Belén, única respuesta ante la violencia

Belén trae una propuesta de vida, su ofrecimiento de reconciliación y el único camino que nos conducirá a la verdadera paz

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Santa María Madre de Dios

Números 6, 22-27: “Invocarán mi nombre y yo los bendeciré”
Salmo 66: “Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos”
Gálatas 4, 4-7: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”
San Lucas 2, 16-21: “Encontraron a María, a José y al niño. Al cumplirse los ocho días, le pusieron el nombre de Jesús”.

El mes de diciembre estuvo teñido de sangre. Sangre derramada por la imprudencia e irresponsabilidad que cobró vidas en las explosiones de Tultepec; sangre derramada por las prisas y el alcohol que provocaron mortales accidentes; pero más grave, sangre derramada con premeditación, alevosía y una crueldad inexplicable. Muchos de nuestros estados reportan horribles crímenes que parecen brotar de un odio incontenible. Y a nivel internacional nos hemos visto sacudidos por las tragedias de Alepo, de Berlín, de… tantos lugares convulsionados por la violencia. En el recuento de un noticiero se atreven a opinar: “¿Salvajes?, No sé si pudiéramos llamar salvajes a estas atrocidades. La vida salvaje de los animales encuentra su explicación en la necesidad de sobrevivir, en la lucha por el territorio y en saciar su hambre… pero esos actos criminales van mucho más allá: es matar por matar, o por ideología o por ambición. Es manifestar un desprecio total por la vida y por el hermano. Es llevar mucho más lejos la ley de la selva. Son guerras sin sentido, ni razones”. Los comentarios, no siempre imparciales, siguen desgranando trágicas narraciones ante la indiferencia de muchos. Continúan las guerras falsamente justificadas, la terrible hambruna que azota gran parte de nuestro planeta, la violencia familiar y el dolor y la crucifixión de una humanidad humillada en millones de hermanos de nuestras sociedades en frontera. ¿Qué pasa en el corazón del hombre?

Olvidado por unos y despreciado por otros, queda el Belén con su propuesta de vida, su ofrecimiento de reconciliación y el único camino que nos conducirá a la verdadera paz. Lo que sucedió “en aquel tiempo”, parece estar sucediendo ahora: Cristo continúa su encarnación en medio de los pobres y despreciados, mientras el mundo continúa su camino de ignorancia y desprecio. Este primer día del año, en medio de una gran gama de oportunidades para nuestra reflexión, nos ofrece la pausa y el respiro necesarios para tomar aliento e iniciar con decisión el nuevo año. La propuesta está ahí: al mismo tiempo que se nos presenta este nuevo día como momento de gracia y bendición, descubrimos el paso del Señor en el año que se ha ido y suplicamos su bendición para el nuevo año que comienza. La imagen de Belén trae nuevas esperanzas y oportunidades para la construcción de un nuevo mundo posible. Jesús se nos ofrece como el verdadero Príncipe de la Paz que con su vida y amor desarma y construye, ilumina y descubre nuevos caminos para la paz. Y todo esto lo podemos hacer de la mano, con el ejemplo y bajo el cuidado de María, la pequeña, la sencilla, la que escucha la palabra, la madre de Jesús.

Uno a uno se han ido deshojando los días del calendario. Uno a uno los hemos gastado y desgastado hasta terminar en recuerdos, dolores y alegrías. ¿Qué nos deja el año que se va? Mientras unas voces pedían ya terminara como si el cambio de calendario pudiera traer cosas diferentes, otras quisieran detener el tiempo por el temor a lo desconocido y a los negros presagios. ¿Qué me deja el año que termina? Miro hacia atrás y contemplo la sucesión de los días como en un torbellino, y me detengo a revisar qué viví como importante, qué me ha dejado huecos y vacíos, cuántas cosas pude hacer que me trajeron alegría, cuántas cosas se quedaron en el baúl de los deseos y de las buenas intenciones… Hubo momentos de soledad, de dolor y sufrimiento, es cierto; pero también hubo momentos de comprensión, de cariño, de trabajo, de éxitos y de alegrías… Es la vida vivida a plenitud, es la vida regalo de Dios. Me duelen las ausencias de los seres queridos que se han ido y me han dejado recuerdos llenos de nostalgia y vacíos imposibles de llenar; me duelen las enfermedades propias y ajenas que prueban nuestra fe y nuestra fortaleza, que minan nuestras seguridades y que nos hacen comprender lo frágiles que somos. Me duele la violencia, el hambre, la muerte y la corrupción. Pero al mirar cada día y cada instante, descubro con sorpresa y agradecimiento la presencia de Jesús siempre, incondicionalmente. Hay momentos que me he olvidado de Él, pero Él nunca se ha olvidado de mí; hay momentos que mi actuar no fue conforme a su pensamiento, pero Él nunca me abandonó. Siempre he sentido su presencia cercana, discreta e incondicional. Como en Belén, en silencio, en medio de la violencia sigue ofreciendo su propuesta de paz. Para mí, este momento es un instante de gracia y un regalo de su amor.

