes, que nadie imaginaba, pues hay quien piensa que los cineastas somos millonarios. Aquel mendigo me recuerda a la mujer que vio Jesús echar una moneda en el templo, y de quien dijo: «Ha dado más que nadie, ha dado todo lo que tenía». Todo nuestro trabajo de producción y de distribución es posible gracias a la generosidad de miles de personas anónimas. Sin ellos, no seríamos capaces de rodar un solo fotograma, ni de distribuir o promocionar nuestras películas por el mundo. Es imposible compensar tanta generosidad. Así es el amor de Dios: no podemos comprarlo, ni pagarlo, ni merecerlo. Lo recibimos gratuitamente y lo agradecemos, tratando de compensarlo con nuestro pequeño amor. Pero por mucho que amemos… nunca se equilibra la balanza.
¿Cómo y cuándo surgió la idea de rodar “Tierra de María”?
— Juan Manuel Cotelo: Surgió de un viaje a Medjugorje. Mi esposa y yo estuvimos dos días, que fueron muy importantes para ambos, para nuestro matrimonio y a nivel individual. En mi cabeza se atascó una obsesión: «esto es importante, tengo que contarlo». No encontré nada más importante que contar al mundo. La noticia de que somos tan amados, tan esperados, tan deseados… la noticia de que Jesucristo es el médico eficaz del alma… la noticia de que tenemos una mamá en el Cielo, con la que podemos hablar en cualquier lugar… la noticia de que es posible la paz, la esperanza, la alegría… todo eso es urgente contarlo. Además, conocí una estadística terrible: el medicamento más recetado en el mundo, hoy, son los antidepresivos. ¡Wow! Si supieras que hay una receta gratuita y universal para colmar el deseo de felicidad del corazón humano… ¿no la contarías? Así nació el proyecto de “Tierra de María”.
“Tierra de María” narra experiencias de conversión. ¿Qué es para Usted la conversión?
— Juan Manuel Cotelo: La conversión es la única meta que merece la pena ser conquistada en la vida. «Convertirse» significa transformarse en el ser precioso que estamos destinados a ser cada uno de nosotros. Cada día, puede ser un pasito más en esa transformación íntima, que saca de mí lo que afea mi vida… para sustituirlo por algo mejor. Lo que nos afea es solamente el pecado, es decir, el egoismo en cualquiera de sus manifestaciones.
La conversión es la muerte lenta del «ego» interno, que lucha por crecer, por imponerse, como si llevásemos un dictador interno que no acepta servir a los demás, ni dejarse servir por otros.
Ese «ego» es tenaz, y se manifiesta por todos los poros de cada persona: en cómo hablamos, en cómo escuchamos, en cómo miramos, en cómo pensamos sobre los demás, en si somos transmisores de alegría o de tristeza, en si damos luz o damos oscuridad a quienes conviven con nosotros…
Hay un descubrimiento importante, que facilita la conversión: consiste en descubrir que necesitamos la ayuda de Dios, para alcanzar esa belleza. Y descubrir que Dios sólo desea servirnos como médico del alma, como escultor de nuestra propia belleza. Con Dios, esa conversión es posible. Y con nuestras propias fuerzas, por muy buena intención que tengamos, no podemos. El protagonista central de nuestra propia conversión es Dios, que nos embellece desde dentro, si le dejamos entrar hasta el fondo.
Podemos repetir la oración de María, para abrir la puerta de nuestra propia conversión: «hágase en mí tu voluntad». Dios nos pide permiso para ponerse a nuestro servicio y si se lo damos, su acción es transformadora, eficaz, no falla nunca.

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Paul De Maeyer

Schoten, Belgio  (1958). Laurea in Storia antica / Baccalaureato in Filosofia / Baccalaureato in Storia e Letteratura di Bisanzio e delle Chiese Orientali.

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