Ángelus 11 agosto 2019 © Vatican Media

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Ángelus: Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón

Palabras del Papa antes de la oración mariana

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(ZENIT 11 agosto 2019).- En este  XIX domingo del tiempo ordinario y festividad de Santa Clara de Asís, virgen y fundadora de las clarisas, el santo Padre se dirije a los peregrinos y visitantes reunidos en la Plaza De San Pedro en el rezo del Ángelus.

Palabras del Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la página del Evangelio de hoy (cf. Lc 12, 32-48), Jesús llama a sus discípulos a la contínua vigilancia para captar el paso de Dios en su propia vida. E indica las formas de vivir bien esta vigilancia: «Estén preparados, con la cintura ceñida y las lámparas encendidas» (ver 35). En primer lugar «ceñida la cintura» una imagen que recuerda la actitud del peregrino, listo para emprender el camino. Se trata de no echar raíces en moradas confortables y tranquilizadoras, sino de abandonarse, estar abiertos con sencillez y confianza al paso de Dios en nuestra vida, a la voluntad de Dios, que nos guía hacia la próxima meta. Muchas veces el Señor nos acompaña de la mano para guiarnos, porque nosotros nos equivocamos en este camino tan difícil. En efecto, quien confía en Dios sabe bien que la vida de fe no es algo estático, sino dinámico. La vida de fe es una meta continua para dirigirse hacia etapas siempre nuevas, que el Señor mismo indica día tras día. Porque Él es el Señor de las sorpresas, el Señor de la novedad, de las verdaderas novedades.

Primero era «la cintura ceñida» y luego se nos pide que mantengamos «las lámparas encendidas», para poder iluminar la oscuridad de la noche. Estamos invitados, es decir, a vivir una fe auténtica y madura, capaz de iluminar las muchas «noches» de la vida. Reconocemos que todos hemos tenido días que eran verdaderas noches espirituales. La lámpara de la fe requiere ser alimentada continuamente, con el encuentro de corazón a corazón con Jesús en la oración y en la escucha de su Palabra. Retomo algo que les he dicho muchas veces: lleven siempre un pequeño evangelio de bolsillo para leerlo, es un encuentro con Jesús, con la Palabra de Jesús. Esta lámpara nos ha sido confiada para el encuentro con Jesús con la oración y la Palabra, por lo tanto hace que nadie pueda retirarse íntimamente en la certeza de su propia salvación, desinteresándose de los demás. Es una fantasía creer que uno puede iluminarse dentro, no, es una fantasía. La verdadera fe abre el corazón al prójimo y lo estimula a la comunión concreta con sus hermanos, sobretodo con los mas necesitados.

Y Jesús, para hacerse comprender, para hacer comprender esta actitud, relata la parábola de los siervos que esperan el regreso del señor cuando vuelve de la boda (vv. 36-40), presentando así otro aspecto de la vigilancia: estar preparados para el encuentro final y definitivo con el Señor. Cada uno de nosotros se encontrará ese día en el día del encuentro, cada uno de nosotros tiene su propia fecha del encuentro definitivo. Dice el Señor:»Bienaventurados aquellos siervos a quienes el amo encontrará aún despiertos a su regreso; Y si, «viniendo en medio de la noche o antes del amanecer, los encuentra así, benditos son». (vv. 37-38). Con estas palabras, el Señor nos recuerda que la vida es un camino hacia la eternidad; por lo tanto, somos llamado a hacer fructificar todos nuestros talentos, sin olvidar nunca que «no tenemos una ciudad estable aquí, sino que vamos en busca de la ciudad futura» (Heb 13, 14). En esta perspectiva, cada momento se vuelve precioso, por lo que es necesario vivir y actuar en esta tierra teniendo en tu corazón la nostalgia del cielo, los pies en la tierra, caminar sobre la tierra, trabajar en la tierra, hacer el bien en la tierra y con el corazón nostálgico del cielo.

Nosotros no podemos entender realmente en qué consiste esta alegría suprema, sin embargo Jesús hace que lo intuyamos con la similitud del Señor que encontrando todavía despiertos a los siervos a su regreso, dice Jesús: «se ceñirá sus vestiduras, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo». (v. 37). La felicidad eterna del paraíso se manifiesta de la siguiente manera: la situación se invertirá, y ya no serán más los siervos, es decir, nosotros, los que sirvamos a Dios, sino que Dios mismo se pondrá a nuestro servicio y esto lo hace Jesús desde ahora. Jesús reza por nosotros, Jesús nos mira y ora al Padre por nosotros, Jesús nos sirve ahora, es nuestro servidor y esta será la felicidad eterna. El pensamiento del encuentro final con el Padre, rico en misericordia, nos llena de esperanza, y nos estimula a comprometernos constante en nuestra santificación y en la construcción de un mundo más justo y fraterno.

Que la Virgen María, por su intercesión maternal, sostenga este compromiso nuestro.

 

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Raquel Anillo

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