Y como todo cristiano al inicio del año encuentro una bendición. Moisés transmite a Aarón la forma en que todo israelita debe iniciar todas sus obras, con el recuerdo y la experiencia de la presencia de Dios en sus vidas: “El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”. Es el acontecimiento más grande para todos los hombres: contemplarse en el rostro misericordioso de Dios. Es el inicio de una verdadera paz: descubrirse hermanos y bendecidos por el mismo Padre. Es convertirnos en bendición para los demás y manifestar el rostro de Dios en nuestras vidas al mismo tiempo que descubrimos en ellos el rostro de Dios. Esta bendición tiene su plenitud en el pasaje evangélico. El texto termina con el relato de la circuncisión. Es un rito que expresa las raíces judías de Jesús, el entronque con las promesas de los profetas del Antiguo Testamento. Jesús nació bajo la Ley, pero vino a rescatar a los que estaban bajo la Ley, para convertirles en hijos de adopción. Todos hemos sido rescatados por Jesús, pues Él es nuestro hermano. Ahora ya podemos llamar a Dios «¡Abbá!», Padre. Confieso que es la mejor noticia que podía recibir: Dios es mi padre, que me quiere, me mima, me perdona, está pendiente de mí, me guía por el buen camino. ¿Por qué temer, si Dios me acompaña siempre?

Y esta noticia y bendición es el mejor camino que tenemos para romper con la escalada de violencia. Como propone el Papa Framcisco tenemos que decir “no a la violencia”. Sólo cuando nos descubramos rostro e imagen de Dios, cuando miremos en los demás el rostro y la imagen de nuestro Padre, seremos capaces de superar los odios, ambiciones y rencores. Así lo hace y así nos lo enseña Jesús. No somos conscientes de la grandeza y el gozo que produce esta gran noticia: “saber que Dios es mi Padre”. Eliminemos de nuestro ánimo el temor o el miedo, pues no tiene sentido en aquél que cree en el Dios revelado por Jesús. El nombre que recibe el Niño-Dios indica cuál es su misión; en aquel tiempo no se le ponía el nombre por casualidad o porque le gustase mucho al padre. Jesús significa «Dios salva», es decir Dios está a favor nuestro. La religión del miedo o de la agresión no es cristiana, sólo es verdadera la religión del amor, de la esperanza y de la fraternidad. Si Dios nos ama, si me ha hecho su hijo, si Jesús se ha hecho hombre por mí pero también por mi hermano, si nos viene a salvar a todos ¿por qué continuar agrediéndonos y luchando? ¿Por qué no romper la cadena de violencia con el amor?

Hoy, al inicio del año, renovemos la bendición que nos ofrece Dios nuestro Padre en su Hijo Jesús. Comprometámonos en serio en la construcción de un mundo sin violencia. Revisemos nuestros espacios y desterremos toda violencia familiar, institucional y discriminatoria. Si Jesús se ha hecho hombre por nosotros es seguro que se puede construir un mundo diferente, con su amor, con su palabra y a su estilo. María, la pequeña y fiel, supo escuchar las palabras y hacerlas vida. Sigamos su ejemplo y desde lo cotidiano construyamos un mundo mejor.

«María, Virgen de la espera y del cumplimiento, que conservas el secreto de la Navidad, haznos capaces de reconocer en el Niño que estrechas en tus brazos al Salvador anunciado, que trae a todos la esperanza y la paz». Amén

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Enrique Díaz Díaz

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